[Ya es primavera, aunque extraña, este año. Como hicimos en verano, en Navidad y Año Nuevo, queríamos traeros algo especial para celebrar la llegada de esta estación desde La Matяioska, la newsletter quincenal de Verne. Se lo propusimos a la escritora mexicana Brenda Navarro. Era el inicio del mes de marzo y no sabíamos que todo habría cambiado tanto. Ella nos escribió este relato, que habla sobre las primaveras que llegan después de los inviernos -reales y metafóricos- y que os traemos este domingo para disfrutar, más que nunca, en casa. Cuidaos mucho.]
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Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
A José Luis, lo voy a nombrar JL y a D la llamaré D. Hace poco menos de veinte años, JL le preguntó a D si creía posible que en algún momento de su vida pudiera ser solicitante de refugio. D, titubeó y dijo que sí, que todo era probable, pero mentía. No creía que eso pudiera pasar. La primavera siempre pervive. No importa la crisis, la guerra o el conflicto, después de los días oscuros, el ciclo de la vida empieza de nuevo.
D recuerda vagamente que en aquella reunión que tuvo con JL y otras personas más, éste quería sensibilizar sin parecer regañón, por eso entre broma y broma, soltaba retazos de recuerdos de su paso por un campo de refugiados en Europa del Este: un retazo con alguna anécdota de lo que implica gestionar una crisis de ese tamaño, otro retazo más del poco seguimiento real a la situación de cada persona dentro de esos lugares y luego, un pedazo grande antes de no volver a hablar del tema: un hombre llevaba días queriendo componer una radio vieja, hasta que lo logró. Una victoria que lo regocijó sólo por unos instantes porque la primera señal que recibió fue la de un noticiero que hablaba sobre uno de los partidos del Mundial de futbol soccer que se jugaba por ese entonces. De la radio polvosa y semi destartalada se escuchaban los cánticos de la afición y al locutor anunciando el resultado final así como los futuros partidos. El hombre, según JL, se puso a llorar y el aparato cayó al suelo para ser recogido por alguien más. Nadie dijo nada, la tela de recuerdos que por un momento sacó JL, no volvió a aparecer más a pesar de que D preguntó qué fue lo que había sucedido: ¿perdió su equipo? JL respondió que no, que aquel hombre esperaba escuchar a un mundo alarmado por lo que les sucedía a ellos y no fue así, las personas siguieron el curso de sus vidas. El hombre se sintió abandonado por la humanidad. No hubo primavera, a pesar de que, como lo aconsejó Kavafis, tuviera siempre a Itaca en su mente, porque llegar ahí era su destino. Ìtaca no era la primavera.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado
No puedo dejar de recordar a JL y a D y a la anécdota del radio dando malas noticias, porque de alguna manera, la sensación de que la humanidad abandonó a la humanidad nos recorre la mente de manera constante. Nos sentimos derrotadas, incluso cuando hay chispazos de esperanza y de alegría. El invierno se hace largo a pesar de nosotras.
¿De qué se conforma nuestra primavera en la actualidad? Ahora que los héroes son de carne y hueso y temen enfermar? ¿Qué nuevos quehaceres y cansancios vendrán sobre nosotras las mujeres para sostener ese heroísmo que nos sobrecarga? Me temo que nos quieren pintar una primavera que sea ese Leviatán descomunal que necesita someternos a un poder fuerte, para “protegernos”. ¿A qué queremos volver, qué noticias queremos que escuchen los refugiados cuando por fin sintonicen su radio? ¿Les permitiremos el refugio?
En aquella charla en la que participaron JL y D, ni ella ni sus acompañantes sabían que años después, la concepción del mundo tal y como lo conocíamos entraría en crisis. No imaginaban que tendríamos más miedo a esperar en un sofá que al cierre de fronteras. Todos son Ulises hasta que ya no. Todos queremos llegar a una aventurada y memorable Itaca, hacernos sabios, ganar experiencia para entender qué significan las Itacas, hasta que nos llega el momento de detener las Itacas de otros. No, definitivamente no hay primavera sin refugio.
Me urge que llegue esta otra primavera.
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