Hoy no es raro ver frases escritas en español que carecen de signo de apertura al exclamar e interrogar. ¿Es un delito no ponerlo? No, porque las faltas de ortografía no son delitos, pero sí está feo que, seguramente copiando al inglés, la gente escriba “Vamos!” por “¡Vamos!”.
Obviamente, al escribir en un grupo de WhatsApp vamos acelerados y a menudo a la gente se le olvida poner el de apertura y hasta el de cierre, pero en otros canales es mejor ser cuidadoso y poner ambos. Hay, cierto es, algunos casos en que puede omitirse de forma correcta ese signo de apertura, por ejemplo cuando aparece un signo de cierre solito entre paréntesis para distanciarse con ironía de un enunciado: Según Cher, su belleza es natural y no producto del quirófano (!).
El signo de interrogación no era usado en el alfabeto latino original, lo introdujo Alcuino de York en el siglo VIII. Más tardíamente, al menos desde el siglo XIV, comenzó a circular por Europa su mellizo, el signo de exclamación. En ambos casos, el que se usaba era el de cierre y no el de apertura, ya que el de apertura es un invento español del siglo XVIII.
Los signos de apertura se propagan en español a partir de esa centuria. Desde la segunda Ortografía de la RAE (1754) son incluidos como signos propios de nuestro idioma y a partir de esta obra se comenzaron a difundir en los textos escritos, de nuevo con ventaja de la interrogación por encima de la exclamación, que tardó más en arraigarse. Todavía a primeros del XIX había quien solo usaba el de cierre o empleaba interrogaciones en lugar de exclamaciones, y hasta 1884 la definición de “interrogación” en el diccionario de la Real Academia Española no incluyó la idea de que era un signo doble que “se pone al principio y fin de la palabra o cláusula en que se hace la pregunta”.
¿Por qué se inventaron las aperturas? La idea que alimentó la creación académica fue la de evitar ambigüedades. Si hay en la frase una palabra interrogativa o exclamativa (qué, quién, cuánto...), es fácil advertir cuándo has de empezar a entonar como pregunta o como exclamación. Pero si falta esa palabra, solo gracias al signo de apertura (y al contexto, claro) puedes averiguar que la frase Se ha casado es en realidad ¿Se ha casado?
Este par de dobles signos no se da en vasco ni en catalán, y en la ortografía gallega se recomiendan en solo caso de ambigüedad. Por eso, igual que la letra ñ (de la que hablamos ya aquí), los signos de apertura se presentan como identificadores del alfabeto español, como para la cultura hispánica resulta simbólico El Quijote. Justamente, ambos símbolos hispánicos eran ligados por el filósofo Ortega y Gasset en un precioso pasaje donde se comparaba la apariencia del personaje cervantino con un signo de interrogación que esconde secretos de la identidad española:
“De lejos, solo en la abierta llanada manchega, la larga figura de Don Quijote se encorva como un signo de interrogación: y es como un guardián del secreto español, del equívoco de la cultura española” (José Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote, 1914).
Si ya hemos inventado a ¿ y a ¡, ¿cómo nos va a sorprender que en los años 60 alguien se inventase en Estados Unidos un signo de puntuación relacionado con la interrogación y la admiración? El interrobang es una mezcla de signo de interrogación y exclamación que inventó el publicista norteamericano Martin Speckter en torno a 1962 para poder puntuar frases como “¡¿Pero quién se ha dejado abierto el gas!?”.
El interrobang sumaba las funciones de los signos de interrogación y exclamación (este conocido como “bang” coloquialmente en inglés) y se puso de moda en los años 60 en Estados Unidos. Llegó a ser incluido en algunos modelos de máquinas de escribir Remington y hasta formó parte de una tipografía inventada en esa época, como la “Americana”. Pero la limitación de teclas de las máquinas de escribir hizo que terminase siendo postergado en favor de otras teclas más necesarias, y quedó como un signo de otro tiempo, una flor de un día, o de una década. Hoy subsisten grupos de seguidores que se unen en redes sociales en honor al interrobang, algunas fuentes informáticas aún lo incluyen y, parece que por mera coincidencia, el signo aparece en el logo de una biblioteca australiana.
Las frases que suman interrogaciones y exclamaciones no son nada raras. Hay una bien famosa, sacada de esta escena: en 2002 Sara Montiel iba a casarse con su novio cubano en un juzgado madrileño, la acompañaban su maquillador y los fotógrafos de la revista que pagaba la exclusiva de la noticia. Pero... alguien se enteró, filtró el secreto y el juzgado se llenó de periodistas que atosigaron a la cantante a su salida de la sala de matrimonios. Ella trató de disimular jugando al despiste y lanzó una frase para la historia irreverente del artisteo hispánico: Pero qué pasa, qué invento es esto.
De seguir vivo, este sería un ejemplo perfecto para usar el interrobang, pero al español no le hace falta este signo ya muerto: estas frases de Sara Montiel pueden ser escritas con una combinación de los dos signos de interrogación y exclamación: “¡¿Pero qué invento es esto?!” o “¿¡Pero qué invento es esto!?”, ya que, como confirma la Real Academia Española en su última Ortografía, de 2010: “Cuando el sentido de una oración es interrogativo y exclamativo a la vez, pueden combinarse ambos signos, abriendo con el de exclamación y cerrando con el de interrogación, o viceversa”. En efecto, en español se pueden unir los signos de exclamación y de interrogación y, sí, también se puede poner más de un signo acumulado al abrir o al cerrar (aunque ¡¡¡aviso!!!, hay que contarlos antes para poner el mismo número en ambos lados).
En español, como lengua que se inventó unos signos de apertura, no prendió el interrobang. ¿Interrobang? ¡¿Pero qué invento es esto?!