“La primera vez que escuché la Salve Rociera pensé que el estribillo decía: Leo leo leo leo leo leo, pero luego caí en que era una canción andaluza y eso no podía ser. #ViernesSanto”
El tuit, ya borrado, es de un guionista de la serie Allí abajo, y ha sido objeto de críticas airadas que han llegado al nivel de pedir su despido a la productora de la serie. Por ejemplo, se le ha dicho que no puede "trabajar como guionista en esa serie y decir esas barbaridades sobre los andaluces”. Como es habitual en estos casos, se han buscado también tuits anteriores. Ha enfadado mucho otro mensaje (que pasó desapercibido cuando lo publicó en Semana Santa) en el que decía que el Cristo de la Hermandad del Cachorro "con ese nombre seguro que robaba coches para financiarse la heroína".
La productora se quiso desentender, asegurando en otro tuit que no comparte “los comentarios personales ni chistes desafortunados de algunos de nuestros guionistas”. También ha retuiteado uno de los mensajes de disculpas del guionista, acompañándolo del texto: “¡Todo ok, Sergio! ¡Ganazas de estreno el lunes!”.
La polémica es especialmente llamativa si tenemos en cuenta que la serie, precisamente, juega con los tópicos regionales al centrarse en el romance entre un vasco y una sevillana, al estilo de Ocho apellidos vascos. Lo explicaba en EL PAÍS la propia María León, protagonista de la serie, que hoy lunes estrena su cuarta temporada. Los estereotipos y tópicos regionales son "una de sus claves. A la gente le gusta reconocerse. Pero intentamos que no sea algo caricaturizado”. Es decir, su humor también se basa en regionalismos, y lo hace con éxito de público y sin polémicas ni quejas.
Es decir, se ha pedido el despido de un guionista que se dedica a escribir chistes sobre vascos y andaluces por haber escrito un chiste sobre vascos y andaluces.
Estos son algunos de las escenas de la serie que también inciden en el choque de culturas.
“No se va a comer bien en los aviones hasta que alguien monte Air Euskadi”.
La cuadrilla viaja a Sevilla a acompañar a Iñaki durante el parto de Carmen. Lo primero que hacen al llegar al hospital es ir a comer: “Si necesita apoyo moral, estamos en el bar”. Porque para un vasco lo más importante es comer bien. (En el minuto 21 de este vídeo).
La cuadrilla también invita a pasar “un día típico vasco” a Jozé (escrito con zeta), que esa tarde se vuelve de Donosti a Sevilla.
-No -contesta-, me he dejado el chubasquero arriba, gracias.
“Lo único que me hace falta es que le pongas un poquillo de arte”
La serie también juega a sacar fuera de contexto a los personajes. Como cuando Iñaki intenta hacer algo parecido a bailar sevillanas: “En vez de duende parece que tenga un troll”, le dice a Carmen, su ex. La idea es que de Despeñaperros para arriba todos son unos siesos.
Pero ella también aparece tocando el tambor durante la tamborrada: “Si queréis que le ponga sentimiento, yo os toco una rumba”, dice.
E incluso intentan enseñarle a bailar un aurresku, cuya música Koldo define como “una invitación a la alegría”. “No sé cómo no abren la Feria de Abril con esto”, contesta ella.
Además de estos ejemplos, en YouTube la serie colgó un vídeo en el que dos personajes de la serie hablan con acento y expresiones andaluzas y el diálogo aparece subtitulado, como si necesitara traducción. Por ejemplo, dicen del doctor que “tiene menos pelo que el chocho de una Barbie”, cosa que se subtitula como: “Parece que la alopecia del Dr. Almenar empeora”.
El hilo de cobre lo inventaron dos catalanes peleándose por una peseta
Además, este tipo de humor no debería sorprender a nadie. Los chistes regionales son uno de los subgéneros más habituales: los leperos son tontos, los catalanes son tacaños, los vascos son brutos, los gallegos no dicen ni una cosa ni la contraria, los manchegos son gañanes, los asturianos tienen todos una vaca en casa, los aragoneses son también unos bastos y los canarios se lo toman todo con calma, entre otros muchos ejemplos.
Y también los hay internacionales, claro: los británicos son unos borrachos que se beben todo Magaluf cada verano, los italianos hablan con las manos, los franceses son antipáticos, los españoles dormimos siestas de cuatro o cinco horas…
Que sea un humor conocido no significa que nos tenga que hacer gracia, claro. Incluso nos puede resultar ofensivo. Al fin y al cabo, puede ser un tipo de humor excluyente, cuando intenta subrayar las diferencias entre nosotros y ellos. Pero una cosa es que no nos guste y otra bien distinta querer despedir a alguien por un comentario cuyo objetivo era el de hacer reír.
Twitter y el contexto
De hecho, resulta sorprendente que un chiste que pasaría desapercibido en televisión (o en un bar) se convierta en Twitter en una afrenta que solo se puede saldar con un despido.
¿Pero por qué ocurre esto en Twitter? ¿Acaso la app emite ondas que inutilizan la parte del cerebro donde se aloja el sentido del humor y por eso nos lo tomamos todo tan a la tremenda?
No. Creo. Pero esta red social sí tiene algunas características que hacen que sea más fácil que nos enfademos por un comentario aislado más o menos afortunado.
El principal es el cambio de contexto. Cuando alguien ve la serie, ya sabe lo que hay, y si la ve es porque le gusta. Si otro se la encuentra por casualidad haciendo zapping y no le hace gracia, no va a iniciar una campaña para que la eliminen de la parrilla. Simplemente cambiará de canal. Algo parecido ocurre con los cómicos: se habla a menudo del humor provocativo de Ricky Gervais, pero Gervais no va por la calle gritando chistes a desconocidos. La gente paga por verle actuar y, más o menos, sabe lo que le espera. También pasa cuando un amigo nos cuenta un chiste. Si alguien a quien conozco me viene con uno de catalanes, ya sé que no piensa que soy un tacaño y entiendo que solo está ejerciendo de pinchaúvas.
Twitter es diferente: una vez alguien hace retuit a un comentario, ya perdemos el control sobre esa ocurrencia. Es muy posible que le llegue a gente que no sabe quién eres. Y esa gente a menudo no pierde el tiempo intentando buscar el contexto a ese comentario. Es más fácil dejarse llevar por la indignación, una emoción tan contagiosa que no es de extrañar que la cosa pase de “esto no me ha hecho gracia” a “hay que despedirlo y echarlo del país para siempre” en un plazo breve de tiempo. A menudo, ni siquiera sirve de nada pedir disculpas y borrar el mensaje, ya que siguen circulando los pantallazos.
Por suerte, no todo lo que pasa en Twitter es una sucesión de linchamientos. Muchos compañeros del guionista se han solidarizado con él y desde ayer hay decenas de tuiteros compartiendo chistes regionales con la etiqueta #ríetedetucomunidad.