Cuando hablamos de los procrastinadores acostumbramos a hacerlo desde su punto de vista: intentamos explicar su comportamiento, les damos consejos para superarlo o incluso explicamos las ventajas de esta actitud. Pero a veces nos olvidamos de quienes tienen que sufrir a los procrastinadores: ¿qué ocurre cuando tenemos que trabajar con alguien que lo deja todo para el último momento? ¿Hay que adaptarse a su ritmo o ellos pueden poner de su parte?
Pues depende. Tal y como explica a Verne Carlos María Alcover, catedrático de psicología social de la Universidad Rey Juan Carlos, la forma de gestionar el trabajo con procrastinadores depende de si estamos ante un procrastinador crónico o eventual y de los motivos que tenga esa persona para retrasar su trabajo: a veces, se hace por miedo al fracaso, por perfeccionismo o por no saber gestionar bien el tiempo. Pero en otras ocasiones la culpa no es del procrastinador, sino de la empresa.
No es una tarea, son cuatro tareas pequeñitas
Alcover recomienda que las tareas a las que se enfrentan los equipos en los que hay procrastinadores se dividan en microtareas. A la hora de asignar estas tareas (o microtareas) también es importante que estén equilibradas. Es decir, no es buena idea endosar las más aburridas a la misma persona o las más difíciles a alguien que aún no tiene la experiencia necesaria. Es normal que procrastinemos con las tareas que menos nos gustan o que se nos dan peor.
Además, este psicólogo recomienda “monitorizar cada día el cumplimiento de este trabajo”. Puede parecer una actitud vigilante “y taylorista”, pero ayuda a que todo el mundo cumpla sus plazos. Eso sí, es importante que esta monitorización sea la misma para todo el equipo “y no solo para los procrastinadores”. Es decir, aunque esto se haga porque Juan se columpia, no hagamos que Juan sea el único que tenga que rendir cuentas.
“Es que yo soy así”
Es posible que muchos procrastinadores defiendan su actitud con el argumento de que trabajan mejor bajo presión, pero lo más probable es que se estén engañando a sí mismos: trabajar bajo presión “puede ser estimulante -explica Alcover-, pero no es lo más adecuado”. En su opinión, “somos expertos en justificar nuestras acciones una vez las hemos hecho”. Es decir, lo dejamos todo para más tarde y luego nos ponemos esa excusa. Incluso nos la llegamos a creer.
Por supuesto, se puede hablar con un compañero procrastinador para reprocharle su actitud. En estos casos, Alcover recomienda “evitar atribuciones personales”. Es decir, hablar de lo que hace (“lo dejas todo para el último momento y nos retrasas a todos”) y no de lo que creemos que es (“eres un vago”).
Es muy posible que el procrastinador sea receptivo a estas críticas y sea consciente de sus carencias: el 95% de los procrastinadores desearían poder reducir esta tendencia, según un artículo del New Yorker. Normal: los procrastinadores muestran peor salud, padecen más estrés, tienen menos hábitos saludables y además van al médico menos a menudo. Porque lo dejan para otro día, evidentemente. Como escribe el filósofo de la Universidad de Stanford John Perry en La procrastinación eficiente, "la procrastinación es un defecto, no una virtud oculta". Y eso que su libro que defiende las ventajas de dejarlo todo para más tarde.
Todos somos procrastinadores de vez en cuando
“Aproximadamente una de cada cinco personas es una procrastinadora crónica. Pero todos somos procrastinadores eventuales”, explica Alcover. Antes lo mencionábamos: a veces procrastinamos porque la tarea asignada es aburridísima o porque no está al nivel de nuestras competencias.
Además de eso y según el modelo de equilibrio puntuado de Gersick, durante la primera mitad de cualquier plazo que tengamos para un trabajo, iremos “a ritmo muy lento. A partir de esa mitad, hay un salto en rendimiento y productividad que nos permite alcanzar el objetivo”. Es decir, hasta que vemos cerca la fecha de entrega, “no nos lo tomamos tan en serio” y, en mayor o menor medida, “todos tenemos cierta tendencia natural a retrasar nuestras obligaciones”.
Es decir, por una cosa o por otra, es casi inevitable que en cualquier grupo de trabajo haya gente que lo deja todo para el último día. Esto no tiene que ser necesariamente un incordio. Perry recuerda que “los que no procrastinan no son el enemigo. Todo lo contrario (...). Igual que poner un despertador, formar equipo con colaboradores que no procrastinan es un medio para situar la decisión de empezar a trabajar fuera de nuestro control inmediato. La desventaja, claro, es que acabamos trabajando mucho”.
Esta simbiosis también funciona al revés. Retrasar las decisiones puede hacer que las meditemos más y nos puede ayudar a acometer la tarea desde otro punto de vista que no habíamos tenido tiempo de considerar. Y, por supuesto, si retrasamos la faena lo suficiente, puede ser que ya no haga falta hacerla. Como escribe Perry, “nunca hagas hoy ninguna tarea que pueda haber desaparecido mañana”.
¿Sabes qué evita la procrastinación? Un contrato indefinido
Muchos creen que lo que más favorece la procrastinación son los contratos indefinidos y los funcionariados, ya que uno se acomoda y no está motivado para luchar por su puesto de trabajo.
Pero es al revés. Tal y como explica Alcover, “los estudios demuestran que hay relación entre la precariedad y la procrastinación”. Esto tiene todo el sentido del mundo: si una persona lleva cinco años en una empresa y tiene previsto quedarse unos cuantos años más, se sentirá más comprometida no solo con la compañía, sino con sus compañeros. “Pero cuando hay más rotación, también hay menos compromiso, porque esa persona no sabe cuántos meses trabajará en esa empresa ni si volverá a ver a sus compañeros”.
Es decir, si tienes contrato fijo y tu compañero el procrastinador está como falso autónomo, igual en lugar de quejarte de él, deberías quejarte de tu jefe. Todos saldréis ganando.