Una joven gaditana contaba en Twitter que había cambiado una de las fotos del salón por otra de Carmen Sevilla “para ver cuánto tiempo tardan mis padres en darse cuenta”. El tuit se ha compartido más de 6.500 veces desde que lo publicó el 2 de mayo.
Su madre lo vio horas más tarde, pero solo después de que se lo comentara una vecina.
En los comentarios, algunos apuntan que han gastado bromas parecidas, usando fotografías de Albert Rivera, de José María Álvarez del Manzano y, también, de Michael Jackson, entre otros.
Se trata de una broma internacional. Por ejemplo, solo dos días más tarde, un joven estadounidense explicaba también en Twitter que su hermano había cambiado su foto por la de Kim Jong-un, sin que su madre se hubiera dado cuenta en dos semanas.
Ya en 2014, un usuario de Reddit hizo lo mismo con Putin.
Y otro clásico es Nicolas Cage.
¿Pero por qué no nos damos cuenta de algo en apariencia tan evidente?
Aunque parece obvio, no es tan fácil percibir estos cambios como parece. Comencemos por un ejemplo clásico: mira este vídeo y cuenta los pases del equipo vestido de blanco.
¿Has visto al gorila? ¿No? Un gorila ha cruzado la escena, paseándose durante nueve segundos con toda la tranquilidad del mundo e incluso deteniéndose a golpearse el pecho. Son nueve segundos de gorila. El 50% de las personas que participó en el experimento original de los psicólogos Daniel Simons y Christopher Chabris no lo vio.
Se trata del sesgo de ceguera por falta de atención, que es nuestra “tendencia a no ver algo obvio y general mientras atiendes a algo especial y específico”, como escribe Michael Shermer en The Believing Brain. Como añade Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio, “la tarea de contar -y especialmente la instrucción de ignorar a uno de los equipos- es la causa de la ceguera. Nadie que vea el vídeo sin contar dejaría de ver al gorila”.
Pero además de que no siempre vemos lo evidente, también somos a menudo insensibles al cambio. En otro experimento similar, también de Daniel Simons, pero en colaboración con Daniel Levin, el 50% de los participantes no se daba cuenta cuando una persona con la que estaban hablando era reemplazada por otra. Esta “ceguera al cambio” se daba incluso a pesar de que estas personas llevaran ropa diferente.
Este otro vídeo también lo ejemplifica de manera espectacular.
Prestamos atención a lo que dicen los personajes e intentamos resolver el misterio. O, en el primer ejemplo, al mapa. En consecuencia, nuestro cerebro descarta la información que no le parece útil para la tarea que le ocupa. ¿Qué más da que la persona que te pregunta dónde está el museo sea un señor con chaqueta roja o uno con abrigo verde? Solo quieres indicarle el camino a ese desconocido al que probablemente nunca volverás a ver.
“Estamos continuamente filtrando información. Tenemos un sistema limitado de procesamiento y por eso tenemos que seleccionar los datos relevantes y no saturarnos con los irrelevantes”, explica a Verne Carlos J. Álvarez, profesor de Psicología en la Universidad de la Laguna (Tenerife) y autor de La parapsicología, ¡vaya timo! El objetivo es poder dedicar todos nuestros recursos a lo que estemos haciendo, descartando el resto de estímulos. Los padres de esta tuitera (y cualquiera de nosotros en su lugar) no necesitan prestar atención cada día a las fotos de la sala de estar.
¿Y por qué se dio cuenta la vecina?
Tiene sentido que lo viera la vecina y no sus padres, según Álvarez, debido a la “inhibición de retorno”, un efecto descrito en los años 80 por el psicólogo Michael I. Posner, según el cual no procesamos ni tan rápido ni tan bien los estímulos a los que hemos prestado atención con anterioridad. Es decir, “cuando estamos en un ambiente nuevo, estamos más pendientes de los detalles nuevos”. Esto tiene sentido adaptativo, ya que, en principio, estamos más indefensos cuando no conocemos bien el terreno.
En el caso de la foto de Carmen Sevilla, los padres están acostumbrados a su salón (normal), por lo que no prestan tanta atención a lo que hay allí, mientras que la vecina está más alerta porque para ella ese entorno no es tan habitual. Recordemos que esta curiosidad salvaba vidas en el Paleolítico: "Hum... No conozco este sitio... ¿Habrá animales que coman carne humana?".
Esta ceguera al cambio explica por qué casi nunca notamos “los errores de continuidad en las películas, es la razón de muchos accidentes de tráfico y podría ayudar a explicar lo poco fiables que son los testigos presenciales”, según recoge este artículo del neurocientífico Chris Chambers, publicado en The Guardian.
Álvarez añade que el funcionamiento de nuestro cerebro es el adecuado para su objetivo, "la superviviencia y la adaptación”. Pero estos mecanismos tienen un coste que hacen que debamos estar más alerta en algunas situaciones, para evitar ser víctimas de nuestros sesgos. No solo nuestra atención puede fallarnos; también la memoria, como cuando somos víctimas de recuerdos falsos, y la percepción, como demuestran las ilusiones ópticas.
Como explica Kahneman, estos sesgos evidencian no solo que que podemos mostrarnos ciegos a lo obvio, sino también que nos mostramos ciegos a nuestra propia ceguera. Ni siquiera somos conscientes de lo mucho que dejamos de ver.