Alicia Aradilla, de 29 años y de Fregenal de la Sierra (Badajoz), además de su pasaporte, medicinas, ropa indispensable y calzado cómodo para embarcarse durante un año de viaje por el mundo, también empaquetó una caja de acuarelas, pinceles y libretas. Lleva diez meses viajando por Asia, un continente que ha retratado con sus dibujos de acuarela. Los comparte en su perfil de Instagram, seguido por más de 34.000 usuarios.
“En un viaje a Marruecos decidí comprarme mi primera caja de acuarelas pero el resultado fue tan desastroso que me frustré y no volví a intentarlo hasta dos años después. En 2015 regresé, dispuesta a vencer aquellos miedos y desde entonces mi libreta y mis pinceles me acompañan en cada escapada”, dice a Verne por correo electrónico desde Jaipur (India).
A través de sus dibujos al agua, inspirados en los cuadernos de Delacroix, va contando de una manera muy particular su recorrido, que comenzó en junio de 2017 en Irán, seguido de Rusia para hacer la ruta del Transiberiano, llegar a Mongolia, China, Tailandia, Malasia, Japón, Myanmar, Vietnam, Laos, Camboya, Filipinas, Indonesia e India, por ahora. A esta estudiante de Bellas Artes y a su acompañante de viaje y pareja, Sergio Alonso, les quedan aún dos meses y más países que visitarán, pero que aún no han decidido.
“Esta técnica tiene de especial su frescura, la capacidad de representar luces y sombras en pocas pinceladas a pesar del factor impredecible del agua sobre el papel, que convierte cada dibujo en un reto”, añade esta licenciada en Bellas Artes y Diseño Gráfico, que enseña cada día en una misma foto un lugar característico de la zona que visita y su representación a través de la acuarela con algún pequeño texto que acompaña.
“Para mí el dibujo comprende un espacio de tiempo mayor que el instante que capta una fotografía. Cuando te sientas a dibujar durante una hora todo lo que pasa a tu alrededor impregna el papel: cada conversación, cada anécdota… Todo está ahí. Al abrir el cuaderno y volver a ver el dibujo es como viajar en el tiempo, puedes revivir esa experiencia impresa en cada pincelada”, comenta. Y es que a esta extremeña no solo le gusta dibujar los monumentos típicos de cada lugar, también la comida, las costumbres y su gente.
Sentada entre media hora y una hora para acabar cada composición, en lugares muy transitados de turistas y locales, las reacciones de estos se suceden. “Una de las más comunes es la de buscar las siete diferencias: niños y adultos empiezan a fijarse en el dibujo y luego en la escena real e intentan averiguar qué parte estoy pintando, qué voy a hacer a continuación y hasta en alguna ocasión ¡han contado las ventanas de los edificios para ver si faltaba alguna!”, cuenta Aradilla.
“La mayoría de la gente siempre saluda y me dice que es muy bonito o que si puede sacarle una foto. Yo nunca me opongo y me halaga que les guste. Los que también son artistas preguntan por la técnica y a los niños les suele encantar sentarse a mi lado y simplemente ver cómo dibujo”, dice. Aunque de esos niños los hay que también se convierten en los “críticos de arte” más severos. Es el ejemplo de este niño indio que aparece en uno de los últimos vídeos que Alicia Aradilla ha colgado en su perfil de Facebook, y que ya han visto más de 1.200 personas.
Además de Instagram, donde también sube Stories en los que resuelve dudas a sus seguidores, o bien sube el making of de su publicación diaria, Aradilla condensa todas las experiencias en su canal de YouTube. Cada vídeo es un paseo por sus cuadernos, separados por países o zonas geográficas, y sus impresiones al dibujar esos paisajes.
Esta artista tuvo a su madre como primera maestra, que pintaba cuadros al óleo en el salón de su casa como hobbie -”Ese olor a aguarrás se convirtió en algo familiar muy pronto”-. A veces le pedía los restos de pintura de su paleta de mezclas para sus propias creaciones. Ahora los escenarios han cambiado y pueden ser tan complicados como el cráter del volcán Ijen en Indonesia.
“Nos despertamos esa noche a la una de la mañana para hacer un treking de 2 horas hasta la cima (con un desnivel de 600 metros). Al llegar descendimos con una linterna durante otra hora más hasta el interior para ver su famoso fuego azul con una máscara de gas puesta para protegernos del azufre que expulsa el volcán constantemente. Después busqué un buen sitio para sentarme a dibujar y ver el amanecer desde el cráter. Estaba agotada, hacía frío y todavía llevaba la máscara puesta ¡Ese olor a huevo podrido se quedó impregnado en el dibujo durante días!”.
A pesar de las complicaciones que algunos escenarios acarrean, hay otros, como la plaza Naqsh-e Jahan en Isfahan se convierten en un paraíso mental: “Me pasé la tarde dibujando y viendo cómo la gente llegaba al atardecer, colocaba su alfombra en el suelo, sacaba la comida y compartía sus termos de té. Los niños corrían dentro de las fuentes salpicando agua, refrescándose después del intenso calor del día. Intenté reflejar toda esa vida en los colores del dibujo”.
¿El destino soñado de Alicia donde impregnar sus cuadernos de acuarela?: “Resulta curioso pero he viajado a Cuba en dos ocasiones y como por aquel entonces no hacía cuadernos de viaje no tengo ningún dibujo de allí. Es un país que me fascina y si tengo la oportunidad de volver espero gastar todos mis colores en las increíbles calles de La Habana”.