El plan de disfrazarse y salir de fiesta en Halloween ha quedado descartado este 2020 debido a las restricciones sanitarias para intentar frenar el coronavirus. Sin embargo, siempre quedarán los planes de sofá, mantita y sustos. Aparte del clásico maratón de cine de terror –o cortometrajes para asustarse, pero rápido–, también puedes recurrir a un clásico: las historias terroríficas. Este año, además, puedes usarlas para asustar a amigos y familiares en una reunión por videollamada.
Para que puedas celebrar un Halloween en casa de sofá, mantita e historias de miedo, en Verne hemos preparado una selección de historias de terror. El pasado julio creamos un grupo de WhatsApp con monitores para que nos contaran anécdotas vividas en campamentos de verano, y hemos aprovechado para pedirles que nos cuenten las historias de miedo con las que asustan a los niños… Y a otros monitores. Además, también hemos recopilado algunas historias de terror populares recogidas en libros y páginas especializadas. Antes de empezar a leer, es obligatorio que pongas una luz tenue y una linterna encendida debajo de tu barbilla.
Cuando se cuentan estas historias, parte de la gracia es adaptarlas para que parezca que han ocurrido cerca de tu hogar. O del de la persona que quieras asustar. Hemos dejado un espacio en blanco (así: “[....]”) en todas las referencias geográficas para que las adaptes a tu manera.
Índice (haz clic en el título para ir a la historia)
1. Golpes en el coche
2. Yoduloso
3. Manitú
4. El loco bajo la cama
5. El desafío del cementerio
6. “¿Has subido a ver a los niños?”
7. Un cadáver en la cama
8. La mano huesuda
9. ¿Quién apagó las psicofonías?
10. Ven a jugar conmigo
11. La Cosa
12. Sitio para uno más
13. Anillos en sus dedos
Una familia, compuesta por dos pequeños y sus padres, viajaban por carretera hacia [....] cuando el coche se les averió. Los padres salieron a buscar ayuda y, para que los niños no se aburrieran, les dejaron con la radio encendida. Cayó la noche y los padres seguían sin volver cuando escucharon una inquietante noticia en la radio: un asesino muy peligroso se había escapado de un centro penitenciario cercano a [....] y pedían que se extremaran las precauciones.
Las horas pasaban y los padres de los niños no regresaban. De pronto, empezaron a escuchar golpes sobre sus cabezas. “Poc, poc, poc”. Los golpes, que parecían provenir de algo que golpeaba la parte de arriba del coche, eran cada vez más rápidos y más fuertes. “POC, POC, POC”. Los niños, aterrados, no pudieron resistir más: abrieron la puerta y huyeron a toda prisa.
Solo el mayor de los niños se atrevió a girar la cabeza para mirar qué provocaba los golpes. No debería haberlo hecho: sobre el coche había un hombre de gran tamaño, que golpeaba la parte superior del vehículo con algo que tenía en las manos: eran las cabezas de sus padres.
[Recopilada en el grupo de WhatsApp de monitores de campamento].
Hace unos años, en un campamento, hubo un grupo de jóvenes que, durante una excusión, se perdió. Tras varias horas perdidos, encontraron a un hombre solitario: llevaba un hacha a la espalda y no les daba buena espina pero, desesperados, le preguntaron cómo se llegaba al pueblo. A pesar de la primera impresión, el hombre resultó ser supergradable: les dijo que se llamaba Yoduloso y les acompañó hasta el pueblo, donde se despidió. Antes, se hizo una foto junto a los jóvenes.
El grupo de jóvenes contó en el pueblo que el hombre que los había llevado hasta allí se llamaba Yoduloso, pero los vecinos de la localidad dijeron que aquello era imposible. El único Yoduloso que había habido en el pueblo falleció hace más de 100 años, y murió de una forma horrible: un grupo de niños jugaba a la pelota y se le escapó, y Yoduloso fue a por ella. Llevaba un hacha en la mano y tuvo la mala suerte de tropezar y cortarse su propia pierna. Murió desangrado.
Los jóvenes escucharon incrédulos y pensaron que, incluso a pesar de las coincidencias del nombre y de que aquel señor también llevaba un hacha, era imposible que se trata de la misma persona. Sin embargo, cuando revelaron aquella foto que se habían hecho al llegar al pueblo, se percataron de algo que les hizo cambiar de parecer: Yoduloso había desaparecido de la fotografía.
[Recopilada en el grupo de WhatsApp de monitores de campamento].
Hace muchísimos años venía a los campamentos un joven llamado Manitou. Debido a su mal comportamiento, fue expulsado del campamento, y decidió vengarse. Durante toda la eternidad: aunque esto ocurrió hace muchísimo tiempo, Manitou sigue visitando los campamentos. Podemos saber que está cerca porque antes de su llegada puede escucharse un sonido similar al de un tambor.
En ocasiones, al despertar, algunos niños se han dado cuenta de que les habían dibujado en la frente, o por el cuerpo, una letra M en color roja. Está pintada con sangre.
[Recopilada en el grupo de WhatsApp de monitores de campamento. Según explican, esta historia va seguida de una noche de sustos para los niños de los campamentos: los monitores pueden dibujar una “M” cerca de las tiendas o simular el ruido de un tambor].
Esta es la historia de una joven de [....], llamémosla Sara. De pequeña, Sara tenía miedo a la oscuridad, hasta que adoptó a un perro que le hacía compañía. Durante años, Sara dormía tranquila porque sabía que bajo la cama estaba su perro, y si tenía miedo solo tenía que extender la mano: entonces, el perro empezaba a lamerla hasta que se quedaba dormida.
Así pasaron los años y Sara se hizo adulta. Una noche, en la radio, escuchó que cerca de [....] estaba en busca y captura un asesino muy peligroso. Sara, acompañada de su perro, no tenía miedo: se metió en la cama, extendió la mano hacia el borde y el perro, como todas las noches, empezó a lamerla.
Durmió del tirón y, al despertar, le sorprendió que el perro no se hubiera cansado de lamerle la mano en toda la noche. O eso creía: al abrir los ojos, encontró al perro muerto sobre el suelo de la habitación. Bajo la cama, un hombre seguía lamiéndole la mano.
[Recopilada en el grupo de WhatsApp de monitores de campamento].
Varias adolescentes habían ido a pasar la noche en casa de una amiga, aprovechando que sus padres estaban de viaje. Cuando apagaron las luces se pusieron a hablar de un viejo al que acababan de enterrar en un cementerio cercano. Se decía que lo habían enterrado vivo y que se le podía escuchar arañando el ataúd, intentando salir.
Una de las chicas se burló de aquella idea, así que las otras la desafiaron a que se levantara y fuera a visitar la tumba. Como prueba de que había ido, tenía que clavar una estaca de madera sobre la tierra de la tumba. La chica se fue y sus amigas apagaron la luz otra vez y esperaron a que volviera.
Pero pasó una hora, y otra más, sin que tuvieran noticias de su amiga. Se quedaron en la cama despiertas, cada vez más aterradas. Llegó la mañana y la chica no había aparecido. Aquel mismo día, los padres de la chica regresaron a casa y, junto al resto de padres, acudieron al cementerio. Encontraron a la chica tirada sobre la tumba… Muerta. Al agacharse para clavar la estaca en el suelo, había pillado también el bajo de su falda. Cuando intentó levantarse y no pudo, creyó que el viejo muerto la había agarrado. Murió del susto en el acto.
[De Tened miedo… Mucho miedo. El libro de las leyendas urbanas de terror, de Jan Harold Brunvand].
6. “¿Has subido a ver a los niños?”
Una adolescente está cuidando por primera vez a unos niños en una casa enorme y lujosa. Acuesta a los niños en el piso de arriba, y, cuando apenas se ha sentado delante de la televisión, suena el teléfono. A juzgar por su voz, el que llama es un hombre. Jadea, ríe de forma amenazadora y pregunta: “¿Has subido a ver a los niños?”.
La canguro cuelga convencido de que sus amigos le están gastando una broma, pero el hombre vuelve a llamar y pregunta de nuevo: “¿Has subido a ver a los niños?”. Ella cuelga a toda prisa, pero el hombre llama por tercera vez, y esta vez dice: “¡Ya me he ocupado de los niños, ahora voy a por ti!”.
La canguro está verdaderamente asustada. Llama a la policía y denuncia las llamadas amenazadoras. La policía pide que, si vuelve a llamar, intente distraerle al teléfono para que les de tiempo a localizar la llamada.
Como era de esperar, el hombre llama de nuevo a los pocos minutos. La canguro le suplica que la deje en paz, y así le entretiene. Él acaba por colgar. De repente, el teléfono suena de nuevo, y a cada timbrazo el tono es más alto y más estridente. En esta ocasión, es la policía, que le da una orden urgente: “¡Salga de la casa inmediatamente! ¡Las llamadas vienen del piso de arriba!”.
[De Tened miedo… Mucho miedo. El libro de las leyendas urbanas de terror, de Jan Harold Brunvand].
Un grupo de amigas había decidido ir a [...] para pasar unos días. Se registraron en el hotel y subieron a su habitación a dejar el equipaje, pero notaron un olor peculiar, como si se les hubiera olvidado sacar la basura o no hubieran tirado de la cadena del váter. Sin embargo, todo parecía estar en orden, así que se fueron y no volvieron hasta la última hora de la noche.
El olor había empeorado notablemente a lo largo del día y ya era casi insoportable, de modo que llamaron a mantenimiento para que localizara su origen. La persona que les mandaron miró debajo de las camas, dentro de los armarios, incluso olfateó los desagües y las ventilaciones, pero no pudo encontrar la fuente del olor. Al final, limpiaron la habitación con generosas cantidades de productos perfumados, pusieron la ventilación al máximo y desearon las buenas noches al grupo de amigas. La peste estaba, por el momento, enmascarada, y como ellas estaban agotadas, se fueron a la cama. Una de ellas escondió la cartera debajo del colchón, como acostumbraba a hacer en los hoteles.
Todas durmieron hasta bien entrada la mañana: grandes rayos de sol entraban ya en la habitación, caldeándola en extremo. El hedor seguía presente y más potente que nunca. Una de las mujeres, ya bastante irritada, volvió a llamar al departamento de mantenimiento para quejarse. Luego llamó al director del hotel para quejarse un poco más. Un pequeño ejército de personal de dirección y mantenimiento se presentó en breve, y una vez más, rebuscaron por todas partes sin resultado. Sin embargo, todos estuvieron de acuerdo en que el olor era inaguantable, así que dirección ofreció cambiar a las amigas de habitación.
Recogieron sus cosas para bajar al vestíbulo, pero cuando la señora que había escondido la cartera hurgó debajo del colchón, tocó algo que parecía sospechosamente una mano humana. Quitaron el colchón de encima de la cama y ahí, en un hueco practicado entre los muelles del somier, había un hombre muerto. Era evidente que lo habían asesinado en la habitación y el asesino lo había escondido entre el colchón y el somier. Había recortado una parte de los muelles del somier para que el cuerpo no formara un bulto en la cama.
[De Tened miedo… Mucho miedo. El libro de las leyendas urbanas de terror, de Jan Harold Brunvand].
Una niña de siete años se había quedado con su abuela en su pequeño piso porque sus padres se habían ido al cine. Todo fue normal, cenaron y se rieron un rato charlando juntas. A las diez de la noche, la abuela se puso a hacer labores de costura, y la niña se puso a ver la tele, pero de repente a la abuela le entró una sed increíble, y le dijo a su nieta si le podía traer un vaso de agua.
-Está oscuro -dijo la niña.
-No temas, sigue el pasillo, que justo al lado de la puerta del baño hay un interruptor.
La niña se decidió, y al entrar al pasillo no veía nada porque estaba muy oscuro, por lo que se arrimó a una pared y fue palpando y tanteando a ciegas en busca de un interruptor. Al seguir andando y llegar al marco de la puerta del baño, se paró y siguió tanteando, y de repente notó como una mano huesuda intentaba arrastrarla a la oscuridad del baño. La niña logró apartarse y fue llorando a su abuela. Desde entonces, la niña está en tratamiento psicológico. ¿Que pasó, si solo estaban ellas dos en la casa y la abuela estaba en el salón cosiendo?
[Del apartado Historias de miedo para campamentos de la web de cultura popular oral Anecdonet].
9. ¿Quién apagó las psicofonías?
Lo que me dispongo a relatar es absolutamente verídico y relativamente reciente, me ocurrió a mí hace aproximadamente seis meses. A mí el mundo del espiritismo, las psicofonías y demás me produce mucha curiosidad, pero a la vez me asusta.
Un compañero de clase me proporcionó un CD que tenía grabadas algunas psicofonías. Mi hermano me propuso llevarme un portátil para escuchar el CD mientras se duchaba, y así lo hicimos. Antes de escuchar la primera psicofonía una voz presentaba el CD y hacía una advertencia: “Nunca lo escuchen a oscuras”. En ese momento, para asustar a mi hermano, apagué la luz del cuarto de baño y él gritó: “¡Enciende la luz!”. Cuando la encendí, el disco ya no sonaba. Alguien le había dado al stop. Yo no fui, de eso estoy seguro porque tenía el dedo en el interruptor de la luz, y mi hermano tampoco, estaba dentro de la bañera y a más de dos metros del portátil. ¿Quién apagó las psicofonías? No lo sé, y no estoy seguro de querer saberlo.
[Del apartado Historias de miedo para campamentos de la web de cultura popular oral Anecdonet].
Hace un tiempo, una amiga mía y yo decidimos hacer espiritismo por primera vez, ya que nunca antes nos habíamos atrevido a hacerlo. Llamamos a otras dos amigas para que nos acompañaran, ya que a mí me habían dicho que probablemente con solo dos personas sería más difícil que pasara algo. Nos costó trabajo convencerlas, pero al final cedieron. Lo preparamos todo y, un poco asustadas, comenzamos a hacer la ouija.
Durante la sesión, una de las compañeras a las que habíamos llamado dijo: “Yo me voy de aquí, menuda tontería esta de la ouija”. Nosotras nos asustamos un poco y decidimos dejarlo para otro momento.
Al cabo de unos días, la compañera que se había ido me llamó aterrorizada, diciéndome que, de camino a casa después de haber ido a estudiar a la biblioteca, al pasar por delante de una casa en ruinas que hay cerca de su hogar, una niña vestida de blanco le había pedido que jugara con ella. Mi amiga le dijo que no podía ya que tenía prisa por llegar a su casa, y acto seguido, la niña comenzó a llorar con lágrimas de sangre. Mi amiga salió de allí corriendo y al llegar a casa fue cuando me llamó. Hasta ahí fue lo que me contó mi amiga. En un principio me lo tomé a broma, pero algo me hacía pensar que mi amiga hablaba muy en serio.
En mi habitación comencé a darle vueltas al asunto y me acordé del día en que habíamos hecho espiritismo y de las malas maneras con las que mi amiga se había retirado. Pensé que no tendría nada que ver y me dormí. Al día siguiente esa misma amiga me llamó porque iba a quedarse sola en casa estudiando y tenía miedo, así que decidí acompañarla ya que yo tenía también que estudiar. Cogí un autobús y, ya en su casa, nos pusimos a estudiar. De repente, oímos a nuestra espalda un ruido como de arañazos. Las dos miramos y comprobamos horrorizadas que la niña que ella me había descrito estaba sentada sobre la cama de mi amiga, arañando la pared. Salimos corriendo de la habitación y al llegar a la puerta observé que mi amiga no estaba, pero yo estaba demasiado asustada para esperarla.
Un rato después, la policía llamó a mi casa informándome de que mi amiga había muerto de un ataque de asma. La habían encontrado en las escaleras de su casa, con una expresión de terror en su cara. Yo estuve en tratamiento psiquiátrico unos meses y ya me estaba recuperando, pero el otro día, en mi buzón apareció una nota escrita con letra de niña pequeña que decía: “Tu amiga murió por no jugar conmigo. Tengo una muñeca nueva…”. Yo creo que es una broma, ya que nuestra historia se ha hecho bastante popular en el pueblo, pero por otra parte tengo miedo… ¿vendrá a por mí?
[Del apartado Historias de miedo para campamentos de la web de cultura popular oral Anecdonet].
Ted Martin y Sam Miller eran buenos amigos. Ambos pasaban mucho tiempo juntos. En esa noche en particular estaban sentados sobre una valla cerca de la oficina de correos hablando sobre nada en particular.
Había un campo de nabos enfrente de la carretera. De repente vieron algo arrastrarse fuera del campo y ponerse en pie. Parecía un hombre, pero en la oscuridad resultaba difícil saberlo a ciencia cierta. Luego desapareció. Pero pronto apareció de nuevo. Se acercó hasta la mitad de la carretera, en ese momento se dio la vuelta y regresó al campo.
Después salió por tercera vez y se dirigió hacia ellos. Llegados a ese punto Ted y Sam sentían miedo y comenzaron a correr. Pero cuando finalmente se detuvieron, pensaron que se estaban comportando como unos bobos. No estaban seguros de lo que les había asustado. Por lo que decidieron volver y comprobarlo.
Lo vieron muy pronto, porque venía a su encuentro. Llevaba puestos unos pantalones negros, camisa blanca y tirantes oscuros. Sam dijo: “Intentaré tocarlo. De ese modo sabremos si es real”.
Se acercó y escudriñó su rostro. Tenía unos ojos brillantes y maliciosos profundamente hundidos en su cabeza. Parecía un esqueleto. Ted echó una mirada y gritó, y de nuevo él y Sam corrieron, pero esta vez el esqueleto los siguió. Cuando llegaron a casa de Ted, permanecieron frente a la puerta y lo observaron. Se quedó un momento en el camino y luego desapareció.
Un año más tarde Ted enfermó y murió. En sus últimos momentos, Sam se quedó con él todas las noches. La noche en que Ted murió, Sam dijo que su aspecto era exactamente igual al del esqueleto.
[De Historias de miedo para contar en la oscuridad, de Alvin Schwartz].
Un hombre llamado Joseph Blackwell llegó a [....] en un viaje de negocios. Se hospedó en la gran casa que unos amigos poseían en las afueras de la ciudad. Esa noche pasaron un buen rato conversando y rememorando viejos tiempos. Pero cuando Blackwell fue a la cama, comenzó a dar vueltas y no era capaz de dormir.
En un momento de la noche, oyó un coche llegar a la entrada de la casa. Se acercó a la ventana para ver quién podía arribar a una hora tan tardía. Bajo la luz de la luna vio un coche fúnebre de color negro lleno de gente. El conductor alzó la mirada hacia él. Cuando Blackwell vio su extraño y espantoso rostro, se estremeció. El conductor le dijo: “Hay sitio para uno más”. Entonces el conductor esperó uno o dos minutos, y se retiró.
Por la mañana, Blackwell les contó a sus amigos lo que había pasado. “Estabas soñando”, dijeron ellos. “Eso debe haber sido”, repuso él, “pero no parecía un sueño”. Después del desayuno se marchó a la ciudad. Pasó el día en las oficinas de uno de los nuevos y altos edificios de la urbe.
A última hora de la tarde, él estaba esperando un ascensor que lo llevara de vuelta a la calle. Pero cuando se detuvo en su piso, este se encontraba muy lleno. Uno de los pasajeros lo miró y le dijo: “Hay sitio para uno más”. Se trataba del conductor del coche fúnebre. “No, gracias”, dijo Blackwell. “Esperaré al siguiente”.
Las puertas se cerraron y el ascensor empezó a bajar. Se oyeron voces y gritos, y un gran estruendo. El ascensor se había desplomado contra el fondo. Todas las personas que habían a bordo murieron.
[De Historias de miedo para contar en la oscuridad, de Alvin Schwartz].
Daisy Clark había estado en coma durante más de un mes cuando el médico dijo que finalmente había muerto. Fue enterrada en un fresco día de verano en un pequeño cementerio a un kilómetro y medio de su casa.
“Que descanse siempre en paz”, dijo su marido. Pero no lo hizo. A última hora de la noche, un ladrón de tumbas con una pala y una linterna comenzó a desenterrarla. Como la tierra seguía estando suelda, llegó rápidamente al ataúd y lo abrió. Su presentimiento era cierto. Daisy había sido enterrada portando dos valiosos anillos: un anillo de bodas con un diamante y un anillo con un rubí que brillaba como si estuviera vivo.
El ladrón se arrodilló y extendió sus manos dentro del ataúd para arrebatar los anillos, pero estaban totalmente adheridos a sus dedos. Así que decidió que la única manera de hacerse con ellos era cortando los dedos con un cuchillo. Pero cuando cuando cortó el dedo con la alianza, este comenzó a sangrar, y Daisy Clark comenzó a moverse. ¡De repente, ella se sentó! Aterrorizado, el ladrón se puso en pie. Golpeó accidentalmente la linterna y la luz se apagó.
Podía oír a Daisy salir de su tumba. Al pasar junto a él en la oscuridad, el ladrón se quedó allí congelado de miedo, aferrando el cuchillo con la mano. Cuando Daisy lo vio, se cubrió con su sudario y le preguntó: ¿”Quién eres?”. Al escuchar hablar al “cadáver”, el ladrón de tumbas corrió. Daisy se encogió de hombros y siguió caminando, y no miró hacia atrás ni una sola vez.
Pero llevado por su temor y confusión, el ladrón huyó en la dirección equivocada. Se lanzó de cabeza en la tumba aún abierta, cayó sobre el cuchillo que llevaba en su mano y él mismo se apuñaló. Mientras Daisy caminaba hacia su hogar, el ladrón se desangró hasta morir.
[De Historias de miedo para contar en la oscuridad, de Alvin Schwartz].
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