Ha llegado el día en que los sujetos que viven sin móvil se han convertido en noticia. Hace unos años, pongamos tres o cuatro, todavía quedaba un puñado de conocidos que se resistían. Pero hace tiempo que sucumbieron y se sumaron, también ellos, a la masa de ávidos usuarios de teléfonos inteligentes. ¿Se trata, acaso, de un embrujo colectivo? Antes nos reíamos de los japoneses que fotografiaban todo lo que se movía. Ahora, todos somos japoneses.
“Somos muy pocos los que tenemos el privilegio de vivir sin móvil. Una minoría oprimida”, dice José Luís Dader, Catedrático de Periodismo de la Universidad Complutense y principal fuente para este artículo, debido a la dificultad para dar con no-usuarios de menos de 100 años capaces de justificar su postura. “Hay cada día más presiones de bancos, tiendas, vendedores online, la administración que te piden el número de móvil para las transacciones. ¿Pero qué legislación establece que tengamos obligación de tenerlo? Si esto se da por hecho tendría que ser entonces rango de ley”.
“El móvil es sólo un trasto más con el que hay que cargar”, dice el escritor David Sedaris. Quizá esto sea cierto para Sedaris, que pertenece al reducido grupo de famosos que se jactan de no tener teléfono. Otros son el actor Christopher Walken (que, por no tener, tampoco tiene ordenador ni cuenta de email, claro que quizá no sea tan casual esa predilección por los personajes raritos), el cantante Elton John y la actriz Sarah Jessica Parker. Sin embargo, si no dispones de un ayudante que vaya abriendo la puerta allí por donde pasas, como sospechamos que es el caso de los mencionados, esta es una renuncia que, de entrada, parece complicada.
Las sirenas de un smartphone dejan en pañales a las de Ulises. Unos 19 millones de españoles viven conectados y consultan el teléfono 150 veces al día, según el informe La sociedad de la información en España de la Fundación Telefónica. Este informe corresponde al 2013, así que probablemente las cifras sean hoy más abultadas. No hacen falta demasiados sondeos, de todos modos. Basta coger el metro o el autobús en una gran ciudad para ver que sin móvil no somos nadie. Hasta las revistas de cotilleo en la peluquería o el dentista palidecen en comparación a la tentación de participar en el último chat.
“El teléfono cambia los dispositivos de la mente a la hora de decidir cuándo se presta atención al mundo exterior y cuándo no”, señala Dader (una aclaración: tiene un móvil en su coche por razón de seguridad, en caso de accidente). Cuando la interfaz digital se vuelve más importante que el rostro de la persona que tenemos delante, lo que se produce es la “pérdida de una riqueza social y personal”, lamenta.
Nada de esto ocurría cuando los fijos ocupaban un lugar en nuestras vidas. Eran tiempos no tan distantes, y sin embargo algunos sienten nostalgia. “El teléfono inmóvil amortigua la soledad en invierno y está lleno de voz de madre. A pesar de sus limitaciones e imperfecciones, resulta entrañable y anacrónico”, escribe Iñaki Berazaluce. “Desde el rincón en el ángulo oscuro, rodeado de macetas o tal vez colgado del muro, como el icono de una religión olvidada, el teléfono inmóvil ve pasar a los habitantes de la casa, atentos cada cual a las instrucciones que recibe de la pantalla de su teléfono móvil”.
Las objeciones de Dader son prácticas, no sólo poéticas. La necesidad de dejar vagar la mente, la organización del tiempo libre sin el pitido constante de los Whatsapp, o la intrusión en la intimidad que supone estar localizable en cualquier momento. “Hay una nueva patología producida por la sensación de que siempre hay que responder de inmediato”, señala. Consecuencia directa, probablemente, de la nomofobia, el palabro de reciente creación para describir una sensación igualmente nueva, el miedo incontrolable a salir de casa sin el teléfono móvil.
El profesor, que trabaja con las nuevas tecnologías (imparte la asignatura Ciberpolítica y ciberdemocracia, así como cursos de periodismo de datos) reclama su derecho a decidir en qué momento está a disposición de otros en su tiempo de asueto. “Ahora se produce una tendencia a la inmediatez muy fuerte. Aunque las nuevas tecnologías nos han llevado a todos a acortar tiempos de actuación social, en los ordenadores esto no se hace de forma tan simultánea; es más fácil organizar el tiempo”, indica Dader.
¿Cómo reaccionan los familiares de este sin-móvil? La presión todavía existe. “Esto forma parte de un fenómeno social de la búsqueda ansiada de la seguridad. Las mamás dan el móvil al hijo para tenerlo localizado. Las familias consideran que han de tener ese cordón umbilical constante con seres queridos porque así se aseguran su bienestar. Existe una obsesión maniática por la búsqueda de la seguridad”, indica Dader.
En su libro La inseguridad social, el sociólogo francés Robert Castel abunda sobre este fenómeno. “La exasperación de la preocupación por la seguridad engendra necesariamente su propia frustración, que alimenta el sentimiento de inseguridad”, escribe. En la búsqueda de herramientas que nos aseguren la ausencia de riesgo, el rey es el teléfono. Pero la paradoja es que lo que se consigue es caer en un bucle de ansiedad, ya que la vida es impredecible. La maceta que te cae desde el cuarto piso. La picadura de la avispa. La indigestión con una espina.
“Cuando explico mis razones mucha gente reacciona con molestia. Pero si supieran lo que se están perdiendo, el enriquecimiento de su vida personal, el mayor control, seguro que se distanciarían del móvil”, indica Dader. “Se reúnen los amigos a tomar una cerveza y toman una foto y la envían a otros. Esto es algo que hace 10 años era un hábito social inexistente. Trasladamos la inmediatez de cualquier actividad al entorno de las personas que conocemos. Esto tiene su utilidad en algunos momentos, pero en otros es un comportamiento frívolo e intrascendente que nos priva de algo de mayor calado”.
Dader está recién llegado de Argentina, donde ha disfrutado parte de su año sabático, y en breve vuelve a hacer las maletas. Así que la pregunta es inevitable. ¿Cómo se las apaña un viajero sin Google Maps y todo el batallón de apps que hacen, o eso creíamos, la vida más fácil? “Suelo viajar con GPS. El resto de las cuestiones las resuelvo como hacíamos antes, planificando de antemano. También me gusta preguntar a la gente. Una cosa tan simple como quedar con una persona lo resolvías con antelación. Llegabas a ese lugar y esperabas a que apareciese. A veces no se cumplía. Te quedabas un rato y ya está. No vivíamos con la sensación de angustia constante que ahora tiene mucha gente”. Amén.