El cadáver del director de cine mudo F.W. Murnau ha sido profanado. Alguien abrió el ataúd de metal donde reposaba su cuerpo embalsamado y lo decapitó en el cementerio de Stahnsdorf, a unos veinte kilómetros de Berlín. Las tumbas de los hermanos del director, situadas muy próximas a la suya, no fueron profanadas, y junto al ataúd se encontraron restos de cera, lo que hace pensar en un móvil de tipo ocultista.
La dificultad de descansar en paz
El triste destino de los restos de Murnau se ha convertido a lo largo de hoy en trending topic tuitero debido a lo estrafalario del caso. Se da la circunstancia, sin embargo, que la biografía del director alemán está llena de rumores, maledicencias y detalles escabrosos, empezando por su propia muerte en un accidente de tráfico en 1931, con solo 42 años de edad.
Murnau, nacido en 1888 en Alemania, es uno de los grandes nombres del expresionismo alemán, la corriente artística condenada por los nazis como “arte degenerado” y que, en su vertiente cinematográfica, tiene representantes tan míticos como El gabinete del doctor Caligari. En Alemania, Murnau rodó, además de su increíble adaptación de Drácula, un extraordinario Fausto en 1926. Emigró a Hollywood en 1926 y filmó tres películas más, entre ellas Amanecer (1927), que arrasó en la primera edición de los Oscar debido a su revolucionario empleo del lenguaje cinematográfico.
Una semana antes del estreno de la que sería su última película, Tabu, Murnau tuvo un accidente de tráfico en Los Angeles, en el que falleció debido a... un fuerte golpe en la cabeza. El chófer era un criado filipino de 14 años. Abiertamente gay, como tantas otras personalidades del Hollywood de aquellos años, su muerte fue la comidilla de la industria tal y como refleja el cotilla oficial de la época, Kenneth Anger, en su imprescindible Hollywood Babilonia: “Murnau había contratado como criado a un bello muchacho filipino de catorce años llamado García Stevenson (...). Las viperinas lenguas de Hollywood no tardaron en afirmar que, cuando el vehículo se salió de la carretera, Murnau estaba practicando una delicada fellatio sobre García”.
Un morboso detalle que añade folclore y extravagancia a la figura del director de Nosferatu. Cinta, que a su vez, tiene unos cuantos puntos de interés muy enigmáticos.
Sinfonía de la noche
La historia oficial de Nosferatu (1922) es sumamente turbia: se trata de una adaptación no oficial de la novela Drácula de Bram Stoker, que adapta elementos de la trama, personajes y, por supuesto, la figura del terrorífico vampiro para componer una película soberbia. El primer gran clásico del cine de terror pero... de naturaleza pirata. Durante décadas, Florence Stoker, viuda del autor de la novela, persiguió las pocas copias que iban quedando por el mundo con el fin de quemarlas y hacerlas desaparecer del mapa. Por suerte, coleccionistas y exhibidores, conscientes de que el público de la época caía subyugado a los pies del grotesco vampiro colmilludo, fueron esquivando los requerimientos legales de la viuda, consiguiendo que la película fuera sobreviviendo. Pero además de esta turbia carrera, hay otro detalle: Nosferatu fue producida por Prana Film, una compañía creada con el único fin de sacar adelante la película, y constituida por destacados miembros de sectas ocultistas.
El primero y principal, Albin Grau, que figura en los créditos de Nosferatu como diseñador de decorados y vestuario. Pero su participación va mucho más allá: la idea de adaptar Drácula, la producción de la película y la mayoría del contenido esotérico de esta proceden de Grau. Después de la Primera Guerra Mundial, Grau se introdujo en los círculos ocultistas berlineses y fundó en 1921 junto a Enrico Dieckmann la productora Prana Film. Perteneció a la OTO, la sociedad esotérica que llegó a comandar nada menos que el mago Aleister Crowley en fechas muy próximas a la entrada de Grau en la orden, aunque a este le repugnaban las ideas anticristianas de Crowley, que por entonces se hacía llamar La Gran Bestia 666. Pese a ello, la influencia de Crowley se hace palpable en algún libro de Grau, teosofista convencido, como el Libro de la hora cero (1925).
Estas bases ocultistas empapan la película de la productora Prana Film desde el mismo nombre de la compañía: Prana es un término sánscrito que habla de la fuerza o fluido vital, lo que muchos pensadores han identificado con la sangre y que tan íntimamente relacionado está con la mitología vampírica. Esta idea se transmite a la película, donde Nosferatu no es exactamente un monstruo chupasangres, sino una especie de cuerpo astral desprovisto de vida (Grau bebió aquí de las ideas del alquimista medieval Paracelso), y por eso se disuelve al entrar en contacto con la luz solar. Ese trasfondo ocultista de Nosferatu se plasma no solo en estas ideas abstractas, sino en detalles como las cartas que se intercambian Nosferatu y Knock, repletas de signos incomprensibles y que muchos afirman que podrían obedecer a un código ocultista aún sin descifrar.
Volvemos a Murnau: ¿qué tiene que ver él con todo esto? Luciano Berriatúa, posiblemente nuestro mayor experto en cine expresionista alemán, afirma en su libro Nosferatu: Un film erótico-ocultista-espiritista-metafísico (que fueron las palabras que Grau utilizó para definir la película en su día) que “Murnau era ateo y no estaba muy interesado por el ocultismo. Pero sí que estaba muy interesado por hacer películas y le gustaba el cine fantástico”. El interés de Murnau en el aspecto oculto de Nosferatu es, pues, muy tangencial, pero como tantos otros directores de cine (de Roman Polanski a Orson Welles) no necesariamente vinculados a la práctica de la magia, supo usar ese halo de misterio para que las imágenes de Nosferatu fueran crípticas y fascinantes.
Puede que la decapitación del cadáver de Murnau no sea más que una salvajada sectaria por parte de unos tronados con túnicas. Pero no hace falta sacar a la luz una conspiración mágica para detectar en esta profanación el inquietante aroma de lo oculto. El mismo que empapa cada fotograma de Nosferatu.