La persona impuntual, ¿nace o se hace? ¿Existen diferentes tipos de impuntualidad? ¿Somos cada vez menos puntuales, en la era del whatsapp? ¿Puede un país ser poco dado a la puntualidad? Y, sobre todo, ¿existe cura para esta enfermedad? Estas cuestiones, que desgranamos a continuación, sólo parecerán livianas a los afortunados que no conviven o trabajan con un llegatardista. Para el resto, cualquier ayuda es poca.
¿El llegatardista nace o se hace?
La pregunta de partida es irresoluble en el contexto de este artículo (la sugerimos, eso sí, para la próxima convocatoria de Selectividad), pero hay un matiz importante con el que respondemos, de paso, otra de las cuestiones: nacer en un país como España no ayuda. Este es un país donde la falta de puntualidad no está mal vista, donde uno llega sistemáticamente tarde a las reuniones con amigos porque, si no lo hace, será la única pardilla sola en la mesa del restaurante durante tanto tiempo que, cuando lleguen los otros comensales, es posible que ya esté piripi.
Javier Rivero-Díaz, conferenciante y profesor en Instituto de Empresa, cree que comparado con los vecinos del norte de Europa, la puntualidad nos cuesta mucho trabajo. No obstante, cree que tan importante como el contexto cultural es el entorno del que uno se rodea. “Uno también educa a sus contactos. Así la gente acaba siendo respetuosa contigo”. Rivero-Díaz, por ejemplo, no deja entrar en clase a los alumnos que llegan un minuto tarde. “Luego me lo agradecen. Ser puntuales les será de gran ayuda en su vida personal y profesional”, asegura.
“Penalizamos a los asistentes y nos compadecemos de los no presentes. Por supuesto que cualquiera puede no ser puntual a causa de un imprevisto. El problema surge cuando se convierte en un hábito y mostramos una falta de compromiso, cuando no de respeto”, apunta Daniel Aguayo, experto en productividad personal.
¿Existen diferentes tipos de tardones?
En su libro titulado Never be late again (que podríamos traducir como "Nunca llegues tarde de nuevo"), la consultora estadounidense Diana deLonzor clasifica a los tardones en siete categorías, aunque advierte de que lo habitual es pertenecer a dos o más al mismo tiempo:
- Los distraídos. A esta categoría pertenece el amigo que te felicita por tu cumpleaños un par de semanas después, que va a coger un avión el día que no es o que pierde una consulta médica porque se equivoca de fechas.
- Los que apuran hasta el último momento. Las personas de este grupo juran y perjuran que son más productivas si se encuentran bajo presión. A veces es difícil motivarlos si no hay algún tipo de crisis de por medio.
- Los productivos. Son los que desean maximizar el tiempo hasta extremos imposibles, y que utilizan el “pensamiento mágico” que consiste en infravalorar la cantidad de tiempo que verdaderamente lleva completar las tareas pendientes. Como odian malgastar el tiempo, se organizan de forma que vayan a emplear cada segundo de cada minuto aunque sea a costa de hacer esperar a los demás.
- Los que nunca admiten su falta y saltan de excusa en excusa. Este grupo de personas vive una época dorada gracias al uso del whatsapp, que los absuelve de sus faltas una y otra vez.
- Los que carecen de autocontrol. A esta categoría pertenecen no pocos distraídos.
- Los que buscan hacerse los interesantes llegando tarde. Que suelen ser los mismos que apuran hasta el último momento.
- Los rebeldes, que utilizan la falta de puntualidad como una forma de demostrar su poder. Quizá tuvieron padres que los hacían levantarse dos horas antes para llegar a tiempo a la escuela, y utilizan ahora la impuntualidad como una forma de rebelión, olvidando que los que pagan el pato probablemente ya no son los padres sino amigos y colegas que no tienen la culpa de nada.
¿Somos cada vez menos puntuales, en la era del whatsapp?
Sin duda está cercano el día en que Metroscopia realice un sondeo sobre la influencia de la mensajería instantánea en la falta de puntualidad de una población. Por ahora, si nos fijamos en lo anecdótico concluiremos que whatsapp y similares son una bendición para los tardones, que cuentan con todas las facilidades del mundo para echar la culpa a otra cosa (desde el tráfico a la llamada de última hora del jefe) para lo que en realidad es una falta de atención, respeto, previsión, o habitualmente, las tres cosas juntas. El consejo de Rivero-Díaz a este respecto es hacer una llamada (de voz, claro) lo antes posible, en deferencia a la persona que nos espera y para asegurarnos de que, efectivamente, la cita se mantiene.
¿Existe cura para esta enfermedad?
Probablemente no. “Decirle a alguien que llega crónicamente tarde que sea puntual es como plantearle a una persona a dieta que no coma tanto”, señala DeLonzor, la autora del libro. Y, sin embargo, hay que intentarlo, so pena de quedarte sin amigos, trabajo ni perro que te ladre.
El primer paso es reconocerlo, quizá el principal escollo. Rivero-Díaz cree que es importante reflexionar sobre el mensaje que se transmite con la puntualidad: “Que respetas a la otra persona. Que eres alguien en quien se puede confiar. Que se puede contar contigo. La impuntualidad habla de todo lo contrario”. Rivero-Díaz cree que no llegar a la hora que decimos equivale a mentir. “Viéndolo así, nos tomaremos en serio lo de cumplir”. ¿Significa esto que existe cura para la enfermedad? Aunque sea anatema entre los tardones, que invariablemente hacen oídos sordos a esta propuesta, la solución es simple: convertirse en llegaprontista. Casi nada.
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