Elsa Chaparro (Madrid, 31 años) tenía una relación de pareja tóxica y el cuerpo le pedía desahogarse con alguien que no fueran sus amigos. Francisco Fernández (Córdoba, 29 años) creía que su vida se había acabado con 24 años: había fracasado en los estudios y cada vez hacía menos cosas de las que le gustaban. Sara Gutiérrez (Madrid, 26 años) lloraba sin tener un motivo claro y le surgieron miedos que nunca antes había tenido. Raúl Cuerno (Santander, 29 años) se cuestionaba a menudo si merecía la pena vivir alejado de su madre y hermana.
Lo que une a estos cuatro jóvenes es que un día decidieron ir al psicólogo. Hoy todos confiesan que desde entonces se sienten mejor y por eso no dudan en compartir con Verne su experiencia.
Existen muy pocos estudios sobre el hábito de ir al psicólogo entre los españoles. También son muy pocas las plazas que le tocan a la psicología clínica en el reparto de la sanidad pública. En los hospitales españoles contamos, según el Consejo General de Psicología, con 4,3 psicólogos por cada 100.000 habitantes, cuatro veces menos que la media europea, donde a los mismos ciudadanos les corresponden 18 especialistas. No es de extrañar que muchos de los que van a terapia se lo costeen ellos mismos, las colas de lo público se dilatan varios meses. La psicóloga Isabel Serrano, especialista en terapia cognitiva conductual, asegura que ese es una gran desventaja, sobre todo al principio: “En las primeras sesiones conviene que especialista y paciente se vean con una frecuencia más alta que cada mes o mes y medio, como puede llegar a ocurrir en la Seguridad Social”.
Los jóvenes españoles van más al psicólogo que hace una década. La Encuesta Europea de Salud 2014, la última publicada, desvela que en torno al 5% de los jóvenes entre 15 y 34 años acudieron a este especialista (público o privado) en los 12 meses anteriores. Cuando se realizó esa misma encuesta en 2009 solo alrededor del 3% aseguraron ir a terapia. Lo que sí se mantiene en el tiempo es que apenas existen diferencias de género entre los pacientes más jóvenes. Sin embargo, la cosa cambia a partir de los 35: la última encuesta desvela que a partir esta edad la diferencia de hombres y mujeres que acuden a este especialista se acentúa hasta llegar a casi el triple de mujeres en la franja entre 55 y 64 años.
Congeniar con un psicólogo no es fácil y, sin embargo, es muy importante para que la terapia sea un éxito, cuenta a Verne la psicóloga general sanitaria Lorena Vara. Francisco Fernández fue al psicólogo por primera vez con 24 años, reconoce que probó con varios antes de dar con la que aún hoy es su especialista. Lo mismo le pasó a Elsa Chaparro: “Acudí a una psicóloga pero no sentí un vínculo especial, por eso decidí probar con otra con la que en la primera sesión ya noté una sensación más afectiva por su parte, me hacía sentir segura y pude profundizar mucho con ella. Al fin y al cabo, le estás contando tu vida, si no hay un ambiente agradable, es imposible que te puedas abrir del todo con esa persona”.
La crisis, clave en la salud mental de los jóvenes
Si algo destacan tanto los pacientes como los profesionales es que no tiene que pasar nada dramático en la vida de alguien para que vaya al psicólogo. De hecho, Vara afirma que los casos más comunes son los de pacientes que sienten malestar, que ya no disfrutan con las mismas cosas o que no están a gusto con su vida y no han dado con la clave para solucionarlo. Explica que la crisis ha influido mucho en los jóvenes españoles: “Aunque tienen una amplia formación, no encuentran trabajo o trabajan en puestos que no requieren cualificación o que no están suficientemente remunerados. Esto les lleva a encontrarse infravalorados, perdidos y angustiados”. Según una encuesta publicada el pasado enero por la OCU, la mitad de las personas que afirman haber sufrido depresión o ansiedad reconocen que los motivos laborales fueron el desencadenante.
Sara Gutiérrez se considera una afectada de la crisis. Vive en Alemania porque en España hay muy poca oferta de su profesión. Asegura que desde que se mudó es más insegura y que eso motivó que buscase un psicólogo: “Vivir en un país en el que no dominas el idioma no facilita las cosas, desde que me mudé tengo muchas inseguridades laborales y sociales”.
Raúl Cuerno cree que las expectativas, la sociedad individualista y las relaciones superficiales son las principales causas de que los jóvenes, como él, necesiten acudir a un profesional. El cántabro confiesa que, aunque cada vez sea más fuerte emocionalmente, hay ciertos problemas cotidianos con los que lidia mejor si se lo cuenta a su especialista: “Escucharme a mí mismo en voz alta frente a otra persona me alivia”.
Tanto Elsa Chaparro como Francisco Fernández creen que la vida ahora es más compleja que cuando sus padres eran jóvenes. El segundo asegura que vivimos en un mundo repleto de estímulos y opciones: “Podemos elegir entre muchas formas de vida, además tenemos las redes sociales, publicidad en todos lados, necesidades inútiles, y afrontar y convivir con eso cada día genera ansiedad”. Sin embargo, el cordobés cree que la salud mental cada vez es más importante para los españoles. “En mi caso pensaba que estaba enganchado a internet, por eso estaba dejando de lado el resto de mi vida, pero no, resulta que tenía una depresión de caballo, estaba mal conmigo mismo y menos mal que me puse en tratamiento”, reconoce.
Menos tabúes que hace unos años
El famoso “¿qué dirán?” no se puede desligar aún del hábito de ir al psicólogo. Aunque sea algo cada vez más normalizado, es frecuente encontrar reacciones poco naturales al contar que vas a terapia. Raúl Cuerno dice, desde su experiencia personal, que a veces ha dejado sin palabras a la gente sin que esa fuese su intención. Francisco Fernández, sin embargo, piensa que el mayor estigma es “el que se pone uno a sí mismo”, que la sociedad está ya “acostumbrada”. La psicóloga Isabel Serrano cree que contar a los tuyos que algo no va bien hace que “los fantasmas sean menores”. Reconoce que es fácil ver que el resto tiene que ir a un especialista, pero que la cosa cambia cuando se trata de uno mismo.
Otro de los beneficios de exteriorizar un problema es que cuanto antes lo identifiques, antes puedes llegar a pedir ayuda. La especialista Lorena Vara recomienda evitar en la medida de lo posible que un problema se cronifique, si se trata a tiempo puede no ir a más y conseguir el alta terapéutica antes.
Ese fue uno de los aprendizajes de Elsa Chaparro: “Si una persona es capaz de identificar que nuestro pasado construye el presente y de modificar ciertos aspectos de su vida que ha acabado normalizando, o de evitar otros, se puede ahorrar muchos problemas y muchos disgustos”. La madrileña reconoce sentirse mucho mejor que cuando empezó a ir a terapia. “Aunque no es un conjuro mágico, se necesita mucho trabajo personal y, sobre todo, mucho autoconocimiento”, asegura.