Sergio Covelo, asturiano de 22 años, está molesto. No entiende cómo no lo estamos todos. “Con la crisis de los refugiados hemos pasado de la pena al hartazgo. Pero siguen llegando y siguen muriendo. Cerrar los ojos a que una persona pague 3.000 euros a una embarcación que no sabe si va a llegar es de una injusticia que no se puede ignorar”, explica con impotencia. Un sentimiento que intenta traspasar a sus amigos cuando vuelve de cada misión y los escucha hablar de Cristiano Ronaldo o quejarse de que su equipo no ganó. Siempre les hace la misma pregunta: “¿Crees que eso es un problema?”. Y les muestra una imagen de un campamento. “Muchos deben tener el chip de paso de este porque es un pesado, pero otros te respetan porque saben que no solo hablas, sino que también actúas”.
Covelo creció en el pueblo pesquero de Lastres. A los 14 años se ofreció como voluntario de la Cruz Roja, a los 17 comenzó su formación de socorrista y a los 20 ya era coordinador de playa y responsable de una embarcación para emergencias con 15 personas a su cargo. “Es imposible olvidar la primera vez que sacas a alguien del agua… Cómo le cambia la cara de cuando llegas a ella y cuando la dejas en tierra firme”, describe.
Aunque compaginaba el voluntariado con sus estudios de formación profesional en náutica, Covelo siempre se dio tiempo para sus amigos. “Entre los 18 y los 19 no me perdía un fin de semana”. Y, como buen asturiano, las fiestas de prao -romerías al aire libre en las zonas rurales- eran parte de su itinerario veraniego.
El 2 de septiembre de 2016, como millones de personas, Covelo le puso rostro a Aylan Kurdy. El niño sirio de tres años que murió ahogado en la playa de Ali Hoca Burnu (Turquía) y que se convirtió en símbolo de la crisis de refugiados. “Yo quería estar ahí”. Se enteró de que la ONG Human Rescue Asturias estaba preparando una misión.
“Yo fui a la aventura. No tenía idea de lo que me iba a encontrar. El mayor impacto que tuve fue en el campo de refugiados de Moria, Lesbos. Es una especie de cárcel donde tienen a la gente hacinada, en pésimas condiciones. Está habilitado como mucho para 2.000 personas y hay entre 7.500 y 8.000", cuenta el voluntario. Sin embargo, aclara que no se cae realmente en cuenta de la situación hasta que llega una embarcación. “Vienen de seis horas en las que no sabían si llegarían a tierra. Asustadísimos, calados hasta la médula. Críos tiritando y otros riendo como si no pasara nada”, detalla.
“La vuelta fue un poco complicada, porque vienes de ver mucho y la gente cree tener problemas que realmente no lo son”. Aunque no mete a todos en el mismo saco. “Si son personas que están concienciadas y saben de la problemática compartes más”, comenta.
“Mi generación es la generación con la mayor capacidad de informarse de la historia, pero nos equivocamos muchísimo en el qué. Nos metemos mucho en temas irrelevantes. Pensamos que ser activistas es compartir un post en Facebook, cuando es salir a la calle y pelear por lo que vale la pena”, critica Covelo.
En su segunda misión, el voluntario logró ir al rescate con la ONG Proactiva Open Arms en un Golfo Azzurro de 36 metros. “Al llegar, nos encontramos con un panorama dantesco”. El barco salía de la caleta de Malta hacia la costa de Libia. Estaban perdidos buscando una patera cuyas coordenadas habían sido equivocadas. Finalmente dieron con una mancha que parecía ser una balsa. A medida de que se acercaban ya no era una, sino dos. Y tres y cuatro y cinco. Contaron 22. Algunas se perdieron en medio de un temporal. Eran 1.200 personas, de las cuales 512 fueron rescatadas por el equipo de Covelo. Estuvieron trasladando en una lancha rápida de 20 en 20 hasta el buque nodriza durante 18 horas seguidas. Durante ese tiempo llegaron otros barcos de rescate para salvar a los otros cientos de inmigrantes.
Pasaron 15 días desde que Covelo volvió a casa y partió otra vez a su tercera misión. Ya había intentando sin éxito entrar en Salvamento Marítimo, entidad dependiente del Ministerio de Fomento encargada de la seguridad en aguas españolas. Un día recibió un correo de que había conseguido el trabajo para comenzar a mediados de 2017. “Era llegar a la cúspide mucho más rápido de lo que pensaba, soy el trabajador más joven de todo Salvamento Marítimo”, cuenta entusiasmado. En esa misma misión, entre la tripulación de voluntarios había una enfermera de 31 años. La actual novia del marinero. “Es una historia un poco de película”, dice entre risas. Y agrega: “De los pilares básicos que compartimos es la conciencia de lo que está pasando”.
Ahora Covelo pasa 15 días al mes en su casa de la costa de Motril, Granada, a la espera de una llamada para acudir a un rescate. El 95% de las veces son pateras. En los seis meses que lleva, solo durante sus momentos de guardia, ya ha participado en el rescate de más de 800 personas. Los otros 15 días los divide entre Bilbao, donde vive su novia, y Asturias. De vez en cuando publica reflexiones sobre la crisis migratoria en Facebook para su círculo más cercano. Está aprendiendo a tocar la guitarra y cocina y lee más que nunca. El último libro que terminó fue Refugiados, de Samir Nair.