“No leáis los comentarios”: este es uno de los consejos más frecuentes cuando alguien comparte una noticia. Se usa sobre todo cuando el tema es polémico y vamos a leer a gente muy enfadada.
De hecho, la cuenta de Twitter Don’t read the comments dio este consejo cada día, a modo de recordatorio, durante dos años a sus 40.000 seguidores. “Hay un motivo por el que los comentarios están en la mitad inferior de la web”, recordaron en una ocasión.
Los comentarios no siempre tuvieron mala prensa. Cuando los blogs y los medios de comunicación comenzaron a ofrecerlos, sobre todo a principios de los 2000, se veían como otro ejemplo más de la horizontalización que ofrecía internet. Medio y lector estaban al mismo nivel, todos podíamos dar nuestra opinión. Incluso había multitud de blogueros que aseguraban que lo mejor de su blog eran los comentarios, porque se había creado una pequeña comunidad que intercambiaba opiniones y corregía y ampliaba los textos.
De hecho, borrar un comentario, aunque incluyera insultos y con la excepción del spam, se consideraba un atentado a la libertad de expresión. Y poner un sistema de moderación o de registro de los comentaristas les pareció a muchos una traición, a pesar de que acabó convirtiéndose en una necesidad.
Así, cuando el blog Microsiervos anunció ya en 2005 que cerraba sus comentarios porque sus autores no podían dedicar tanto tiempo a gestionarlos (recogían un centenar de cada día), hubo un pequeño terremoto. No fue el único caso: el periodista (y bloguero) Mathew Ingram se preguntaba en 2006 si un blog sin comentarios seguía siendo un blog, al hilo del cierre de los comentarios en el blog de Russell Beatie. Ingram consideraba esta decisión un error porque “la ‘conversación’ es parte de lo que convierte a los blogs en algo tan poderoso (incluso cuando se trata más bien de una discusión)”.
Los comentarios no solo pueden ser positivos para los lectores. Clive Thompson habla en Smarter Than You Think de las ventajas de permitirlos: en concreto, ayudan a crear “efecto de audiencia”, lo que nos fuerza a “pensar de forma más precisa, hacer conexiones más profundas y aprender más”. Los comentarios también pueden amplíar la información del texto, ofrecer otros puntos de vista y, por supuesto, corriger errores.
Nadie lee el artículo
El problema es que muchas veces no hay conversación. Una de las quejas habituales de quien lee comentarios (sobre todo de los autores, no lo neguemos) es que muchos comentan sin haber leído el texto. De hecho, en inglés se usa el acrónimo tl;dr: “too long; didn’t read” (demasiado largo, no lo leí) para avisar de que el comentarista necesita expresar su opinión a pesar de que no tiene ningún interés en leer el texto que, en teoría, la ha provocado. En español, a falta de acrónimos, muchos tuits comienzan con las palabras “no he leído el artículo, pero”.
De hecho, la web de la NPR, la radio pública estadounidense, decidió poner a prueba a sus seguidores en redes sociales y el 1 de abril (su día de los inocentes) publicó un artículo con el título “¿Por qué los americanos ya no leen?”. El texto sólo decía que “a veces tenemos la sensación de que la gente comenta historias de NPR que no ha leído. Si estás leyendo este texto, por favor, comparte y no comentes. A ver qué dice la gente sobre esta ‘historia’”.
Aunque la mayoría compartió el enlace avisando de entrada de que se trataba de una broma (perdiendo su efecto), bastantes picaron y comentaron que esto era “una tragedia”, que la gente “no tiene la capacidad de atención ni la paciencia suficientes para leer”, que la culpa es de las tablets y de los smartphones, y que “nuestra sociedad nos ha entrenado a tratar la información con tanta prisa y buscando la gratificación instantánea, por lo que muchos americanos no entienden que leer un buen libro merece el tiempo empleado”.
Polarización de opiniones
Según recoge The Washington Post, citando un estudio y una encuesta informal, “a los lectores les suelen gustar menos tanto los artículos como sus autores cuando tienen comentarios”. En gran parte, debido a la polarización de opiniones.
Otro trabajo acuñó el término “nasty effect” (efecto desagradable), tras constatar las opiniones de los lectores se polarizan y se vuelven más extremas después de leer comentarios desagradables o incívicos.
Una de las coautoras, Dominique Brossard, explicaba que cuando nos encontramos con temas que no entendemos, necesitamos darles significado, “y parece que la mala educación y el incivismo son atajos mentales que nos ayudan a dar sentido a los asuntos complicados”. Brossard tampoco tiene una solución fácil: es partidaria de fomentar la conversación en las secciones de comentarios, pero no permitirlos si no tienen nada que ver con el tema y son ofensivos.
Haters y trols
Como recordaba Delia Rodríguez en su artículo “El periodista que ha escrito no tiene ni idea (o el problema de los comentarios en los medios)”, entre todos los comentarios buenos, sólo recordamos el malo. Es comprensible: Richard Wiseman escribe en 59 Seconds que “los eventos y experiencias negativas son mucho más perceptibles y tienen más impacto que sus contrapartes positivas”. Un comentario positivo no siempre se responde con otro comentario positivo, mientras que “la crítica más pequeña (...) a menudo provoca una lluvia de negatividad”.
A veces, los comentarios son negativos por sistema, más allá de la calidad del medio o del texto. Es decir, cuando llegan los haters (todo les parece siempre mal) y los trols (cuyo único objetivo es provocar discusiones futiles).
Según un estudio que recogía el Washington Post sobre los trols en foros, “quienes escriben posts de baja calidad escriben más cuando reciben atención negativa. Es más, la calidad de sus textos se deteriora”. Es decir, no se trata solo de que no hay que alimentar a los trolls, sino que “el feedback negativo podría crear trolls”.
Los maleducados no sólo dominan la conversación porque son insistentes y obsesivos, sino que contaminan el resto del foro y contagian a otros usuarios. Es como The Walking Dead: te muerden y te conviertes en uno de ellos.
¿Pero por qué hay gente que disfruta siendo desagradable? John M. Reagle escribe en Reading the Comments que “online, la gente exhibe una mayor igualación (por ejemplo, entre alumno y profesor) y desinhibición”. La ausencia de contexto y comunicación no verbal puede dar lugar a que “buena gente actúe mal”, al no apreciar los efectos de sus palabras: “Si pudieran ver que están molestando a alguien, muchos no estarían tan dispuestos a comportarse de esta manera”.
Pero también se dan casos de “gente mala que se comporta mal”. Según un estudio de 2014, solo un 5,6% de las personas encuestadas aseguraba disfrutar haciendo el trol, pero entre estos se dan niveles más altos de narcisismo, psicopatía y sadismo. También escriben más comentarios que la media.
Aun así, los trols no se suelen ver a sí mismos como malas personas. Delia Rodríguez recordaba en su artículo la teoría de la desinhibición online, formulada por el psicólogo John Suler, “que explica cómo la red permite cierta desconexión entre uno mismo y lo que dice en internet, facilitando hacer o decir ahí lo que desea sin restricciones”.
Los seis razonamientos son:
- “No me conoces”. El anonimato otorga un sentido de protección.
- “No puedes verme”. Solo un pseudónimo une a la persona con el personaje.
- “Te veo luego”. La comunicación es asíncrona, por lo que se pueden lanzar comentarios incendiarios y desconectar.
- “Todo está en mi cabeza”. Se proyectan características en desconocidos.
- “Es solo un juego”. Se produce un sentimiento de escapismo de las normas de la vida cotidiana.
- “Tus normas no son válidas aquí”. En internet nadie sabe cuál es el estatus de nadie.
Al final hay una desconexión moral en la que el trol considera que sus acciones son obra de un personaje, no de la persona, y cree que todo el mundo debería entenderlo así.
Machistas y racistas
Ejercer de trol es además una actividad más habitual de hombres, según este estudio, con lo que no es ninguna sorpresa que gran parte de su abundante tiempo libre lo dediquen al acoso y al insulto sexista, desde los chistes sobre cocinas hasta las amenazas de violencia, muerte y agresión sexual, como recuerda Reagle, que además ha acuñado un corolario a la ley de Godwin: “A medida que una conversación online sobre el sexismo se alarga, la probabilidad de que alguien llame feminazi a una mujer tiende a uno”.
Amanda Hess escribía en el Pacific Standard sobre los insultos sexistas y amenazas que ha recibido en internet, incluyendo una amenaza en Twitter de un tipo que aseguraba haber pasado 12 años en la cárcel por homicidio. “Nada de esto significa que sea una excepción. Sólo significa que soy una mujer con una conexión a internet”.
De hecho, Hess citaba en su artículo un estudio de la Universidad de Maryland en el que los investigadores chatearon con perfiles falsos. Las cuentas con perfiles femeninos recibían una media diaria de 100 mensajes sexualmente explícitos o amenazantes cada día. Los hombres, 3,7.
Resulta difícil ignorar los continuos insultos y tratos vejatorios, pero más cuando se cae en el doxing: “La publicación de los datos de contacto, financieros y sanitarios del objetivo”, escribe Reagle, a lo que se unen “llamadas telefónicas a la familia, a los amigos y al trabajo”. Como le ocurrió, por ejemplo, a Zoe Quinn, cuyo acoso por parte de un ex novio despechado dio inicio al #GamerGate.
En un estudio sobre los comentarios de su web, Slate comprobó que “es más posible que alguien comente un artículo si trata sobre feminismo o racismo. Y también sobre el cuidado de los niños y la religión”.
En el caso de la raza podemos recordar el caso del senegalés que murió en Salou durante una operación policial en agosto del año pasado. En Facebook pudimos leer comentarios que sugieren que la policía fue suave porque se trataba negros y se cortaron para evitar críticas de la prensa (sin pruebas), además de un “nada, que te coman los negros” en respuesta a un lector que criticaba el racismo de algunos de estos comentarios.
En una línea similar, la cuenta de Twitter Daily Mail Comments decidió comentar los artículos del diario británico Daily Mail sobre inmigración con citas textuales de Mi lucha, de Adolf Hitler. La mayoría de estos comentarios no sólo no fueron censurados, sino que recibieron los votos positivos de los lectores del periódico.
Es decir, como resumía el satirista John Oliver en el programa de HBO Last Week Tonight, si todo esto te parece anecdótico y exagerado, “felicidades por tener un pene blanco”.
La respuesta de los medios
Ante este panorama, no es raro que los medios moderen los comentarios. En su blog del New York Times, Paul Krugman terminó un artículo sobre el décimo aniversario del 11-S con la frase: “No voy a permitir comentarios en este post, por razones obvias”.
Muchos aún intentan crear una comunidad de lectores. Pero la mayoría se ve sobrepasada por el volumen. En algunos casos, periódicos y revistas requieren registro previo para comentar, como en el caso de El País con Eskup, mientras que otros han vinculado su sistema de comentarios a Facebook. Hay medios que dejan votar los comentarios para intentar dejar los relevantes más arriba e incluso los hay que están probando a hacerlos de pago.
Una solución diferente es la que propone Quartz: dejar comentarios al margen de cada párrafo y no al final del texto. Su objetivo es permitir anotaciones más vinculadas al texto (y al contexto), al estar ligadas a párrafos concretos. Se trata de algo que también hace la plataforma Medium, que cuenta con una ventaja adicional: los comentarios, por defecto, son privados. No hace falta borrar el insulto o el spam, cosa que a veces sucede cuando ya hay una larga discusión por su culpa: basta con no publicarlo. Solo lo ve el autor y la conversación no se contamina.
También hay medios que, simplemente, no permiten comentar. Por ejemplo, Vox. Uno de sus periodistas y desarrolladores, Yuri Victor explicó en Quora que “lo que debería ser una comunidad se convierte en una serie interminable de flame wars”. Popular Science tomó esta decisión en 2013. La revista de divulgación científica estaba preocupada por el hecho de tener que lidiar con comentarios que ponían en un duda “una gran variedad de temas científicamente validados”, como la evolución y el cambio climático.
No son los únicos: Wired recoge más ejemplos en este artículo y cita a medios como la CNN durante las protestas en Ferguson, Reuters (a excepción de las piezas de opinión), Recode, Bloomberg y The Verge, que recordaba el tono negativo y agresivo de los comentarios, y aseguraba que había llegado el momento de "tomarse un tiempo y relajarse", aunque ya se puede comentar de nuevo. The Daily Beast también renunció a los comentarios el pasado agosto.
Aunque parezca una decisión difícil de tomar, cerrar los comentarios no perjudica a casi nadie. Slate recoge que solo comenta un 1% de sus lectores. Puede que los comentaristas hagan mucho ruido, pero al final son una minoría.
A esto se suma que los comentarios ya no están restringidos a la parte de abajo de una web, sino que están en todas partes. Los artículos se comentan, sobre todo, en Twitter y en Facebook.
Los comentarios y las redes sociales
Borja Ventura escribía en Yorokobu que los comentarios ya no importan. No son más que un problema a controlar y su número no es indicador del éxito de un artículo. El número que importa es el de las veces que se ha compartido un texto en redes: “La gente ya no comenta en la web donde lee, sino directamente en su red social de cabecera al compartir dicho artículo”, escribía.
Por ejemplo, el artículo en el que Popular Science explicaba su decisión de cerrar los comentarios se ha compartido más de 95.000 veces sumando Facebook y Twitter. Es decir, paradójicamente se comentó (y mucho) su idea de no aceptar comentarios.
Y no sólo comentamos artículos: lo comentamos todo. Dejamos nota a las películas en Filmaffinity, a los libros en Goodreads, a los hoteles en Tripadvisor y a los restaurantes en Google. Incluso podemos compartir los comentarios que hacemos al margen en los e-book. Además, nos fiamos de estos comentarios: según un estudio de Google, el 82% de los estadounidenses con smartphones consulta su móvil antes de hacer una compra en una tienda.
Es inevitable: internet no es sólo un sitio en el que podemos compartir contenidos, sino también un lugar en el que comentar esos contenidos y, claro, comentar esos comentarios. No hay forma de controlarlos: lo único que podemos hacer es conocerlos algo mejor, aprender a convivir con ellos. Aunque los comentarios clásicos en blogs y medios estén ya acercándose a su extinción, vamos a seguir leyéndolos y, sobre todo, escribiéndolos. Muchos siguen siendo útiles y divertidos. Incluidos, a veces (sólo a veces) los de los propios trols.
Tuit comentando un comentario. Se cierra el círculo.