Cecil B. DeMille, el director al que debemos los milagros del cine bíblico

Algunos de sus títulos se emiten cada Semana Santa en televisión

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Los efectos especiales en el cine son tan antiguos como el cine mismo. Ya aparecían en 1902 en El viaje a la luna de un Georges Méliès inspirado en Julio Verne. Pero, durante décadas, la ciencia ficción era contenido propio de serie B, así que la épica y los trucos visuales se reservaban para los relatos religiosos. El director Cecil B. DeMille, uno de los fundadores de Hollywood, hizo con ellos algunos de los títulos más taquilleros. Él era el Spielberg del género bíblico. Los diez mandamientos, Sansón y Dalila y El rey de reyes son suyas.

La escena se rodó hace más de 60 años, pero el momento en el que el Moisés interpretado por Charlton Heston separa las aguas del mar Rojo en tecnicolor en Los diez mandamientos (1956) sigue siendo uno de los más impactantes del cine.

Cecil B. DeMille era producto de su tiempo. Rodó las primeras películas de indios y vaqueros hace más de un siglo -la primera se estrenó en 1915- y también comedias sexuales y melodramas que retrataban la vida de los ricos en los años en los que nacía la sociedad de consumo.

Pero es el género bíblico por el que más se le recuerda y el que resucita cada Semana Santa en la televisión. Suyas son Sansón y Dalila (1949) y El rey de reyes (1927) -sobre la vida de Jesús de Nazaret-. Primero rodó Los diez mandamientos en 1923, en cine mudo y en blanco y negro. Luego, en los años 50, hizo un remake de su propia película.

Al estadounidense le iban los relatos épicos con grandilocuencia visual y sobredosis de extras. Para bien o para mal, a él le debemos parte del Hollywood que hoy conocemos. Sansón y Dalila ya encerraba muchas de las claves de las grandes producciones de acción actuales. Escenas de acción cuidadosamente coreografiadas, escenarios a gran escala y el uso de efectos visuales.

Martin Scorsese asegura que esos milagros visuales de DeMille fueron un referente en su vida: "Lo maravilloso superaba al contenido sacro. Mostraba una fantasía tan opulente que, si veías sus películas de niño, se quedaban contigo de por vida". Son las palabras del cineasta que recogía la biografía escrita por Scott Eyman, Empire of Dreams (Imperio de sueños).

Para el momentazo de Moisés y las aguas en Los diez mandamientos, el equipo de producción grabó la caída de agua en un gigantesco tanque en forma de U, instalado en los estudios de la Paramount.

El director tomó planos laterales de la cascada de agua para dar una mayor sensación de movimiento y luego reprodujo la imagen en sentido contrario.

Los efectos especiales que empleó en la versión original de 1927 son sorprendentes para la época, a pesar de rudimentarios. También empleaba la técnica de la marcha atrás.

En El rey de reyes, de 1927, incluyó un momento propio del cine de catástrofes de Roland Emmerich (2012, El día de mañana), que reproducen ante la cámara los efectos de plagas, terremotos, o tormentas. Puede verse a partir del minuto 07:40.

Puedes ir directamente al minuto 07:40

La fórmula de DeMille que aplicaba a estas películas religiosas resultaba infalible en taquilla: mostraba a lo grande los pecados humanos, que tanto despertaban el morbo del espectador, y hacía que los pecadores pagaran por ellos antes de que acabara la película, para contentar a los vigilantes de la moral.

Con esos mimbres, a nadie le sorprendía que gustara más al público que a la crítica. Fueron sus efectos especiales los que dieron a Los diez mandamientos su único Oscar, en 1957. Solo competía con otra producción, una película de ciencia ficción protagonizada por Leslie Nielsen: Planeta prohibido.

En cambio, la cinta protagonizada por Charlton Heston es la sexta película que más espectadores ha llevado a las salas en toda la historia del cine. Solo están por delante Lo que el viento se llevó, La guerra de las galaxias, Sonrisas y lágrimas, E.T. y Titanic.

De la Biblia a Hollywood

Cecil B. Demille (con la mano en su cintura) rodando en Hollywood en 1920. Bettmann / Getty Images

Cecil B. DeMille nació en una familia muy activa en la Iglesia Episcopal estadounidense y que se dedicaba al teatro. La lectura de la Biblia antes de irse a dormir era una de las actividades habituales en su infancia.

Al principio se dedicó son éxito a seguir los pasos de su familia en el teatro. Cuando decidió dar el salto al cine, lo hizo a lo grande. Su ambición cinematográfica fue clara desde la primera película, un western titulado The Squaw Man (1914).

Para poder rodarla, necesitaba un amplio espacio con el que cumplir sus ambiciones visuales. Se le ocurrió alquilar graneros a las afueras de Los Ángeles "en un lugar llamado Hollywood" que, por aquel entonces, nadie conocía.

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