En el restaurante de cocina gallega O'Caldiño, ubicado en el barrio Salamanca (Madrid), siempre hay alguien que se para a observar la pared. De ella cuelgan fotografías aéreas de Pontevedra, Orense, La Coruña, Vigo y Tui. Cuando el fundador del negocio, Modesto Rodríguez, emigró desde Vigo a los 16 años, en 1975, lo hizo con el objetivo de ganarse la vida honrando la gastronomía de su tierra y creando un refugio para el resto de gallegos que, como él, echaban de menos sus raíces.
"Quisimos traer un rincón de Galicia a Madrid. Por eso compramos las fotos de las ciudades y zonas costeras más importantes y las colgamos aquí", cuenta Rodríguez a Verne por teléfono. "Hemos visto a mucha gente emocionarse al descubrir su ciudad desde una perspectiva aérea. Se quedan a buscar sus casas y a decirle a sus amigos: ‘Mira, ahí está mi casa, para que cuando vengas a Galicia sepas dónde encontrarla''. Añade que también tiene una foto desde las nubes de Madrid: "por lo bien que me ha tratado siempre".
La empresa a la que compró las fotos fue Paisajes Españoles, un negocio creado por Manuel Palazón, que decidió aunar su pasión por la fotografía y el vuelo para fundar, en 1955 y junto con su hermano José, esta empresa "líder en ofrecer un banco de imágenes aéreas de todos los pueblos y ciudades de España", tal y como la describe Natalia Palazón, hija y actual gerente de la empresa, que 65 años después sigue en pie. "La mayor parte de las fotos de los bares son nuestras".
Paisajes Españoles nació con un millón de pesetas (algo más de 6.000 euros), dos títulos de piloto y una avioneta. Los hermanos Palazón se repartían el trabajo: uno pilotaba y el otro hacía las fotos. Se pasaban días enteros volando. La primera afortunada en ser retratada a vista de pájaro fue la ciudad de Gandía (Valencia). Aunque la idea inicial del proyecto era crear postales de los pueblos y ciudades de España, esta elección vino motivada por el desarrollo de la construcción. "Mi padre vio que empezaba la actividad de construcción en la costa y que ahí podía haber potenciales clientes". Como, por ejemplo, promotoras en busca de terrenos. A Gandía le siguió Córdoba, en una fotografía en la que se aprecia a la perfección su famosa mezquita.
Una profesión plagada de riesgos
Tomar fotos de altos vuelos era arriesgado: las primeras cámaras pesaban hasta 11 kilos y, para atinar, el piloto tenía que hacer acrobacias que no podían mantenerse durante mucho tiempo. "Si era una fotografía oblicua, como las de Google Earth cuando pones el Street View, había que inclinar la avioneta para que no apareciera el ala en la foto, abrir parte de la ventanilla, sacar parte del cuerpo fuera y tomar la foto de manera que el horizonte saliera recto", explica Palazón. Una maniobra que tenía que hacerse en pocos segundos. "Cabía la opción de la fotografía vertical, como cuando ves en Google Earth la vista satélite, que consistía en poner la cámara en la panza del avión y darle al botón... pero a la gente le encantaba poder ver su localidad en tres dimensiones".
Los vuelos para hacer fotografías aéreas a veces se hacían largos, en ocasiones tediosos, y siempre estaban expuestos a dificultades meteorológicas o a fallos técnicos. Cada despegue era un accidente potencial. Dos años después del inicio de la actividad de Paisajes Españoles, en 1957, la avioneta en la que volaban José Palazón y su instructor de vuelo en el aeropuerto de Cuatro Vientos (Madrid) se estrelló. El tío de Natalia Palazón, y cofundador de la empresa, murió en aquel accidente a los 33 años.
"La fotografía aérea ha sido una actividad muy necesaria, y la gran pasión de mi padre, pero también dura y peligrosa. Sin las comodidades de geolocalización ni una precisa información meteorológica, los equipos de vuelo necesitaban mucho sentido común y pericia", explica Natalia. "Posteriormente hemos tenido que lamentar, con muchísimo dolor, otros dos accidentes aéreos donde fotógrafo y piloto fallecieron".
Tras la muerte de su hermano, Manuel Palazón tuvo que sobreponerse al luto y a la oposición de su familia, que empezó a temer por su vida. Decidió seguir volando solo en numerosas ocasiones y sujetando los mandos del avión con las rodillas mientras hacía las fotos. Por si fuera poco, a veces tenía que estudiar mapas físicos cuando le encargaban fotografiar una nave o un edificio concreto. Si se perdía por el camino, hacía bajar la avioneta hasta que alcanzaba a ver el cartel de entrada de alguna localidad, y entonces ya se orientaba. Y los riesgos no acababan ahí. "A veces los ayuntamientos pedían fotos de vertederos para ver su evolución," recuerda su hija. "Mi padre siempre me contaba lo nervioso que se ponía porque las gaviotas se acercaban muchísimo a las hélices".
La fama de Paisajes Españoles no tardó en dispararse. La empresa incluso llegó a un acuerdo con Correos para promocionarlas. "Contactaron con todos los carteros ofreciéndoles la ocasión de ser colaboradores de Paisajes Españoles. Les enviaban fotos de cada pueblo al cartero responsable del reparto en ese pueblo y cuando vendía la foto se llevaba una comisión", explica la gerente.
Funcionó, pero la gente quería más: "Al ver las fotografías muchos empezaron a pedirlas también en grandes dimensiones para decorar casas, oficinas y negocios", explica Palazón. Ahí es cuando la nostalgia entró a formar parte de la ecuación: para aquellos que emigraron a las ciudades en el éxodo rural, una fotografía de su pueblo desde esa perspectiva era un motivo de orgullo y una forma de regresar al calor de casa.
En su punto álgido, Paisajes Españoles llegó a contar con ocho avionetas y una plantilla de 40 empleados repartida por sus delegaciones en Madrid, Barcelona, San Sebastián y otras ocho capitales de provincia. Como los clientes no dejaban de pedir murales de sus localidades, decidieron montar un laboratorio fotográfico propio donde imprimir y enmarcar imágenes de todo tipo y tamaños.
De forma paralela también recibían encargos por parte de organismos públicos y privados para reflejar el crecimiento industrial y urbanístico de España, fotografiando fábricas, polígonos, edificios emblemáticos, cascos históricos, vías de tren y monumentos. Incluso el Ministerio de Medio Ambiente les encargó volar toda la costa para obtener documentación. Y más tarde, en 1997, se encargaron de fotografiar los avance de las obras del Museo de Guggenheim (Bilbao), mes a mes.
Manuel tuvo algún accidente, pero ninguno fue serio. "En varias ocasiones hizo aterrizajes de emergencia, una vez en un campo de labor y otra en una playa, llamando bastante la atención de la gente de la zona. Tuvo que venir la Guardia Civil a custodiar la avioneta mientras él declaraba porque llevaba a bordo todo su material, que en ese momento tenía un enorme valor económico", recuerda Natalia Palazón.
Viaje al corazón de Paisajes Españoles
Una de las cosas que distingue a Paisajes Españoles del resto de empresas de fotografía aérea es el gran banco de imágenes que empezaron Manuel y José Palazón y que continuó la siguiente generación hasta sumar un millón y medio de fotografías aéreas a mediados de los ochenta. Todas esas fotografías y sus negativos, cada uno guardado en un pequeño sobre, se han convertido en un auténtico tesoro celosamente protegido en una cámara acorazada del antiguo laboratorio fotográfico, ubicado en el barrio de Guindalera (Madrid).
De la mano de Natalia Palazón, y siguiendo las medidas de seguridad que corresponden a la pandemia, paseamos por las cámaras acorazadas del archivo fotográfico para conocer el antes y el después de una profesión que, según ella, "ahora ya es prácticamente residual". Caminar por sus pasillos es como viajar en una máquina del tiempo. Cada cajón guarda la historia de un instante que no volverá jamás. Cada sobre tiene la letra de Manuel Palazón registrando pueblos, ciudades, construcciones, playas y museos que han quedado congelados para siempre en ese papel encerado que cada día cobra más y más valor entre esas cuatro paredes. "Los paisajes de España son increíbles y estamos enamorados de ellos", confiesa la gerente y responsable de archivo.
Algunos incluso ya no existen. Palazón cuenta que una de las fotos más vendidas a lo largo de los años es la de Riaño "el viejo", un pueblo leonés que desapareció para siempre el 7 de julio de 1987, junto con otras ocho localidades de la zona, bajo las aguas del embalse homónimo, uno de los más grandes de Europa. A veces, en épocas de sequía, se puede intuir su esqueleto. Pero no ocurre muy a menudo. "Esa, por ejemplo, es una imagen irrepetible porque en el momento de la foto aún se ve el pueblo. Para los que vivieron allí, es un recuerdo precioso", apunta Palazón.
Entre las imágenes que más recuerda, Palazón incluye las siguientes: "También hay fotos de Barcelona y de Madrid muy interesantes que no tienen que ver nada con lo que hay ahora. Por la zona de Azca (Madrid), por ejemplo, pasaba un riachuelo en los años sesenta. Otra imagen llamativa es la de Bilbao en la época de los altos hornos. Se puede ver toda la ciudad cubierta por la polución".
"Aún llegamos a realizar 8.000 encargos en el año 2000", detalla Natalia Palazón. Su padre continuó pilotando y haciendo fotos hasta que su cuerpo se lo permitió y cumplió los 75 años en 2001. Muchas veces lo hizo de la mano de Conchita, su mujer, que decidió sacarse también el título de piloto a sus 48 años, en 1984. Ella sigue recordando esos vuelos con Manuel, que falleció en 2014. El afán por volar pasó de generación en generación: dos de sus cuatro hijos siguieron las huellas de sus progenitores y también se titularon como pilotos.
Que todas esas horas de vuelo hayan traído como resultado fotografías con la capacidad de hacer a alguien volar mentalmente a un lugar y un tiempo es uno de los principales orgullos de los Palazón. "En nuestra oficina hemos visto escenas de muchísima emoción", apunta la gerente. "En una ocasión un chico rompió a llorar al ver que en la foto del pueblo de su infancia aparecía su madre saludando en el patio. Había fallecido hace poco y para él fue un recuerdo tremendamente precioso".
El declive de la fotografía aérea con avionetas
En 2017, Paisajes Españoles dejó de volar con aviones propios: el último viaje recogido en su cuaderno de vuelo es desde Madrid al aeropuerto del Prat (Barcelona), en un frío diciembre. A partir de entonces, los hijos de Manuel Palazón dejaron de tener plantilla fija. Los cambios sociales lo requirieron, aunque la empresa sigue vendiendo fotografías del archivo a particulares, negocios y organismos públicos, además de trabajar, en ocasiones, con vuelos subcontratados y drones. Para gestionarlo y atender a los clientes se han quedado cuatro personas.
El primer desafío para Paisajes Españoles llegó con las primeras digitalizaciones fotográficas en los noventa. "Hasta entonces habíamos tenido nuestro propio laboratorio y todas las copias nos las encargaban a nosotros", recuerda Natalia Palazón. "Cuando aparecieron los escáneres y las fotocopiadoras notamos una fuerte caída en el volumen de negocio, porque alguien compraba la fotografía pero luego hacía copias en casa para toda su familia". Otro punto de inflexión importante fue la llegada de Google Maps en 2005, que democratizó la imagen satélite poniendo al alcance de cualquier persona con ordenador e Internet los paisajes que hasta entonces solo habían sido accesibles a bordo de un avión.
Aunque la relación en apariencia no sea tan evidente, la crisis económica de 2008 también puso en la cuerda floja a la familia Palazón. El sector de la construcción, principal víctima de la crisis, siempre había sido muy importante para Paisajes Españoles, puesto que uno de sus nichos de negocio era el de las fotografías aéreas de terrenos, edificaciones y obras. La explosión de la burbuja se llevó con ella casi todo. "Dejaron de construir y dejaron de encargar. Antes los Ayuntamientos nos pedían documentar cualquier cambio urbanístico. Y nuestra actividad fotográfica quedó muy mermada en esa crisis", recuerda Natalia Palazón.
En esos años, las restricciones a la aviación civil a partir del atentado del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas también llevaron a que particulares, Ayuntamientos y empresas redujeran sus encargos. "Había que pedir muchísimos permisos y gastar un montón de tiempo y recursos en requisitos de seguridad y papeleos, lo cual limita la actividad y encarece muchísimo el precio", explica Palazón.
Y, por último, el aterrizaje de los drones. Quizá el desafío más complicado al masificar la oferta de la fotografía aérea y obligar a legislar más duramente sobre la protección de datos y la privacidad tras los numerosos casos de fotografías no autorizadas en terrenos privados. "Cuando mi padre volaba no había problemas, pero ahora no podemos volar ni en zonas urbanas, ni en carreteras, ni donde haya gente. Solo en lugares privados o con permisos especiales para reportajes", lamenta Palazón.
A Paisajes Españoles no le ha quedado otra que adaptarse, como han hecho siempre. "Hemos utilizado todo tipo de películas y cámaras que han ido apareciendo en el mercado, incluso algunas que mi padre inventaba con adaptaciones", reconoce Natalia. Pero ahora, donde había avionetas, hay drones. La empresa hace ahora la función de archivo para fotografía judicial e histórica, así como reportajes muy específicos por encargo. El modelo de negocio ha cambiado por completo, pero la cámara acorazada de Paisajes Españoles sigue teniendo incluso más valor que antes. "Es un patrimonio documental único porque una sola foto puede salvar casas del derrumbe e incluso resolver juicios", destaca la gerente.
Tras descubrir todos los entresijos del archivo fotográfico de Natalia Palazón y sus hermanos, la puerta de la cámara acorazada se cierra. Detrás de ella quedan más de 50 años de fotografías que decoraron miles de paredes como las de O'Caldiño y dieron calor a los que dejaron sus hogares. Los tiempos han cambiado, las fotografías también, pero, en palabras de Natalia Palazón, "haber volado lo que hemos volado ha sido todo un privilegio. Y gracias a ello conservamos un valor inmaterial que se quedará para siempre con nosotros. Es el recuerdo de una sociedad que emigró y que recuperó su memoria más viva", concluye Natalia.
La fotografía aérea en España
Originalmente, la fotografía aérea en España estuvo en manos del Ejército como herramienta de vigilancia y delimitación cartográfica, aunque pronto empezó a adoptar un enfoque etnográfico y antropológico. Uno de los precedentes de Paisajes Españoles fue el fotógrafo costumbrista Ortiz Echagüe, de cuya muerte se cumplió en septiembre su 40º aniversario. En 1908 participó como plantilla de fotografía aérea en una expedición durante la guerra de Marruecos y, como explica el profesor de teoría del arte en la Universidad de Valencia, Hasan G. López, "descubrió que en ese tipo de fotografías había mucho más que un mero uso militar y censal, algo más estético". Entonces decidió tomar numerosas fotografías aéreas de Marruecos. También algunas ciudades de España, como Toledo y Córdoba, quedaron retratadas en su libro España: castillos y alcázares, publicado en 1960.
Lo que se da a partir de entonces, cuando la familia Palazón ya navegaba las nubes, es algo distinto. "Se convierte en una difusión en un contexto de masas. La imagen se incorpora como elemento decorativo. Había mucha gente que ya contaba con cámaras, pero que no podían hacer fotos desde el cielo. Cuando veíamos esas imágenes en los bares había una relación muy estrecha con el fenómeno turístico y con la práctica social de la decoración", explica López.
Aunque ciertas fotos de Paisajes Españoles han servido para mucho más que para colgar de una pared. Precisamente las fotografías que realizó Manuel Palazón sobrevolando las playas de España adquirieron un gran valor documental para analizar el cambio que el boom turístico de la década de los sesenta provocó en las costas, recurriendo a ellas las áreas de Urbanismo de diversos Ayuntamientos y también cientos de constructoras con el fin de conocer los avances del terreno. Estas instantáneas ilustraron además diversas publicaciones a principios del siglo XXI, como es el caso de la desaparecida revista de reportajes española Downtown o Quo, que en los 2000 las utilizó para seguir al dedillo el avance arquitectónico de ciudades como Chipiona (Cádiz), Puerto Banús (Málaga), Nerja (Málaga) o Rota (Cádiz).
Desde el punto de vista del profesor Hasan López, la fotografía aérea tal y como la conocieron los bares es ya un artículo del pasado porque la manera en que concebimos la fotografía ya no es la misma. "Tener una foto no era solo tener algo en casa, sino una práctica de acercamiento al lugar. En eso la fotografía digital ha marcado un cierto distanciamiento de lo que supone leer una foto", explica. "Antes te llegaba una postal y no la desechabas nunca porque eran las únicas noticias que tendrías de esa persona durante semanas. Hoy en día tenemos todo tan cerca que ya no necesitamos esa sensación de cercanía".