Nicolás Copérnico estudió Derecho y Medicina, se formó con matemáticos y astrónomos, y pasó años trabajando hasta mostrar el logro que fue clave para abrir la puerta a la modernidad en el pensamiento científico europeo: sostuvo que era el Sol, y no la Tierra, el centro del sistema solar. Pese a ello, posiblemente, en una conversación de sobremesa, algún listillo le soltó: “¿El sol en el centro? No tienes ni idea, Nicolás; espera, que yo te lo explico”.
Listillos y enterados ha habido siempre, pero solo en los últimos tiempos se los ha empezado a llamar “cuñados”. Además de nombrar a la propia relación de parentesco, el nombre cuñado empezó hace unos años, al menos cinco, a designar a esa persona insoportable que parece saber siempre todo mejor que tú, que opina de todo vendiendo la opinión propia como la única válida y solucionando en dos frases problemas complejos con muchas aristas. Representamos a estos nuevos cuñados como sujetos con tanta soltura verbal como ranciedumbre mental, y así los han ridiculizado quienes crearon perfiles en Twitter como @CunadoDeTwitter o @CunadoMedieval. En sede parlamentaria, ha habido quien ha acusado al adversario político de ser un cuñado y hay biblias de los cuñados en forma de libros humorísticos (Mi puto cuñado; Soy cuñado, ¿a qué quieres que te gane?).
Ese cuñado que no es tu cuñado representa más bien a una especie de modelo de comportamiento; eso explica que se hayan creado derivados como cuñadismo (sustantivo similar a otros derivados en –ismo que significan corrientes de actuación: socialismo, protestantismo...) o cuñadista como adjetivo para quien practica tal manera de actuar (actitud cuñadista). La palabra cuñadismo rozó en 2016 el podio de la fama al ser una de las 12 candidatas a palabras del año según la Fundación del Español Urgente (Fundéu). Ganó populismo, seguramente porque faltó un verdadero cuñado en el jurado que le explicase las cosas al resto.
Lejos de postergar la figura del cuñado y de dejarla con el palillo de dientes en la barra del bar, podemos recorrer históricamente la palabra cuñado para observar que es tan elocuente y expansiva como el propio personaje al que ridiculiza. Veamos cómo la palabra se ha mostrado especialmente flexible en la historia del español para acoger nuevos significados.
A fines del siglo XX, cuñadismo se usaba con el sentido de “nepotismo que recae sobre un cuñado”, es decir, era equivalente a amiguismo; pudo influir en este significado el hecho de que llamasen cuñadísimo a Ramón Serrano Suñer (1901-2003), político casado con la hermana de Carmen Polo, esposa de Franco.
Estos usos derivaban del significado estándar de cuñado, palabra que en español general de hoy da nombre al hermano de tu cónyuge o al cónyuge de tu hermano; por ejemplo, Pilar Rubio es la cuñada del hermano de Sergio Ramos, René, y René es el cuñado de Pilar Rubio. Hay otro significado más de cuñado hoy: en español de hoy puede llamarse cuñado al que técnicamente es un concuñado o concuño, es decir, podemos llamar cuñado también al cónyuge de nuestro cuñado o al hermano de nuestro cuñado; o sea, solemos llamar cuñado a la pareja de nuestro cuñado (por ejemplo, la pareja de René Ramos, en rigor concuñada de Pilar Rubio, será seguramente llamada por ella cuñada). En algunas zonas de América, se llama cuñado a un amigo, aunque no se tenga ningún parentesco con él.
La lengua antigua reservaba para cuñado significados aún más amplios. Antes, el cuñado era cualquier pariente político, en cualquier grado. En latín la voz cognatus significaba pariente consanguíneo (natus significa "nacido" y el prefijo cog- viene de con, que señala a algo que ocurre conjuntamente). Cognados eran, pues, los familiares de nuestra misma estirpe; parientes afines eran, al contrario, los parientes políticos. El significado era bastante amplio, y así se recibió en castellano, que empleaba en sus orígenes cuñado como cualquier pariente, sobre todo los de la familia política, o sea, los no consanguíneos, justamente el significado opuesto al latín. Posteriormente, la voz cuñado parece ir especializando su significado para empezar a nombrar al cónyuge de tu hermano o al hermano de tu cónyuge.
Los derivados en la lengua antigua mostraban aún mayor soltura que hoy. Una obra histórica de Alfonso X, en el siglo XIII, habla de la “razón de la cuñadez” y junto con cuñadez estaban en el español antiguo derivados como cuñadía, cuñadío (la estirpe de cuñados), cuñadería (o conjunto de cuñados) o cuñadazgo, el estatus de ser cuñado.
El cuñado de la lengua antigua fue estrechando su significado para aludir primero al pariente, luego al concuñado y cuñado y luego exclusivamente al cuñado; al criticar hoy a los cuñados, al contrario, ampliamos el significado de la palabra, ya que la aplicamos a quien opina de todo creyendo tener razón, sea o no nuestro pariente: hay un ciclo de ensanchamiento y estrechamiento de significado en la palabra cuñado.
No hay, en cambio, respuesta lingüística, sino quizá antropológica a la pregunta de por qué simbolizamos en el cuñado ese rechazo a quien opina de más. El originalísimo gramático extremeño Gonzalo Correas recogía en el siglo XVII el refrán “Aquella es bien casada, que ni tiene suegra ni cuñada” para explicar maliciosamente que las relaciones con la familia política son más fáciles si no se dan; hay un refrán alemán que dice “La amistad de un cuñado es endeble” (“Bei einem Shwager ist die Freundschaft mager”). Debe de haber algo universal en la animadversión al cuñado.
Un cuñado nos diría, convencidísimo, que seguro hay un complot mundial contra los cuñados y que él lo arreglaría “en dos patadas”, más o menos como arreglaría la pandemia. Tengamos conmiseración: a algún Copérnico habremos refutado alguna vez su sólida teoría.