El cine que hay en el cine

Unas cuantas anécdotas de Hollywood que incluyen katanas, lágrimas y whisky

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Esto que parece un cuadro de Sorolla es un plano de La hija de Ryan y al menos dos personas ahí están borrachas.
Esto que parece un cuadro de Sorolla es un plano de La hija de Ryan y al menos dos personas ahí están borrachas.

[Este artículo pertenece a La Carta de Verne, nuestra newsletter que llega todos los domingos. Si quieres empezar a recibirla, apúntate aquí]. Esta semana se han dado a conocer los nominados a los premios Oscar 2018, evento que siempre refleja lo mejor y lo peor de la industria de los sueños. Hoy me gustaría hablar de lo mejor. O al menos de lo más divertido.

La pura verdad es que la cinematografía se presta mucho al anecdotario ya desde sus inicios. Mi lista mental de mejores historias fílmicas se veía engrosada este año gracias a Jim y Andy, cinta que recupera todo el metraje grabado durante el rodaje de Man on the moon y que Jim Carrey ha estado guardado celosamente en su oficina durante 20 años. Además de incomodarte y hacerte reír a partes iguales, Jim y Andy constituye un tratado alucinante y maravilloso sobre la interpretación, los límites del arte y el estar como unas maracas.

Algo parecido a lo que te enseñaba Electric Boogaloo, documental que aborda la trayectoria de la productora Cannon Films y en el que lo menos delirante que se cuenta es que una vez quisieron hacer una película sobre un niño y un mono pero el mono mordió al niño en el rodaje y acabaron contratando a un enano para que se disfrazara de simio. Si este es tu tipo de historia, aún puedes ver Electric Boogaloo en RTVE.

Y es que hay mucho cine dentro del cine. Contaba Billy Wilder en una entrevista a Vanity Fair que tras el pase previo de Ninotchka, él y el resto de guionistas se subieron en una limusina con el director, Ernst Lubitsch, dirección Long Beach (Los Ángeles). Mientras todos brindaban con champán, Lubitsch iba leyendo las tarjetas con las impresiones de los asistentes al pase, hasta que de repente empezó a reirse como un maniaco con una tarjeta en la mano. Cuando consiguió calmarse, les leyó en voz alta lo que había escrito el espectador: “Es la película más divertida que he visto en mi vida. Me he reído tanto que me he meado en la mano a mi novia”.

Ninotchka también se ríe.

Digno de contar también es que cuando el otrora todopoderoso Harvey Weinstein quiso distribuir La princesa Mononoke en Estados Unidos, le insinuó a Miyazaki que la película era demasiado larga y este no tuvo otra que enviarle una katana a Weinstein con una nota que rezaba simplemente “Nada de cortes”. Porque los autores con su obra son bastante puntillosos.

Una de mis personas favoritas de todos los tiempos, Steven Spielberg, tiene una larga trayectoria en ese sentido. De todas sus ocurrencias, me quedo con que en el rodaje de Poltergeist (obra que firmó Tobe Hooper porque el sindicato de directores prohibía rodar dos películas al mismo tiempo) se empeñó en hacer él mismo esta escena a pesar de tener ya contratado un especialista. Las manos que arrancan esa cara de goma son las de Spielberg.

Luego están las anécdotas de borracheras, que son múltiples y jugosas. Como aquella de que todo el equipo de La reina de África se pasó medio rodaje con disentería debido al agua contaminada. Los únicos que se libraron de tales incomodidades fueron Humphrey Bogart y John Huston porque usaban whisky hasta para lavarse los dientes.

Nada que envidiarle, por otra parte, al rodaje de La hija de Ryan. El ayudante de dirección, el español Perico Vidal, contaba hace unos años que aquello había sido un desmadre, con Robert Mitchum y David Lean hasta las cejas de todo día sí y día también. Además, el contratado para hacer de chico guapo, Christopher Jones, era un actor tirando a regulero y cuando se dio cuenta a mitad de película de que no podía enmendarle la plana a Mitchum, se vino abajo.

Así que el día en el que tenían que rodar la escena clave —en la que Jones consuma su romance con el personaje interpretado por Sarah Milles— al bueno de Robert no se le ocurrió otra cosa que echarle de estrangis droga en el desayuno para que se relajara. Cuenta Milles que el muchacho se quedó K.O. desnudo encima de ella y que cuando Lean le pidió que hiciese algo para que reaccionara (dicho pronto y mal, tenía que parecer que eyaculaba), a la muchacha no se le ocurrió otra cosa que meterle la punta del dedo en el ano. Total, un cuadro.

Ay Robert Mitchum, eres de traca.

Finalizo ya con, creo yo, mi favorita: como condición para aceptar el papel protagonista de Drive, Ryan Gosling pidió elegir él mismo el director. Gosling contactó con Nicolas Winding Refn, al que no conocía, para quedar a cenar y hablar sobre cómo enfocar el proyecto. La cena, por lo visto, fue un completo desastre y quedó bastante claro que lo suyo no iba a funcionar, así que Ryan Gosling se ofreció a llevar al director danés de vuelta a su hotel.

Resulta que cuando iban conduciendo por las autopistas de Los Ángeles, empezó a sonar en la radio Can't Fight This Feeling y Winding Refn se puso a llorar como un chiquillo porque tenía fiebre y echaba de menos a su familia; hasta que de repente levantó la vista y le gritó a Gosling: “¡Ya sé de qué va Drive! ¡Va de un tipo que conduce por ahí por la noche escuchando canciones pop como alivio emocional!”. A lo que Ryan Gosling, mientras conducía, contestó: “De acuerdo, me has convencido. Hagamos esa película”.

Si eso no es magia cinematográfica, que baje Dios y lo vea.

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