Un primate lanza un hueso prehistórico al aire y se convierte en una nave espacial en 2001: Una odisea del espacio (1968). La gigantesca elipsis de Stanley Kubrick resume, en una fracción de segundo, millones de años de evolución. Va directamente de un punto a otro de la narración, eliminando todos los datos que el espectador puede sobrentender por sí mismo. Pero el proceso de transición desde que se escribió el guion de la película hasta que se estrenó en salas comerciales el 3 abril de hace 50 años no fue tan sencillo como el de esta conocida secuencia.
En principio iba a costar 6 millones de dólares y a estrenarse un año después del inicio de su rodaje, en las navidades de 1966. Pero su presupuesto se disparó hasta los 10 millones de dólares -todo un exceso para la época- y no llegó a los cines hasta 1968. Continuas reescrituras del libreto y un misterioso rodaje lleno de secretos complicaron el proyecto, que es ahora un clásico. Mientras el hombre preparaba su llegada a la Luna de 1969, se gestaba en paralelo el proyecto más ambicioso de uno de los cineastas más perfeccionistas de la historia.
La película recorre varios periodos de la evolución humana; desde un grupo de primates que descubre un monolito que les otorga una inteligencia superior hasta un futuro imaginado en el que HAL 9000, una inteligencia artificial, toma el control de una expedición de la NASA.
2001: Una odisea del espacio nunca fue concebido como un producto para consumir mientras se comen palomitas. Pocos éxitos de taquilla -recaudó 57 millones de dólares solo en Estados Unidos- son tan poco accesibles para el espectador. Apenas hay 40 minutos de diálogo en un metraje de mucho más de dos horas, lleno de cuestiones filosóficas y de composiciones musicales como El Danubio Azul y Así habló Zaratustra. Es prácticamente uno de los primeros ejemplos de videoarte que triunfó por sorpresa entre el gran público en los momentos previos a la psicodelia.
Kubrick, cuyas pasiones residían tanto en el campo lo científico como también de lo artístico, quería dar una pátina intelectual a la ciencia ficción, hasta entonces relacionada con la serie B y las tramas poco realistas. Su primer paso, abordar al escritor que, en su opinión, más lustre daba al género.
"He sido gran admirador de sus libros durante mucho tiempo y siempre he querido discutir con usted la posibilidad de hacer una excelente y proverbial película de ciencia ficción", decía Kubrick al escritor y científico Arthur C. Clarke en una carta que le envió en 1964 y que dio origen a 2001: Una odisea del espacio.
La admiración era mutua. "Me muero por ver Teléfono rojo, volamos hacia Moscú. Una de las pocas películas que he visto dos veces ha sido Lolita. La primera para disfrutarla y la segunda para analizar cómo estaba hecha", le contestaba Clarke. Quedaron semanas después en el hotel Plaza de Nueva York, para hablar de telescopios y otras aficiones comunes.
El autor había publicado en los años 40 un relato corto titulado El centinela, sobre el descubrimiento de un artefacto en la Luna colocada por alienígenas. Después de su encuentro con el cineasta, lo convirtió en una novela al mismo tiempo que escribía junto a Kubrick el guion para una película a partir de la misma historia.
Kubrick y parte dle equipo de la película, en los estudios británicos de Metro Goldwyn Mayer / Keith Hamshere/Getty Images
2001 era el gran proyecto del director de Senderos de gloria y Lolita (otros títulos como La naranja mecánica y El resplandor llegarían después). Las expectativas eran muy altas y el secretismo durante el rodaje que impuso Kubrick, conocido por sus rarezas, generó hace medio siglo una infinidad de comentarios.
"Había días que Kubrick dejaba el set vacío. Solo él y los operadores de cámara podían estar presentes durante el rodaje", contaba entonces Arthur C. Clarke a Variety para desmentir que el misterio en torno a la película fuera un truco publicitario.
Algunas de las leyendas que acompañan al director y alimentan su fama de paranoico aseguran que contrataba a un hombre para que entregara sus cartas en mano. Pero la causa que retrasaba el rodaje una y otra vez era su obsesión por hacer un relato más cercano a la ciencia que a la ficción.
Que novela y guion se escribieran al mismo tiempo, a partir de El centinela, hacía que ambos relatos cambiaran continuamente y ralentizara el proceso de producción. El director llamaba a sus colaboradores a altas horas de la madrugada en busca de nuevas ideas, recordaba el productor Ivor Powell, quien formó parte del equipo técnico del proyecto.
Kubrick desechaba guiones ya finalizados para volver prácticamente al punto de partida e intentaba rodar casi a solas con los actores para no distraer su inspiración. También recurrió al técnico de la NASA Harry Lange, a quien pidió que diseñara de la forma más verosímil posible todos los artefactos espaciales que aparecían en pantalla. Muchos de ellos se mostraron por primera vez en el libro The 2001 File (Reel Art Press, 2016).
Diseños de Harry Lange y un fotograma de la película / The 2011 File, Reel Art Press
Diseños de Harry Lange mostrados en The 2011 File (Reel Art Press)
Cuanta más información recibía el cineasta, más grandes y detallados tenían que ser sus decorados y más profundidad psicológica quería dar a sus planos. Todo ello lo lograba con la técnica de ensayo y error, a costa de estirar el calendario de producción y también el presupuesto.
Desesperados al no poder forma a una historia tan compleja, Clarke y Kubrick decidieron preguntar al famoso astrofísico Carl Sagan. "No tenían ni idea de cómo acabar la película", dijo en su día el divulgador científico, tal y como recoge la edición estadounidense de Vanity Fair.
De hecho, cuando finalmente se estrenó en 1968, muchos de los críticos cinematográficos admitieron en sus reseñas no haber entendido cómo acababa el relato. Décadas después, la duda persiste para muchos espectadores, hasta el punto de existir páginas webs diseñadas de forma expresa para explicar el significado de la cinta.
Pero su llegada a salas comerciales no significó que la película estuviera terminada. El director recortó poco después el metraje más de media hora y la posterior aparición de escenas inéditas ha hecho que haya infinidad de montajes distintos de esta odisea.
A pesar de todo, 2001: Una odisea del espacio se convirtió en un referente que abrió las puertas a otros clásicos, como Blade Runner y Alien. Puede que HAL 9000 se adelantara a Siri y alguno de los dispoditivos parecieran iPads, pero 50 años después, sigue sin resolverse una de las grandes dudas de Kubrick: ¿existe vida extraterrestre?