El cambio no pudo ser más radical. Hacía labores de promoción y marketing en una multinacional discográfica. Me paseaba por los estudios radiofónicos de Madrid con las estrellas del momento. Celebraba cada lanzamiento de disco, no me perdía un concierto. Y, casi sin transición, me encontré viviendo en Quintana de Valdivielso, uno de los 14 pueblos del valle de Valdivielso, al norte de Burgos.
Era el año 1998, nuestra hija acababa de nacer y nos pareció buena idea hacer un paréntesis en nuestra ajetreada vida para disfrutar de su infancia. Así que decidimos marcharnos al valle de nuestros padres y construir una casa con nuestras propias manos. Eso nos mantuvo un año y medio ocupados. Pero, en el momento en que soltamos la paleta y dejamos de remover cemento, alcé la vista, miré a mi alrededor y me pregunté:
-¿Y qué demonios hago yo ahora? ¿Qué puedo aportar yo al mundo rural?
Siempre me había considerado un animal de ciudad, me encantaba recorrer la Gran Vía arriba y abajo. No concebía mi vida sin el placer cotidiano de comprar el periódico por las mañanas, sin acudir cada semana a una sala de cine. Me encontraba un poco perdido en el valle de Valdivielso, hasta que la casualidad hizo que mi amigo Juan, malagueño de nacimiento y entonces repoblador rural, me dijera una tarde:
-Unos colegas de La Granja, en Segovia, tienen una emisora de radio que ya no usan. Me la han ofrecido y he pensado que quizás tú podrías hacer algo aquí.
A primera vista, aquella sugerencia tenía lógica: yo había estudiado Periodismo, me gustaba mucho la música y, en mi anterior trabajo, había visitado unas cuantas emisoras. Pero jamás los habría pensado. Y no solo porque mi vocalización fuese desastrosa, sino porque ¿qué sentido tenía montar una radio para los 400 habitantes del valle de Valdivielso?
Por suerte, a veces, tomamos decisiones descabelladas.
Pasados unos meses nos fuimos a buscar el pobre aparataje de Radio Caldera. Después de reconstruirlo en mi casa del pueblo, hicimos que empezase a girar un disco de Camarón, nos subimos al coche y recorrimos el valle para comprobar si todo funcionaba como debía.
En la universidad me habían explicado el funcionamiento de las ondas radiofónicas. Pero comprobar que aquel disco sonaba en todo el valle nos pareció algo milagroso. Sobre todo si tenemos en cuenta que, de todo el espectro, en el valle entonces era casi imposible sintonizar bien una radio. La enésima prueba del abandono que sufren las zonas rurales. De la banda ancha, mejor ni hablamos.
Sí, aquello fue un milagro. Entonces no lo sabíamos, pero tan solo fue el primero de una larga lista. Porque también me pareció un milagro que sonara el teléfono del estudio. Al principio, emitía dos horas diarias, como divertimento, sin saber quién me escuchaba. No hubo ninguna campaña de lanzamiento. Sencillamente, hablaba y ponía discos. De vez en cuando, daba mi número de teléfono, por si alguien quería ponerse en contacto contigo. Y, entonces, Puri llamó desde Valdenoceda.
Me alegró saber que, por lo menos, tenía una oyente. Puri me pidió una canción. No recuerdo exactamente cuál, pero apostaría a que se trataba de Julio Iglesias. Porque Puri se la dedicó a su cuñado Antonio, que sufre una discapacidad psíquica de nacimiento. Y hay dos cosas que fascinan a Antonio: escuchar la radio y la música melódica.
Aquella primera llamada, nunca mejor dicho, tuvo un efecto llamada. Y otros vecinos empezaron a pedirme canciones, a saludar, a sentirse menos solos.
De entre todas las llamadas de aquellos primeros tiempos, la de Narciso fue la más emocionante. Era una vecino de 97 años y me pidió permiso para cantar canciones del valle. "Por supuesto", le dije, "adelante". Y así se inauguró una de las primeras tradiciones de nuestra radio: que la gente llamara para cantar canciones de la zona.
Este es uno de los estandartes de Radio Valdivielso: durante los 16 años que llevamos en el aire, hemos tratado de preservar la memoria del valle.
Con el paso del tiempo, establecí una buena amistad con Narciso y con Teodora, su mujer. Cada vez que los visitaba en su casa, además de llenarme la despensa con los tomates y los pimientos que me ofrecían, me recordaban: "A nadie le interesaban las cosas que yo contaba. Y los de mi generación, que eran los únicos que querían escucharlas, ya se han muerto. Con la radio, ahora, esto es diferente".
La primera entrevista de nuestra radio también estuvo relacionada con la música: se la hice a Pedrito Barcina, el dulzainero. En ella, Pedrito nos habló de su infancia, de sus sueños de convertirse en músico, de cómo fabricaba sus primeros intrumentos con paja de centeno y barro...
Sé, por mi vida anterior, que los estudios radiofónicos suelen tener nombres de grandes artistas. Por ejemplo, existen el estudio Julio Iglesias o el estudio Paul McCartney. Radio Valdivielso, a lo largo de su historia, ha tenido tres estudios distintos. Y a todos los he llamado estudio Pedrito Barcina, en recuerdo de aquella primera entrevista.
Después han venido muchísimas otras. Suele decirse que la gente de los pueblos castellanos es cerrada. Quien así lo crea, debería haber escuchado la entrevista a Consuelo. Ante la grabadora, nos contó su tremenda vida: que el estallido de la Guerra Civil le había encontrado en Madrid, donde estaba tratándose de una enfermedad llamada erisipela; que, junto a su hermana, tuvo que salir huyendo, cruzar fronteras y refugiarse en Bélgica; que unos años después regresó al valle y se reencontró con el resto de su familia.
Lo digo con absoluta sinceridad: después de haber conocido a unos cuantos músicos de éxito, entrevistaría antes a Consuelo que a Mick Jagger. Nuestros mayores son personas que han vivido grandes transformaciones. Hasta hace poco, no había ni luz ni agua en las casas. No ha pasado mucho tiempo desde que la gente usaba una hoz para segar. Y, ahora, algunos de estos ancianos manejan un smartphone. No hay que ir demasiado lejos para encontrar historias fabulosas.
¿Y de qué nos ocupamos normalmente en la radio?
Emitimos en directo todos los días, a excepción de los lunes, entre las diez de la mañana y las dos de la tarde. El resto de horas, la radio sigue funcionando con música o grabaciones pasadas. En internet colgamos cinco cortes diarios, aunque no todas las horas de emisión. Y nos mantenemos con las cuotas de nuestros socios, sin publicidad ni ayuda institucional.
En cuanto a temas, normalmente tratamos asuntos cercanos. Por ejemplo, este año se ha hablado mucho de la sequía, ya que estamos atravesando una época muy mala.
A veces, hemos adoptado un tono reivindicativo. Por ejemplo, cuando querían instalar una cantera en el valle, entrevistamos al promotor y explicamos el proyecto. A la gente no le hizo mucha gracia, así que se opuso y finalmente no llegó a construirse. Algo parecido ha pasado más recientemente con el fracking. Tener un medio de comunicación local permite también informar de lo que no quieren que informemos.
También hemos trabajado por la recuperación de la memoria histórica, porque en esta zona estuvo el penal de Valdenoceda, uno de los más siniestros del franquismo.
Durante nuestros 16 años, además, hemos tenido múltiples secciones, según la disponibilidad de personas vinculadas al valle. Por ejemplo, la sección de Josu sobre pájaros fue muy popular. Emitíamos el trino de un pájaro y los oyentes tenían que adivinar de cuál se trataba.
Porque nuestra radio es muy participativa. Nos encanta escuchar a nuestros vecinos. Incluso sus necesidades cotidianas. Desde el punto de vista radiofónico, la nieve es un milagro. Sabes que los vecinos estarán escuchando en sus casa. Sin embargo, desde el punto de vista práctico, trae algunos problemas. Durante las peores tormentas, nos han llamado personas mayores para contarnos que ya no les quedaba gasoil para la calefacción. Y siempre ha respondido alguien más joven dispuesto a llevárselo personalmente.
Es una de las razones que explican que nuestro lema sea "el poder de lo pequeño".
Además de preservar la memoria del valle, uno de nuestros mayores logros es haber forjado un sentimiento de comunidad que había desaparecido mucho tiempo atrás.
Cada locutor tiene sus muletillas. Una de las mías es decir: "Hace un día estupendo para la práctica del fútbol". Lo decía un poco de cachondeo, parodiando el engolado vocabulario de los antiguos locutores deportivos. Pero, a partir de esa frase, surgió la idea de organizar un campeonato de fútbol en verano. Porque en verano la población de Valdivielso se multiplica por cinco. Hijos y nietos del valle que vuelven a sus raíces, especialmente desde el vecino País Vasco.
Esa fue la primera de una ristra enorme de actividades, todas ellas dirigidas a que nos juntemos. Durante todo el mes de agosto, por ejemplo, hacemos conciertos, caminatas, teatro, cuentacuentos... Y dedicamos un día a que los niños acompañen a los pastores durante su jornada.
Con estas actividades queremos que la gente se sienta orgullosa de pertenecer al valle, que valoremos nuestro entorno. Y buscamos, además, contrarrestar la ausencia de una política seria de desarrollo rural. Porque el desarrollo rural no solo consiste en que la Administración imprima trípticos y construya un polígono industrial en las cabeceras de comarca.
Muchas veces, al hablar del medio rural, se impone un discurso pesimista: que si la despoblación, que si el abandono, que si la falta de oportunidades... Pero, el hecho de que subsista una emisora de radio en Valdivielso, ¿no debería hacernos pensar que los pueblos aún tienen vida? Hace falta una verdadera política destinada a repoblar el mundo rural. Nosotros, pese a los pesimistas datos, creemos que el futuro está en los pueblos.
Y lo digo a sabiendas de que las cosas aquí no son fáciles. Y que, en ocasiones, la vida golpea con saña. ¡Cuántas veces habré tenido que informar, en directo y entre lágrimas, de la muerte de algún vecino! Por lo menos, gracias a nuestros micrófonos, sus palabras se conservarán para siempre.
En este camino ha habido dificultades. Tras un parón de unos meses, volvimos al aire en enero de 2011. Y en uno de los primeros programas tocó despedir a Marga, de Arroyo, que había muerto demasiado joven. La gente quiso homenajearla con sus emocionadas llamadas. En medio del duelo, a alguien se le ocurrió preguntar por la mejor receta para hacer torrijas. Y, de repente, empezamos a compartir amarguras y dulzuras. Los oyentes empezaron a compartir sus recetas. Aquello fue una catarsis colectiva, una muestra de cómo lo sencillo y cotidiano puede rescatarnos del dolor. Y creo que nuestros pueblos están preparados para eso, para pensar en lo que aún tienen por delante si lo hacemos juntos.
Cuando llegué a Quintana de Valdivielso, no imaginaba todo lo que acabaría aprendiendo. A veces, las personas urbanas miran a los pueblos con cierta superioridad. Yo no dejo de llevarme lecciones de vida. Por ejemplo, me emociono con solo pensar en el momento en que una señora me dijo: "Me quedé viuda hace dos años, pero gracias a la radio no me he sentido sola ni un solo día desde entonces". A estas alturas, ya no me imagino viviendo en ningún otro lugar del mundo.
Siento que aquí he encontrado aquello que siempre había deseado. Y que lo he encontrado sin buscarlo.
Texto redactado por Álvaro Llorca a partir de entrevistas con Jokin Garmilla.