“Si el diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos”. Es una frase del fallecido periodista mexicano, fundador de la revista Proceso, Julio Scherer. La declaración la hizo en 2010, después de una entrevista a Ismael El Mayo Zambada, lugarteniente de El Chapo. Entonces se discutió mucho sobre si un periodista debía o no hacer una entrevista a un criminal en busca y captura; sobre si ese tipo de entrevistas sirven para algo -periodísticamente hablando- o si el reportero deja a un lado su profesión para convertirse en altavoz de los narcos. Una discusión que en estos días ha resucitado, principalmente en México y Estados Unidos, tras la publicación de la entrevista de Sean Penn a El Chapo Guzmán en la revista Rolling Stone.
México está estudiando si llamar o no a declarar a Penn y también a la actriz Kate del Castillo tras su encuentro con el narcotraficante. Independientemente de las acciones legales, el debate también es ético, como ha explicado el periodista Alfredo Corchado. El reportero, jefe de la oficina en México del Dallas Morning News y autor del libro Medianoche en México, ha sido la voz que ha criticado de manera más dura la entrevista a través de redes sociales. Corchado ha calificado el encuentro entre El Chapo y Sean Penn como “un insulto a los periodistas que han muerto en el nombre de la verdad”.
Describir la reunión entre el Chapo y Sean Penn como una entrevista es un insulto épico a los periodistas que han muerto en nombre de la verdad.
“Como periodista me preocupa, molesta y me duele que algunos consideren esto periodismo porque no refleja en nada el sacrificio que han hecho colegas en todo mundo, particularmente en México, para luchar contra la censura”, explica el periodista a Verne en un mensaje. “En mi carrera ha habido oportunidades de entrevistar a miembros del crimen organizado, pero con condiciones y sin garantías de protección. Las he rechazado por muchas razones: ¿Qué tal si no les gustan las preguntas que hago, o el producto final? ¿A quién le ayuda más dicho reportaje: al interés público o a engrandecer la mítica figura del narcotraficante?”.
Muchos periodistas mexicanos han apoyado el argumento de Corchado. Él mismo continuó dando argumentos en contra en su cuenta de Twitter y defendiendo que se trataba más de un espectáculo.
Sí, habría hecho la entrevista sin ataduras. Pero no tengo una compañía productora de películas, ni soy director.
¿El Chapo y Hollywood, Sean Penn? Por supuesto, tiene sentido. Pero no lo llames periodismo.
Mientras Sean Penn estaba bebiendo tequila con El Chapo, esto es lo que le ocurría a los periodistas reales que cubre los cárteles.
¿A cuántos de estos periodistas mandó matar El Chapo?
Una de las voces también crítica ha sido la de Raymundo Riva Palacio, quien considera que el texto de Penn “está haciendo una apología del narcotráfico y en particular de Joaquín Guzmán. Es una entrevista acrítica y forma parte de un entorno absolutamente amable y cómodo”, ha asegurado a Verne. En 2010, Riva Palacios escribió una columna en las páginas de El País con el título Cuando le dije a El Chapo que no, en la que argumentaba por qué decidió no aceptar la oferta de que una reportera del medio que dirigiera entrevistara al capo.
Aunque no todos los periodistas mexicanos han puesto tantas objeciones. Otros muchos ven la entrevista como un golpe de efecto -una oportunidad que produce envidia a casi todos los reporteros- pese a que el texto no siga a rajatabla las normas del periodismo.
El periodista Diego Fonseca, a quién le ofrecieron escribir la vida del capo como contó en este artículo, coincide en que el texto no puede medirse según los parámetros del periodismo: “La entrevista no es buena desde cualquier mirada periodística. En pocas palabras, el entrevistado tiene control del proceso. No hay un solo instante, al menos por lo publicado, donde el entrevistador confronte”, opina Fonseca, que carga la responsabilidad a la revista. “Que Guzmán Loera no haga nada con el texto no aliviana la carga: pudo hacerlo. Rolling Stone entregó su independencia en el gesto. Debo concluir, entonces, que fue un acto espectacular, en el sentido de generar una enorme revolución publicitaria, antes que periodístico. Penn no rompe códigos que desconoce; en todo caso, esa responsabilidad es de Rolling Stone”.