Presentarse ante un grupo de adolescentes el primer día de clase, corregir una pila de exámenes, reunirse con padres y madres, lidiar con excusas por no haber terminado un trabajo o soportar las guardias en el patio. Todas esas actividades rutinarias de un profesor tienen un objetivo crucial (el de la educación de las nuevas generaciones, ni más ni menos), pero también un gran potencial cómico.
Nando López, docente y escritor de 42 años, utiliza su experiencia en situaciones como las mencionadas y las convierte en chiste. Lo empezó haciendo en papel –con el libro Dilo en voz alta y nos reímos todos, publicado en 2016 y descrito como “un manual gamberro de supervivencia en secundaria”- y terminó trasladándolo al universo digital. Ahora, sus cuentas homónimas de Twitter y Facebook suman 16.600 y cerca de 18.000 seguidores, respectivamente. Y se nutren continuamente de memes, comentarios jocosos y una audiencia fiel que los comparte como un saludo mañanero.
“Iba a ser una plataforma para presentar el libro de una manera simpática, pero lo que ha pasado en estos dos años es que se ha llenado de profesores, estudiantes, padres y madres que, de repente, encuentran en ese lugar un sitio en el que reírse de nuestro día a día”, explica por teléfono López, “y he continuado alimentándolo por el mero hecho de que es algo catártico”.
Cuando lo inició, comenta, solo se planteó dos condiciones: que fuera un humor constructivo, acentuando lo positivo, y que ironizara sobre lo vivido en el aula. “Al final, lo que recuerdo de mis clases es la emoción y lo mucho que te ríes de ti mismo, con los alumnos, con los compañeros… porque lo que dicen o lo que surge cada minuto es muy divertido. Y esto es un desahogo, pero sin componentes tóxicos, porque me da mucha pena cuando se habla de la educación de forma negativa”, reflexiona el autor, que después de más de una década de oficio pidió una excedencia hace cinco años para volcarse en la literatura, a la que también se dedica desde joven.
En estos días ultima la publicación -a finales de septiembre- de ¡En casa me lo sabía!, segunda parte de Dilo en voz alta y nos reímos todo. “El sentido del humor es una de las formas más lúcidas de relacionarnos y, sobre todo, de desdramatizar nuestra existencia”, arguye.
En este próximo volumen, por ejemplo, aborda el universo de los exámenes: “Es algo horroroso para todos. Para los alumnos por aprobar, para los padres que han ayudado y para los profesores por corregirlos. Sin embargo, todavía no hemos visto otro método que funcione. Y, además, la vida está llena de exámenes y hay que prepararse para ese estrés, pero no desde la sobredimensión de una prueba académica”, comenta López, que tiene en la recámara un arsenal de respuestas grotescas, de pretextos para justificar un suspenso o de relatos cuasi bélicos sobre cómo determinar una fecha que agrade a la mayoría o sobre la investigación para sonsacar el contenido. “Sin olvidar el gran paseo olímpico que supone ir por el pasillo con el taco de folios a repartir”, bromea.
Montajes fotográficos o pequeños diálogos que muestran el pavor de las llamadas paternas antes incluso de haber arrancado el curso, las desventuras con el resto de la plantilla para decidir el horario o las dificultades de enseñar con aulas superpobladas. “Creo que estas instantáneas provocan empatía con el gremio y también revelan ciertas realidades que no suelen aparecer”, razona López, que no deja de lado la crítica: “Hay gente que no sabe que hay clases con más de 35 personas o que nos pasamos muchas más horas que lo que se computa. Si te lo tomas en serio, el día a día es desbordante. He tenido otros oficios y he trabajado mucho menos que como profesor, porque además en este oficio hay actividades fuera del centro que no se ven”.
“Me duele que se hable mal de los jóvenes de ahora"
Está acostumbrado a las chanzas sobre el tiempo libre del maestro: “Lo de las vacaciones o los horarios es curioso, porque se trata de hacernos creer que la conciliación laboral es tener más horas a los niños en el centro y en realidad es luchar por unas mejores condiciones en los puestos de trabajo para pasar más rato con ellos”.
“No nos damos cuenta de que cada vez que se desprestigia al profesorado, perdemos calidad en nuestro sistema educativo. Y luego cuesta recuperarla”, añade. “Es verdad que con la crisis se nota una desmotivación general, pero también nos hemos rodeado de un discurso muy pernicioso, de un buenismo de taza de café, que no ayuda. Tenemos una serie de mantras que hablan de centrarse en la ilusión para conseguir cosas y, en realidad, se necesitan ilusión y medios".
Y añade "Si no invertimos en educación, estamos cerrando el puente al futuro, que es la clave de todo. Mis libros y memes también van en esta línea de concienciación”.
De hecho, el finalista del Premio Nadal en 2010 por La edad de la ira defiende a sus alumnos frente a las críticas habituales: “Me duele que se hable mal de los jóvenes de ahora porque son mucho más abiertos o mucho más empáticos. O de su relación con las redes: se las demoniza, pero son un instrumento. Hay muchos adolescentes que las usan para escribir o para introducirse en grupos de afinidad que antes no encontraban. Les subestimamos demasiado y me parece que tienen unos valores interesantes. Y son mucho más críticos de lo que pensamos”, expone, citando con orgullo las proclamas feministas o antirracistas que enarbolan habitualmente.
Aparte de estas reivindicaciones, su objetivo fundamental es “dejar de tomarnos demasiado en serio”. “Estamos todo el día mirándonos a nosotros mismos. El humor y reírse de todo es básico. Todos metemos la pata y creemos que lo que nos pasa es muy importante, pero qué va”, analiza López, que concluye con una defensa a ultranza de la educación: “Esto sirve para ilusionarnos. Los profesores no podemos partir del cualquier tiempo pasado fue mejor, porque este es un oficio de futuro. Si educas mirando hacia atrás, se resiente mucho”.