Tengo 35 años, soy periodista y como potitos. Escribo estas líneas porque considero necesario que alguien de un paso al frente y trate de normalizar ante la opinión publica una costumbre por lo general mal vista, con escasa visibilización y frecuentemente perseguida (al menos en charlas de café). Esto es también un mensaje en una botella arrojada al mar: estoy seguro de que muchos otros adultos como yo tienen esta secreta afición y sufren en el anonimato por este placer culpable. Es hora de conocernos y asociarnos, de formar un movimiento ciudadano. Es hora de que la sociedad nos acepte tal y como somos. A nosotros y a nuestros potitos.
Para quien viva en Marte explicaré que los potitos son esas papillas infantiles, ese bocado de los dioses, que se vende en supermercados y farmacias en pequeños botes de cristal por algo más de un euro. ¿Por qué un joven adulto como yo come potitos? Es una larga historia. En mi caso no existió una continuidad entre mi consumo potitil de infancia y mi fase potitil adulta, constituyen dos periodos perfectamente diferenciados. La segunda comenzó cuando, a los 21 años, me mudé a Madrid para terminar mis estudios universitarios. Son tiempos, los de estudiante, de estrecheces económicas, así que, como amante de los platos de cuchara, pronto vi en los potitos una opción alimenticia barata a la par que saludable. Los volví a probar con cierto miedo, preocupado por si los años hubieran anulado mi capacidad de reconocer un buen potito. Pero en cuanto metí en mi boca la primera cucharada de un ejemplar de pollo con arroz, toda duda se desvaneció y una certeza surgió con fuerza: ya para siempre comería potitos.
¿Cómo reacciona la sociedad ante un adulto potitero? Pues de las formas más variadas:
- ¿Comes potitos? ¡Estás fatal!
- ¿Pero eso se puede comer? ¿No es como la comida de perro?
- Buff, tienes un trauma infantil o un Síndrome de Peter Pan galopante.
- Qué asco.
- A ti lo que te pasa es que quieres llamar la atención.
- Deja las drogas.
- ¡Qué guay!
Y lo cierto es que todos tienen algo de razón porque los potitos son droga, son una vuelta a la infancia, son un asco (muy rico), son guays, etc... Quien los ha probado lo sabe. De vez en cuando, incluso, uno se encuentra a un alma cándida que, de pronto, se ve identificada y reconoce, muy bajito, ser también potitera. Se produce la catarsis. Todos tienen algo de razón, digo, excepto el de la comida de perro, claro está, ¿en qué cabeza cabe que una comida para bebés pueda ser mala para un adulto? Lo único que hay que hacer para adaptar el manjar a los que ya peinamos alguna cana es añadirle un poco de sal. Hecho esto, el potito constituye un perfecto primer plato para combinar con cualquier segundo. En caso de querer plato único, basta con doblar la dosis. También es una opción perfecta para días de resaca, domingos dramáticos, llegadas a casa de madrugada (del trabajo o de la fiesta) o ataques agudos de pereza. Influido por la ética do it yourself alguna vez, en mis momentos más audaces, he fantaseado con la posibilidad de cocinar mis propios potitos. Llamadme loco: preparar arroz y pollo, batirlo después con un poco de agua. Pero por miedo al rechazo social (y al resultado) es un plan que aún no he llevado a cabo.
Aspectos prácticos: yo me sirvo los potitos en una cazuelita de barro y los caliento en el microondas a unos 900 vatios durante un minuto. Los potitos están muy buenos, aunque todos tienen un regusto parecido. Para mí el potito básico, y al mismo tiempo el Rolls Royce de los potitos, es el de arroz con pollo. Su sabor me retrotrae a tiempos edénicos, aunque no recuerde para nada al sabor del arroz ni del pollo: es algo que está más allá. Todos lo demás potitos clásicos saben un poco igual. Aunque hay excepciones: el de guisantes con jamón, de color verduzco, sabe, efectivamente, a guisantes con jamón. Sabor harto extraño tienen los de pescado, que lucen un inquietante color blancuzco, pero que pueden hacer igualmente las delicias del potitero: merluza con verduritas al vapor o lenguado con crema suave de bechamel. Respecto a las marcas, en los supermercados se encuentran con facilidad Hero o Nestlé, ambas clásicas y satisfactorias. He de reseñar aquí que los potitos de Nestlé salen perfectamente del tarro para depositarse en la cazuelita y dejan poco que rebañar, cosa importante a la hora de comer alimento que tiende a aferrarse, formando grumos, a su recipiente. Durante mucho tiempo deseé probar los potitos de otras marcas que se venden en farmacias, por aquello de la confianza y seriedad que ofrece un farmacéutico, pero no me gustaron demasiado.
El potito también tiene sus peligros, sobre todo si no se consume con inteligencia. Celebrities como Madonna, Shakira o Jennifer Aniston (lo que demuestra que el potito no es solo un potaje para marginados sociales) cayeron hace unos años en la llamada 'dieta del potito', popularizada por la entrenadora Tracy Anderson: consistía, como es de esperar, en alimentarse fundamentalmente a base de potitos (hasta 14 al día) con el fin de perder peso. Pero no lo intenten en casa: según señalaron los expertos esta dieta podría provocar problemas de desnutrición e, incluso, osteoporosis. Aún tomando 14 tarritos al día no se alcanzaría el aporte calórico necesario para vida saludable.
Para superar mi soledad potitera comencé a publicar microcríticas de potitos en mi perfil de Facebook. Acompañaba a la foto del producto un pequeño texto que valoraba la cualidades del potito de turno y lo puntuaba de cero a diez. La cosa tenía bastante éxito y cosechaba comentarios como los reseñados líneas más arriba. Me sorprendí a mí mismo y al personal que leía mis microcríticas cuando descubrí una línea de potitos para padres hipsters (los productos y actividades dedicadas a este colectivo parecen un tendencia al alza): los potitos de Guiso Thai Wok, Cuscús con Verduritas o Verduras con Pollo Tikka Masala (todos de la marca Hero y todos ricos a la par que exóticos). Otra línea que me llama poderosamente la atención es aquella que, en vez de ser una papilla, imita en pequeña escala el plato que representa: por ejemplo, el potito de espaguetis con tomate está constituido por pequeños trozos de espagueti tamaño infantil, de igual forma que un cochecito de juguete imita a pequeña escala un coche de verdad.
Lo cierto es que los niños de hoy en día, cuando la gastronomía es una de las bellas artes, podrían llegar a ser verdaderos gourmets, pues hay potitos de casi todo: merluza a la marinera, fideuá de pescado, crema de verduritas con pavo, jardinera de la huerta con ternera y así hasta donde llegue la imaginación. ¿Para cuando potitos de Ferrán Adriá? A modo de postre también existen edulcorados potitos de frutas, pero tampoco son santo de mi devoción. Solo echo en falta el potito de cachopo, otra de mis grandes aficiones, verdadero placer adulto.