La originalidad es una cualidad muy apreciada, pero cuando se trata de un nombre de pila, la originalidad puede no ser una virtud. Por el contrario, resulta una carga que puede ir de las situaciones chuscas hasta tener que repetir trámites enteros por un error en el apelativo.
Aunque en México existen alrededor de 6,8 millones de personas con un homónimo según cifras del Instituto Nacional Electoral, existen personas con un nombre tan peculiar o poco común (y en ocasiones único), que les acarrea muchas situaciones siendo el menor de sus problemas que escriban mal su nombre en el vaso de café.
Tal es el caso de Atzayaelh Torres, de 32 años, a quien se le ha complicado obtener un crédito bancario debido a un error de un empleado al momento de capturar su nombre, donde omitieron una letra. “Primero tuve que ir a la sucursal a solicitar la aclaración y el cambio, pero al final no pudieron solucionarlo ahí, todavía estoy intentando cambiarlo”, relata el mexiquense a Verne. Su nombre no existía previo a su nacimiento, pues cuenta que su padre soñó con estos vocablos, así que fue único hasta que otra persona lo escuchó y nombró así a su hijo.
Un caso menos extremo es el de Edrei Lozano, de 44 años, quien suele pedir facturas que luego tiene que pedir corregidas ante el error de quien captura sus datos. “Yo sé que mi nombre tiene cierto grado de complejidad y aunque los problemas ya no son tan frecuentes, sí suceden más o menos a menudo y es muy latoso”, comenta el regio.
Ese tipo de inconvenientes provocan que la mayoría de las personas con nombre raro sean muy cuidadosos (o en exceso meticulosos) con cualquier trámite de gobierno y evitar así problemas de identidad. “Siempre es un problema y yo no los dejo, siempre me fijo muy bien en que lo escriban correctamente”, cuenta Aderith Martínez, de 32 años, a quien le han cambiado el nombre incluso por un verbo como adherir.
En menor medida, que te cambien el nombre puede generar problemas al momento de identificar a alguien. Aderith es actriz y hace stand up, y frecuentemente encuentra errores en las carteleras que anuncian sus funciones y que le hacen perder algunos puntos para que te recuerden. “Mi nombre me hace algo más diferente de los demás, pero como me lo cambian a menudo, me doy por vencida”, indica la tapatía.
Litzerindandy Hanyusi, de 30 años, es una más que está orgullosa de tener un nombre único aunque tenga que repetirlo varias veces, lo pronuncien mal o crean que su segundo apelativo es en realidad su apellido. “Creo que tener un nombre original es muy importante y defiendo mucho eso porque me describe bien, aunque Hanyusi siempre lo confunden con mi apellido”, relata a Verne.
Para evitar confusiones, nada como volverse un experto en el arte del deletreo, haciendo referencias claras. Esa es la técnica que utiliza Dainzú Patiño, de 31 años cuyo nombre es de origen zapoteco que hace referencia a un sitio arqueológico en Oaxaca. “D de delfín, A de Antonio, I de Inés, N de niño, Z de zapato y U de uva: siempre lo digo así y no me falla, además de que uso los nombres de mi hermano y mi abuela”, indica.
De las circunstancias cómicas podemos pasar a las hirientes en un pestañeo. Power Azamar, oaxaqueño de 31 años, asume que su nombre es un sello y distintivo, aunque ha tenido que aprender a lidiar con el paso de los años con los chascarrillos de otras personas. “El único pormenor ocurre cuando no pueden contenerse alguna broma al respecto. Si ésta es original, resulta divertido, en cambio, cuando se trata de aquéllas que he escuchado a lo largo de mi vida puede ser muy desagradable”, dice vía correo electrónico.
Bajo esa tesitura, Power también bromea con el origen y significado de su nombre, por lo que cuenta con una gama de anécdotas para contar dependiendo de la persona y si resulta burlona o amable. “Una de ellas apunta a que mis padres eran hippies y eligieron mi nombre tras una sobredosis de creatividad, otras son de naturaleza más heroica y muchas veces sólo surgen en el momento”, dice.
Lo que no hace ninguna gracia es que te cambien el género sólo por escuchar tu nombre. Atzayaelh pasa innumerables veces por mujer y Edrei ha sido llamado varias veces “señorita” apenas ha descolgado el teléfono, mientras que Dainzú ha sido identificada varias veces como hombre en algunas comunicaciones informales.
Ante este tema, una de las estrategias es usar un segundo nombre, si es que se cuenta con uno o, en el peor de los casos, inventárselo. “Yo me llamo Francisco y lo uso para situaciones sencillas aunque no me identifico para nada con él”, dice Atzayaelh. Por su parte, Dainzú ha querido que sus allegados la llamen Tania (su primer nombre), pero hay otras dos personas con ese nombre en su trabajo.
Aunque las batallas de las personas con nombre raro van desde lo legal y administrativo, pasan por las bromas y los cambios de nombre y terminan en estrategias para que nadie se equivoque al llamarlos, todos están satisfechos de tener un nombre original. “Cuando me encuentro con una persona que también tiene un nombre raro, creo que es una situación que no se repetirá nunca, es bonito”, dice Aderith cuyo nombre significa elegida de los dioses y proviene de Oriente Medio.