Hace apenas unas semanas, mientras cenábamos, mi pareja dijo algo que me dejó helado: "Creo que voy a dejar el queso". Mi reacción tuvo que parecerse bastante a esta:
Mi pareja lleva años siendo vegetariana, y como yo cocino para ambos, eso me ha convertido en casi-vegetariano. Sin embargo, hace un tiempo me advirtió de que, aunque lo hiciera de forma gradual, iba a convertirse en vegana. Desde el pasado enero, los huevos y la leche salieron casi totalmente de nuestra vida, y había sepultado las ansias de tortilla de patatas con kilos de mozzarella y parmesano. Hasta que me dijo que también dejaría de comer queso. Y, justo entonces, tuve noticias de la III Semana Mundial Sin Carne: una iniciativa global, que tuvo lugar del 15 al 21 de junio, que pretende eliminar los prejuicios contra las dietas basadas en vegetales.
Tal y como contábamos en este tema de Verne sobre la Semana Sin Carne, unirse a esta iniciativa era tan sencillo como dejar de comer carne durante una semana. Sin embargo, quien quisiera podía dar un paso más y seguir, por ejemplo, uno de los menús veganos que proponía la organización ProVeg, una de las promotoras internacionales de la Semana Sin Carne. Tanto Cristina Rodrigo, directora de ProVeg España, como el nutricionista Axel Ceinos, contaban que una de las claves para cambiar de hábitos alimenticios es animarse a cocinar. Cuanto más amplio sea el recetario y el abanico de ingredientes que sabes cocinar, más fácil será dejar de consumir productos animales y derivados. Como el queso. Con eso, me convencieron para intentar seguir, al menos durante una semana, una dieta completamente vegana. Estos han sido los éxitos y fracasos de mi semana sin carne ni productos procedentes de los animales.
En el supermercado
Una de las primeras cosas de las que me he dado cuenta al hacer la compra es que no tengo ni idea de la cantidad de productos veganos y vegetarianos que hay a día de hoy en cualquier supermercado. La primera parada para llenar mi cesta fue en un herbolario, para comprar los productos que no suelo comprar en mi día a día: seitán, tofu, hamburguesas veganas, queso vegano… Y, cuando fui a un supermercado a hacer el resto de la compra, vi que todos los productos veganos que había comprado estaban también en el súper donde normalmente hago la compra. Un viaje en balde.
Tal vez sea por mi desconocimiento sobre estos productos, pero sí tengo la sensación de que los procesados veganos no lo ponen nada fácil en cuanto al consumo de plásticos. A pesar de que visité tanto un herbolario como un supermercado, en ninguno di ni con un tofu, ni un seitán, ni unas hamburguesas ni un queso vegano que no fueran envueltos en plástico y, en algunos casos, sobreenvasados.
Mi compra vegana también me ha servido para comprobar si es cierto o no el mito de que ser vegano o vegetariano es más caro que comer de todo. En mi caso, el gasto en mi compra semanal de la Semana sin Carne ha sido muy similar al de semanas anteriores.
En la cocina
Antes de empezar la Semana Sin Carne sabía que era necesario saber qué iba a comer cada día, y que fuera apetecible, si no quería sucumbir a la tentación de asaltar el trocito de queso feta que me quedaba en la nevera. Decidí utilizar como base uno de los menús que proponía ProVeg, aunque cambiando algunas recetas por otras también veganas para gastar algunos ingredientes que tenían en casa y que, de otro modo, me caducarían. Este era el menú que preparé para mi semana sin carne.
No voy a mentir. Me ha pasado como en este Pantomima Full:
Aunque todo lo que he cocinado ha sido vegano, he dejado algunas recetas sin hacer por falta de tiempo, porque esta semana he invertido mucho más tiempo en la cocina que otras. Primero, por el desconocimiento de algunos platos, que hacía que tuviera que estar consultando los recetarios. Segundo, porque he utilizado muchos menos productos preparados que cuando cocino en mi día a día. Si hubiera hecho albóndigas de carne, por ejemplo, seguramente las habría comprado ya preparadas. Sin embargo, las albóndigas veganas que preparé este sábado estaban hechas desde cero, a base de proteína de soja, ajo, avena y caldo de verduras. Así que cambié algo más de tiempo en la cocina por menos procesados.
Los cambios que hice sobre la marcha en el menú semanal también fueron los responsables de algunos errores y aprendizajes. Por ejemplo, que no hay que dar por sentado que un producto procesado sea vegano solo porque su equivalente hecho en casa sí lo sea. Me ocurrió el viernes cuando, para salir de un apuro, recurrí a una sopa de sobre de cebolla. Cuando ya estaba hecha –y comida– se me ocurrió leer los ingredientes, entre los que había suero de leche. No creo que mi desliz le haya costado la vida a una vaca, pero me ha llamado la atención cómo algo tan vegano a primera vista como una sopa de cebolla puede llevar productos derivados de los animales.
En la mesa
Creo que la frase que más le he escuchado esta semana a mi pareja ha sido: “Pablo, esto está muy bueno”. No ha sido por hacerme la pelota: yo estoy completamente de acuerdo. De la decena de recetas que he preparado esta semana, más de la mitad van a pasar a mi equipo titular de comidas para este verano. La crema fría de zanahorias, el dip de queso crema vegano y espinacas y las albóndigas de soja y avena, las primeras. Aquí puedes encontrar las recetas de todas ellas.
Antes de que comenzara mi semana vegana, una de las cosas que más me preocupaba era descubrir, con el plato a medio preparar, que alguno de los ingredientes veganos que nunca había probado, como el tofu o el queso vegano, no me gustaran. Una vez cocinados todos han pasado el aprobado, aunque he de decir que los tópicos, en este caso, son bastante acertados: el tofu, por ejemplo, no sabe prácticamente a nada. Lo cual no es del todo malo, porque absorbe bastante bien el sabor de las especias, salsas o aderezos que le echemos al plato. Como en mi debut vegano del lunes, unos guisantes con tofu, especias y tomate seco:
Tal vez lo más decepcionante para mí haya sido, precisamente, el queso vegano. Mi esperanza de encontrar un sustituto digno del queso de leche animal se desvaneció en el primer intento, un queso “mediterráneo” –similar al feta en forma y textura– que sabía como si alguien que nunca ha visto ni probado un queso intentara replicarlo con una fórmula química. Su composición, con muchísimas grasas saturadas, también me recordó que el hecho de que un producto sea vegano, o vegetariano, no implica necesariamente que sea más sano que uno que no lo es.
Además de las recetas que puedes leer en el menú, muchas comidas y cenas las hemos acompañado de la santísima trinidad del picoteo vegano: picos de pan tostado, guacamole y hummus. Dentro de ese picoteo también tuve otro pequeño pecado vegano, del cual ni siquiera fui consciente hasta que no me avisó mi pareja: el martes, cuando no llevaba ni 48 horas intentando no comer derivados de los animales, se me ocurrió rematar la cena mojando unos picos en miel. “¿Sabes que eso lo hacen las abejas?”. Obviamente, sí lo sabía, pero se me había caído hasta ese momento en que no se consideraba vegana.
Finalizada la semana sin carne, creo que puedo decir que he cumplido con el objetivo principal, según contaba a Verne Cristina Rodrigo, de Proveg: “Se trata de facilitar la información y herramientas suficientes para que cualquiera pueda implementar una alimentación sin productos animales en su día a día”. Si me ha ayudado a resistir una semana sin mozzarella y parmesano, creo que vamos por el buen camino.