"A mí me gustan mayores, de esos que llaman señores, de los que te abren la puerta y te mandan flores". Eso dice la cantante Becky G en su megahit Mayores, en el que cuenta también que le gusta que la traten "como dama" (aunque se le olvide en la cama). Quiere, en definitiva, un caballero.
En la canción le da la réplica el cantante Bad Bunny, que dice que él, que es joven, también puede llevarle el desayuno a la cama. Pero Becky G da a entender que no es lo mismo, que esos caballeros son cada vez más difíciles de encontrar. ¿Es porque nos hemos echado a perder como civilización o porque la caballerosidad ya no tiene mucho sentido?
Según la RAE, un caballero es (en su tercera acepción, que es la que nos interesa) un "hombre que se comporta con distinción, nobleza y generosidad". En el trato con las mujeres, esa caballerosidad se traduce en cosas como que te abran la puerta, te dejen pasar en el ascensor o te muevan la silla para que te puedas sentar sin tener que realizar tú ese engorroso esfuerzo.
Para entender por qué los caballeros no son simplemente señores que montan a caballo, sino que están asociados a todas estas actitudes, tenemos que remontarnos a la Edad Media. Fue entonces cuando, a golpe de romance, fue apareciendo en el imaginario poético colectivo ese soldado a caballo, muchas veces independiente, siempre noble, genial guerrero, religioso muy devoto y, como explica la especialista en historia literaria medieval Laura Ashe, dedicado amante. Lancelot tenía a Ginebra; Tristán, a Isolda.
Los caballeros de ahora ya no tienen que demostrar su valor y nobleza lanza en mano, así que se han quedado únicamente con la parte del galanteo y la seducción. En castellano, caballerosidad es sinónimo de galantería. Si buscas "galán español" en Google Imágenes (con "caballero español" siguen ganando las imágenes antiguas de soldados de caballería), la primera foto es de Arturo Fernández y la segunda de Carlos Larrañaga, que poco tienen que ver, al menos así a priori, con caballeros medievales, pero a los que nos imaginamos muy fácilmente soltando piropos, cediendo asientos y abriendo puertas.
Estas conductas caballerosas fueron normales e incluso bienvenidas durante mucho tiempo. Pero la popularización de las ideas feministas ha propuesto, especialmente en los últimos años, una revisión de la forma en que nos tratamos.
Esto crea a veces conflictos, como el que protagonizó hace tres años Arturo Pérez-Reverte, que le dedicó enfadadísimo una columna a una mujer que le dijo que el gesto de dejarla pasar era machista. Él se defendía diciendo que era un "reflejo instintivo", y que ni siquiera era porque ella fuese mujer, "que también", sino porque la buena educación "facilita la vida y crea lazos solidarios entre los desconocidos que la practican".
Amabilidad con doble filo
El problema llega cuando esta buena educación tiene sesgo de género. Es decir, cuando se distribuye de forma distinta a hombres y mujeres. La caballerosidad es una actitud que puede ser vista como paternalista y está muy relacionada con lo que se llama sexismo benevolente, que "enmascara la discriminación hacia las mujeres con conductas de protección y cuidado", explica María Lameiras, doctora en psicología y coautora de varios artículos académicos sobre cómo los estereotipos de género influyen en los adolescentes. Son conductas que representan la consideración de las mujeres "como seres inferiores y por tanto necesitadas de la protección y cuidados masculinos".
Al llegar disfrazado de cortesía, es un sexismo más difícil de detectar, pero que puede tener consecuencias prácticas. ¿Cómo? Por ejemplo, en un ambiente laboral, podría suponer que a las mujeres se les valorase con menos críticas negativas que a los hombres, pero también se les asignaran tareas menos complejas y no sean propuestas para ascensos, como mostraron varios estudios publicados en Journal of Management. La psicóloga especializada en relaciones de género Theresa Vescio también ha investigado entornos laborales con sexismo benevolente y cómo influyen en que las mujeres tengan un rendimiento más bajo.
Hay también investigaciones de distintos autores que mostraron que las adolescentes y adultas estudiantes que buscaban en su hombre ideal esa figura protectora y caballerosa tenían menos ambiciones académicas y profesionales. Además, según otro estudio, la simple exposición a un entorno sexista benevolente hace que las mujeres sean menos conscientes de la existencia de un status quo desigual y muestren menos interés en luchar por sus derechos. Resumiendo, se han estudiado, y probado, las consecuencias de este clase de sexismo en entornos laborales, académicos y personales.
No tan diferentes
Ciertos elogios, pese a su apariencia halagüeña, también pueden esconder esta clase de sexismo. Cuando un hombre, como Arturo Fernández en esta entrevista, dice cosas como que "las mujeres son mejores y más completas que los hombres", está cayendo en una actitud sexista. "Son expresiones que refuerzan y mantienen la visión de las mujeres como seres diferentes a los hombres, que deben ser ubicadas por tanto en lugares diferentes", dice Lameiras.
Cada vez que un hombre dice que él es un desastre para las tareas domésticas y que su mujer es quien de verdad tiene talento para la cocina, la limpieza o la plancha, perpetúa la idea de que "el ámbito privado de madre-esposas" es el lugar natural de las mujeres, para el que "disponen de mejores cualidades que los hombres". Para ellos, explica Lameiras, queda el ámbito público, en el que "se autoerigen como legítimos dueños del poder y el control sobre las instituciones y las mujeres".
En cuanto a la brecha generacional a la que Becky G dedica su canción (son solo los hombres mayores los que "te abren la puerta y te regalan flores") y que hace pensar que el sexismo benevolente es algo ya casi superado, las cosas no están tan claras. Los jóvenes han abandonado lo de ceder el asiento y abrir puertas, pero Lameiras explica que siguen ejerciendo este tipo de sexismo a través "del piropo y los comentarios positivos" sobre la apariencia, asociando así a la identidad de las mujeres "el valor de sus cuerpos" y su función "para ser usados por los hombres y para su placer".
En general, la buena educación es importante. Lo que afirmaba Pérez Reverte en su columna ya lo decía David Hume hace unos siglos con unas palabras casi calcadas. La cortesía, escribía el filósofo escocés, tiene "el propósito de facilitar el trato entre las almas y una pacífica convivencia y relación". Ahora bien, a la vista de los estudios mencionados, quizás sea importante plantearse si en realidad dispensamos por igual nuestra amabilidad a todas las personas, independientemente de su género.