Feminismo, medios y #GamerGate: por qué está en guerra el mundo de los videojuegos

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El pasado 14 de octubre, un email anónimo amenazó con realizar en la universidad de Utah “el tiroteo más sangriento de la historia de Estados Unidos”. El objetivo de aquel mensaje era que Anita Sarkeesian, una crítica cultural feminista, no diera una conferencia sobre el papel de la mujer en los videojuegos. Sarkeesian ya había recibido amenazas de este tipo por estudiar los videojuegos desde una perspectiva de género, pero esta vez la cosa fue distinta: los grandes medios de Estados Unidos se interesaron por su historia. El #GamerGate llegó a los telediarios hace unas semanas, cuando llevaba ya tres meses convirtiendo el mundillo de los videojuegos en un lugar desagradable donde el acoso masivo y las amenazas a las mujeres son vergonzosamente habituales.

Definir el Gamergate es difícil. Si preguntas a algún simpatizante, te responderá que es un movimiento contra la corrupción en la prensa especializada. Sin embargo, el Gamergate está funcionando como una corriente reaccionaria que intenta frenar la entrada de ideas feministas (y progresistas en general) en la industria del videojuego. De hecho, algunos ya lo han definido como el Tea Party de los videojuegos.

Por eso es un tema tan complicado. El Gamergate no tiene nada que ver con los videojuegos ‘matamuch’ ni con la última aventura de Super Mario: el Gamergate es política.

1. ¿Cómo empezó este jaleo?

Con el cabreo de un exnovio despechado. Os lo juro. El pasado mes de agosto, Eron Gjoni publicó un extenso artículo en el que aireaba detalles íntimos de su exnovia Zoe Quinn, una desarrolladora de videojuegos independientes. Gjoni aseguraba que ella le había sido infiel con varios hombres y que entre ellos había gente de la industria del videojuego, incluídos periodistas. Aquel texto de venganza desató una campaña de acoso contra Quinn orquestada desde rincones oscuros de webs como Reddit y 4Chan: se hicieron públicos sus datos personales y fotos íntimas y recibió amenazas de violación y muerte. Según contó ella misma en Cracked llegaron a llamar por teléfono a su padre para gritarle: “Tu hija es una puta”.

A la vez, empezaron a brotar teorías conspiranoicas que explicaban cómo su juego gratuito, Depression Quest, había obtenido la simpatía de la prensa a cambio de sexo. Muchas de esas teorías son bastante fáciles de desmontar. Es cierto que Quinn había comenzado una relación con Nathan Grayson, redactor de varios medios especializados, pero Grayson nunca escribió ningún texto valorativo sobre Depression Quest y apenas había mencionado de pasada a Quinn en un par de artículos.

En medio de esta serie de ataques, Anita Sarkeesian publicó un nuevo vídeo de su serie sobre la representación de la mujer en los videojuegos y la ira se volvió contra ella. Sarkeesian tuvo que dormir fuera de su casa varios días tras recibir amenazas a través de las redes sociales.

La prensa del sector denunció estos actos violentos. La periodista Leigh Alexander escribió para Gamasutra un artículo titulado "Los ‘gamers’ no tienen por qué ser tu público. Los ‘gamers’ están acabados", en el que recordaba que la audiencia de los videojuegos ahora es más amplia y diversa. Alexander animaba a los desarrolladores y al resto de la industria a mirar más allá del típico aficionado a los videojuegos. Esos ‘gamers’, rezaba el artículo, están enfadados porque ya no son el único cliente al que la industria debe cuidar, pero creen que tienen más derechos que el resto porque llegaron primero. Su ‘club de chicos’ se desmorona.

Aquel artículo y todos los que vinieron después le sentaron fatal a la masa enfurecida. Consideraban que los periodistas estaban atacando a su único público legítimo para alinearse con los ‘Social Justice Warriors’ (guerreros de la justicia social en inglés, un término que se utiliza de forma despectiva para referirse a gente concienciada con la igualdad social) y que estaban encubriendo todas las ‘cosas horribles’ que había hecho Zoe Quinn para ocultar la corrupción en la prensa.

En un giro chalado de guión, el actor Adam Baldwin mostró su simpatía con los ‘gamers’ y acuñó el hashtag #GamerGate. Todo lo que vino después ha sido una escalada de locura que culminó a mediados de octubre con las amenazas en la universidad de Utah.

2. Espera, ¿el machismo en los videojuegos empezó hace tres meses?

Por supuesto que no. La industria del videojuego ha estado dominada por hombres desde sus inicios, como tantos otros sectores. En 1983, la revista americana Video Games ya identificó la industria del videojuego como una fiesta de la salchicha y dedicó un extenso reportaje al papel de la mujer en el sector.

Ni siquiera los ataques contra Zoe Quinn y Anita Sarkeesian son algo nuevo. Sarkeesian ya sufrio una campaña de desprestigio cuando empezó a hacer sus vídeos sobre videojuegos. Se llegaron a falsificar documentos para acusarla de gastarse en zapatos el dinero que había obtenido para grabar la serie. Quinn también recibió ataques cuando su juego ganó popularidad. Depression Quest es un simulador de depresión en primera persona muy accesible, como un libro de elige tu propia aventura. Es muy simple, es todo texto y no es nada divertido, pero cumple bien su objetivo de concienciar sobre la enfermedad. Sin embargo, este tipo de juegos no gustan mucho en ciertos grupos de aficionados a los videojuegos.

La web Fat, Ugly or Slutty es otra muestra de que la comunidad ‘gamer’ no siempre es un lugar agradable para las mujeres. Este blog lleva desde 2011 denunciando los insultos machistas y el acoso que sufren muchas jugadoras cuando se identifican como mujeres en internet.

3. Entonces, ¿los videojuegos son machistas?

Anita Sarkeesian cuenta en sus vídeos cómo los juegos han dejado a la mujer en un segundo plano y han acudido a tópicos sexistas para representarla desde sus orígenes: los personajes masculinos están pensados para agradar a los hombres; los personajes femeninos, también. Hay títulos que rompen con esa dinámica y tienen protagonistas femeninas magníficas, por supuesto, pero son la excepción.

Esta postura sexista de la industria no responde necesariamente a una agenda de activismo patriarcal salvaje, pero los que mandan suelen dar por hecho que su público está compuesto sólo por hombres. Un ejemplo reciente: la próxima entrega de la famosa saga Assassin’s Creed tendrá un modo en el que podrán jugar hasta cuatro personas al mismo tiempo y ninguno de los cuatro personajes seleccionables es una mujer. Su excusa fue que diseñar nuevos modelos y animaciones para personajes femeninos se les iba de presupuesto. Sarkeesian critica casos como éste en sus vídeos.

La comunidad ‘gamer’ está poco acostumbrada a que se estudien los videojuegos desde puntos de vista sociales y políticos. Los textos sobre videojuegos han funcionado como una guía de consumo durante décadas, así que cualquier palabra negativa sobre un juego se lee como un “no te lo compres”. Por eso a muchos les cuesta digerir que un producto de ocio se pueda interpretar como lo hace Sarkeesian. En algunos casos se entiende como un intento de censura (y no: la idea es fomentar la diversidad) o como si pasarlo bien con los juegos que se critican te convirtiera en el rey de los misóginos (y tampoco: puedes disfrutar algo y a la vez ser consciente de sus problemas).

4. ¿Pero quién apoya el Gamergate?

El movimiento surgió en ciertos sectores de Reddit y 4Chan (sí, la web donde se filtraron las fotos íntimas robadas a famosas de Estados Unidos) y ha ido encontrando el apoyo de aficionados convencidos de que se trata de una protesta contra la corrupción y que dicen rechazar los ataques contra mujeres. Estas dudas sobre quiénes son los ‘gamergaters’ complican todavía más la situación y enturbian convenientemente el debate.

Lo más interesante del asunto son las voces que no tienen nada que ver con el mundo de los videojuegos y han apadrinado la causa como si fuera suya. El medio ultraconservador estadounidense Breitbart ha publicado varios artículos sobre el tema e incluso destapó una lista de correo donde participaban varios periodistas y donde se debatió la cobertura del caso de Zoe Quinn. El periodista que firmaba la exclusiva, Nico Yiannopoulos, decía que esta lista era la prueba de que la prensa no estaba publicando los detalles de la vida sexual de Quinn para ocultar sus corruptelas.

Hay motivos para sospechar que Yiannopoulos no tiene mucho interés en los videojuegos y que el feminismo le gusta poco. Uno de esos motivos es un artículo suyo titulado "Las abusonas feministas están destrozando la industria del videojuego". El otro es que Yiannopoulos había firmado antes varios textos ridiculizando los videojuegos y señalando a los ‘gamers’ como responsables directos de tiroteos en Estados Unidos. La lucha contra el feminismo le ha reconciliado con los ‘gamers’ de forma inesperada.

Otro aliado improbable del movimiento Gamergate ha sido el Instituto de Empresa Americano, un ‘think tank’ conservador de Estados Unidos. La autora Christina Hoff Sommers, que muestra a menudo posturas contra el feminismo (o a favor de ‘su’ feminismo) ha publicado varios vídeos defendiendo el movimiento. Ciertos sectores de la derecha americana utilizan el Gamergate como arma e intentan retratar a los aficionados a los videojuegos como víctimas del feminismo.

5. ¿El Gamergate va sobre la ética en la prensa?

A estas alturas, cuesta creer que sí. El movimiento comenzó como una campaña de odio contra Zoe Quinn y desde entonces varias mujeres han recibido ataques similares. El argumento de la corrupción está desautorizado. La frase “En serio, es sobre la ética en la prensa de los videojuegos” (“Actually, its about ethics in games journalism”) ha terminado por convertirse en un ‘meme’ crítico con el Gamergate que resume bastante bien la situación.

Varias capturas de los chats de 4Chan durante los primeros momentos del escándalo muestran cómo algunos de los que participaron ni siquiera sabían nada sobre Quinn y su juego. Era sencillamente misoginia y violencia gratuita. Muchos de los mensajes incluso celebran la posibilidad de que Quinn se suicide por la campaña de acoso.

Si el Gamergate reclama ética en la prensa, ¿qué sentido tiene centrar los ataques en personas que ni siquiera son periodistas? ¿Por qué se ceba especialmente con las mujeres? La actriz Felicia Day firmó un artículo bastante moderado contra el Gamergate y al día siguiente se difundieron sus datos personales. El jugador de la NFL Chris Kluwe publicó otro texto criticando el movimiento y demostrando una habilidad sobrehumana para el insulto y ni siquiera se plantearon atacarle de forma similar. ¿Qué clase de protesta contra la corrupción es esa?

Separar estos ataques del resto del Gamergate es casi imposible. Otros movimientos sociales como Occupy o el 15M protagonizaron enfrentamientos violentos puntales, pero no son comparables a este caso. Aquí estamos hablando de ataques contra mujeres por el simple hecho de expresar su opinión. Y todo el movimiento, incluso los que rechazan los ataques, están beneficiándose de alguna forma del caos que están generando.

6. ¿Y qué pasa con la ética?

Tengo la sensación de que el Gamergate no termina de entender qué es la ética periodística. Es cierto que algunos aciertan al denunciar que pueden existir relaciones tóxicas entre los periodistas y otros miembros de la industria, pero también suelen afirmar que el compromiso político en la crítica de videojuegos es parte de la corrupción. Al reclamar lo que ellos entienden por “ética” en realidad están pidiendo que desaparezcan las ideas feministas de la prensa.

7. Pero la ética…

QUE NO. El Gamergate ha ignorado varios escándalos relacionados con falta de ética en la prensa y las grandes compañías del sector. Hay una buena lista de temas a los que no han prestado ninguna atención. Si no hay feminismo de por medio, les da igual. Resulta curioso que el movimiento critique con rabia la relación entre los periodistas y los pequeños desarrolladores independientes mientras ignora los vínculos entre los editores de revistas y las grandes compañías del sector. Creo que hay suficientes argumentos para concluir que el Gamergate tiene, digamos, problemillas con las mujeres y con ciertas formas de hacer videojuegos.

8. ¿Han conseguido algo?

Sí, el Gamergate ha acumulado algunas ‘victorias’ en los últimos meses.

Los ‘gamergaters’ pusieron en marcha una campaña para boicotear a Gamasutra, la web que publicó aquel primer artículo que decía que “los ‘gamers’ están acabados”. La compañía Intel les escuchó y retiró su publicidad de la página, aunque más tarde tuvo que aclarar su decisión y aseguró que no pretendía tomar partido en este debate. El acoso y las amenazas contra mujeres también han tenido secuelas: la periodista Jenn Frank, por ejemplo, anunció que dejaba de escribir sobre videojuegos tras ser víctima de uno de estos ataques.

También ha conseguido que algunos medios revisen sus códigos éticos. Varios editores han puesto límites a las relaciones entre los redactores y sus fuentes y han prohibido a sus empleados que participen en campañas de mecenazgo de videojuegos. Estas medidas no abordan los verdaderos problemas que hemos mencionado antes, pero son un guiño claro al Gamergate y, de algún modo, una invitación a firmar la paz.

No ha dado resultado.

9. ¿Y en España hay algo de esto?

Los medios especializados españoles no están prestándole demasiada atención al Gamergate y no han tomado posiciones claras. Hay excepciones, claro, pero casi toda la actividad relacionada con el movimiento en nuestro país se está produciendo en foros, hilos de comentarios y redes sociales. En muchos casos, leer esos comentarios es como asomarse a un abismo de rabia y miedo al cambio, pero aquí no se han producido ataques misóginos tan graves como los de Estados Unidos.

A principios de septiembre, un grupo de jugadoras españolas lanzaron True Gamer Girls una pequeña revista en la que reivindicaban su espacio como aficionadas a los videojuegos y rechazaban los prejuicios masculinos hacia las mujeres que comparten este hobby. Las respuestas que recibieron sólo sirvieron para justificar más su denuncia: se leyeron clasicazos como “lo hacen para llamar la atención” o “seguro que el juego es de su novio”, pero también acusaciones demenciales de “terrorismo vaginal”.

10. Oye, esto no tiene sentido

Así es. En realidad da igual si crees que el Gamergate está luchando por tu derecho a un periodismo íntegro o si lo ves como una panda de misóginos que envían amenazas de muerte a mujeres. Lo mires por donde lo mires, este movimiento ha generado un clima tóxico dentro de la industria de los videojuegos que impide que la gente (sobre todo las mujeres) pueda expresar su opinión libremente por miedo a que un grupo de descerebrados se le eche encima. Ninguna reivindicación sobre la ética en la prensa de los videojuegos puede justificar eso.

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