Animales, flores, frutas y toda clase de objetos inanimados son los elementos protagonistas de las naturalezas muertas, uno de los géneros más antiguos de la historia del arte. Para referirnos a estas composiciones, en España también usamos el término bodegón, ya que en muchas de estas pinturas aparecen representados elementos propios de las bodegas, muy especialmente los alimentos.
Encontramos composiciones con alimentos en la Grecia clásica y también en Roma por su innegable riqueza decorativa, tal y como muestran la diversidad de ejemplos conservados en los frescos pompeyanos. O el caso concreto de La casa de los ciervos de Herculano que, entre otros alimentos, guarda entre sus muros una suculenta cesta de melocotones pintada en torno al año 50.
La época medieval relegó la representación de alimentos a un segundo plano. Estos seguían apareciendo en las pinturas, pero siempre al servicio de las temáticas religiosas a las que acompañaban. En el Renacimiento, en cambio, se produjo un renovado interés por el mundo natural, lo que se tradujo en un mayor número de representaciones de bodegones.
La burguesía del siglo XVI adoptó el hábito de coleccionar nuevas especies de plantas, insectos, animales, frutas y objetos exóticos, en lo que se conocía como gabinetes de curiosidades o wunderkammer. Estas nuevas colecciones pusieron a disposición de los artistas nuevos objetos para sus creaciones. La elección de unos u otros respondía en ocasiones al gusto de los mecenas que encargaban la obra. Un ejemplo algo tardío de este hecho sería la atracción de Cosimo III de Médici por los cítricos y su afán por convertirlos en protagonistas de las pinturas que encargaba, fundamentalmente al pintor Bartolomeo Bimbi.
Los expertos consideran que el primer bodegón independiente y maduro de Europa fue el realizado por Caravaggio en 1596, en su Cesto con frutas, una obra de juventud que anticipa la importancia que adquirirá este género en el Barroco pleno. Aunque Caravaggio ya había representado cestos con anterioridad, esta es la primera y única obra suya conservada con un cesto como verdadero protagonista, representando las frutas veraniegas que integran la composición con un realismo pasmoso. Con esta obra, Caravaggio abre paso en un camino que seguirán numerosos artistas de todos los periodos, procedencias y estilos.
Es en el siglo XVII cuando las naturalezas muertas vivieron su apogeo. No es extraño, pues, que Bodegón de caza, hortalizas y frutas, de Juan Sánchez Cotán, una de las obras más representativas del pintor toledano a quien se le considera "el primer pintor español de quien conocemos bodegones", esté fechada en 1602. En buena medida, los pintores de la época representaban la realidad que les rodeaba, lo que provoca que las diferencias en las distintas zonas europeas sean bastante acentuadas. Es llamativa, por ejemplo, la riqueza de las mesas holandesas frente a las españolas.
Esta eclosión del género durante el Barroco hizo que también se popularizaran subgéneros, como el llamado vanitas, que ilustra el enorme poder alegórico de estas composiciones. Su intención es llamar la atención sobre la fragilidad y la brevedad de la vida, de ahí que normalmente aparezcan en ellas cráneos o esqueletos humanos, símbolos inequívocos de la muerte. Es lo que ocurre, por ejemplo, en la obra Vánitas, de Jacques Linard, fechada en torno a 1640 y 1645 y que cuelga en las paredes del Museo del Prado.
El surgimiento de las academias terminó de afianzar la consideración del bodegón: se consolida como un género imprescindible para el estudio y avance de la técnica pictórica. Los impresionistas toman este género para continuar con sus experimentaciones con la incidencia de la luz: las flores de Monet son, de hecho, bodegones al uso. Incluso los artistas más rompedores reinterpretan este género. Es el caso de los postimpresionistas, y muy especialmente de Van Gogh, cuyos girasoles rompen radicalmente las tonalidades empleadas en este tipo de pinturas. Así, las vanguardias siguen colocando el bodegón entre sus géneros predilectos. Picasso también inmortalizó numerosas naturalezas muertas en la búsqueda de su estilo propio.
Documentos históricos: zanahorias moradas, naranjas y negras
El bodegón se ha convertido sin comerlo ni beberlo (ya quisiéramos algunos) en un documento histórico valiosísimo para conocer cómo han ido cambiando los alimentos que comemos. Desde que los humanos empezaron a cultivar sus propios alimentos, estos han atravesado multitud de variaciones hasta convertirse en lo que hoy en día son. Los vegetales, como cualquier otro ser vivo, han ido evolucionando, y las frutas y verduras de antaño no se parecen ni por asomo a las nuestras. Los bodegones, además de su evidente valor decorativo, son una excelente herramienta para acercarse y conocer estos cambios.
Nada mejor que poner un ejemplo. La mayoría de las zanahorias que hoy consumimos son de color naranja pero, aunque parezca imposible de creer, estas hortalizas eran predominantemente de otros tonos como el morado, el blanco, el amarillo e incluso el negro. Fue el siglo XVI el momento en el que la producción de zanahorias naranjas toma la cabecera. Ocurrió en Holanda, zona que por aquel entonces se había convertido en el principal foco de cultivo de dicha hortaliza.
Aunque no existen evidencias históricas que lo confirmen, el cambio de color va acompañado de una curiosa anécdota: se piensa que los campesinos se centraron en el cultivo de zanahorias naranjas como una especie de tributo a la casa real holandesa, y más concretamente a la figura de Guillermo de Orange. Sea la historia de su origen cierta o no, lo que es innegable es que esta variedad de zanahoria acabó estando íntimamente ligada con los Orange, convirtiéndose en un auténtico símbolo de reivindicaciones políticas. Según el historiador británico Simon Schama, en el siglo XVIII la exposición de zanahorias naranjas en los mercados era un gesto ofensivo y provocador hacia el movimiento patriota holandés que se levantó contra la casa de Orange.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, la pintura holandesa del siglo XVII es un reflejo fiel de la transición entre las distintas variedades de la hortaliza, siendo algo común la representación de distintos tipos de zanahorias en sus bodegones. Sin ir más lejos, Escena de mercado de Pieter Aersren presenta, junto con otras frutas y verduras, los tres tipos de zanahoria comercializados en la Holanda del momento: la morada, la blanca y la recién surgida naranja.
Pero el de las zanahorias no es ni de lejos un caso aislado. De hecho, son muchos los expertos que utilizan el arte, y más concretamente los bodegones, para formarse una imagen clara de cómo eran los vegetales de antaño. Es el caso de Jame Nienhuis, horticultor y profesor de la Universidad de Wisconsin, que se sirve de la producción de Giovanni Stanchi, pintor italiano del siglo XVII, para enseñar a sus alumnos cuál era el aspecto de las sandías, como recoge este artículo de Vox.
Sandías, melocotones, peras y otra fruta en un paisaje, obra de Stanchi vendida por la casa de subastas Christie's en 2014 junto a otra naturaleza muerta del mismo autor, ofrece una imagen valiosa de la apariencia de una sandía a mediados del siglo XVII: la fruta del verano por excelencia era por aquel entonces de un rojo menos intenso, con una alta proporción de pepitas y un nervio blanquecino mucho más grande.
Las berenjenas fueron blancas, los plátanos apepinados y con grandes pepitas y los tomates pequeños, como la actual variedad cherry. Tenemos que reconocerlo: los vegetales que consumimos tienen poco que ver con los que degustaron nuestros antepasados y, sin quererlo, los bodegones se han convertido en fuentes a las que recurrir para conocer sus curiosos cambios.