"La Justicia española dice que no es violación, es abuso. Por lo tanto, 9 años de prisión, de los cuales ya han cumplido 2. Absueltos de agresión sexual. (...) Vivo en un país que me dice que, si siento que me van a violar, no puedo entrar en estado de shock. Tengo que gritar mucho, patalear una barbaridad y oponer toda la resistencia física que mi cuerpo me permita para que me hagan daño. Para que se me note después. Sangre, moratones y alguna fractura, como mínimo". Este lamento publicado en Facebook se ha compartido 125.000 veces en las dos horas posteriores a que la Audiencia Provincial de Navarra condenara a 9 años a los cinco acusados en el caso de La Manada.
El texto, mucho más amplio y que puede leerse al final de este artículo, lo firma Carlota Miranda, una ingeniera burgalesa y bloguera de 28 años que expresa sus opiniones en la página de Facebook No es nada personal. "Por desgracia, tenía el texto preparado desde ayer, porque tenía la intuición de que la pena no iba a ser justa", explica a Verne a través del teléfono.
Miranda, y tantas otras personas en España, esperaban a la una de la tarde de este jueves el fallo del juicio contra La Manada sabiendo que sentaría un precedente: "Mis amigas y yo estábamos actualizando una y otra vez la página web que nos informaba de la sentencia como si fuera nuestro propio juicio. Que se les condene a 9 años por abuso sexual deja patente que en España no tenemos claro la diferencia entre una agresión y una violación".
La pena está basada en que los magistrados consideran que los hechos se produjeron sin violencia ni intimidación. "Si este caso no es violación, ¿entonces qué es? ¿Qué mensaje enviamos a las jóvenes? ¿Que deben oponerse a la violación a riesgo de acabar en un pozo?", dice Miranda, en referencia al caso de Diana Quer.
En noviembre de 2017, esta burgalesa se preguntaba a través de Facebook por qué tantas personas ponían en duda la versión de la víctima de La Manada y su texto se compartió 59.000 veces. Un año antes, ya se hizo viral su reacción al asesinato de la gallega Ana María Enjamio, otro caso de violencia machista. ¿Cuándo vamos a tomarnos esto en serio?, se preguntaba entonces.
En este año y medio desde ese primer texto sobre Ana María Enjamio, la página de Facebook de Miranda ha pasado de los 35.000 a los 115.000 seguidores. "Me siento afortunada porque no sufro el acoso que sí sufren otras mujeres que alzan la voz en redes sociales. Lo que sí que recibo son los testimonios de muchas mujeres maltratadas y de mujeres que me cuentan que en su día fueron violadas y siguieron con su vida sin contarlo para no enfrentar las consecuencias", comenta a Verne.
Para Miranda, que esta sentencia judicial no considere a los cinco integrantes de La Manada como violadores perpetúa "la sensación de inseguridad permanente" con la que viven muchas mujeres. Es una situación que se ha reflejado en los últimos años en redes sociales, como el caso del hilo dedicado a las cosas que hacen las mujeres cuando caminan solas por la calle en el que ella participó.
"En ese hilo me di cuenta de que no soy la única que llevo las llaves en la mano como si fueran un arma. Yo suelo bajar la mirada si algún hombre me dice algo en una calle vacía, esperando a que pase de largo pronto", cuenta a través del teléfono.
Manifestación frente al Palacio de Justicia de Pamplona, minutos antes de la lectura de la sentencia del caso de la Manada / Claudio Álvarez
Cada vez más voces se alzan en contra de la violencia machista, como queda patente en la multitudinaria manifestación del 8-M y con movimientos como el #MeToo a raíz del caso Weinstein. Pero Carlota Miranda desea que "una sentencia como la que esperábamos hoy contra La Manada fuera ejemplar, para que no sean las mujeres las que tengan que pelear por sus derechos ni tengan que aguantar, en pleno 2018, que parte de la sociedad las considere unas pesadas por hacerlo".
Este es el texto completo publicado en el perfil de Facebook No es nada personal.
La Justicia española dice que no es violación, es abuso. Por lo tanto, 9 años de prisión, de los cuales ya han cumplido 2. Absueltos de agresión sexual.
Vivo en un país en el que no se considera agresión sexual que 5 hombres me metan de noche en un portal, agarrándome de las muñecas, cuando estoy en estado de embriaguez, aprovechando su evidente superioridad física y numérica.
No se considera agresión sexual que me penetren simultáneamente – a mí y a mis 18 años – por la boca, por el ano y por la vagina mientras me graban con sus móviles. No se considera agresión sexual que, en esas condiciones, eyaculen dentro de mí y lo hagan sin preservativo. No se considera agresión sexual que ellos estén tan cachondos como eufóricos, jaleándose y pidiendo a gritos turno para metérmela, mientras yo no hago ni la más mínima muestra de estar disfrutando de la situación.
Vivo en un país en el que no hay ni rastro de agresión sexual en que los que hablaban de que “hay que llevar burundanga, que luego queremos violar todos” difundan vídeos con contenido sexual en los que yo aparezco. Siete vídeos explícitos en los que se ve cómo me humillan y me vejan.
No hay rastro de agresión sexual cuando, después de su fechoría, ellos se van a seguir la fiesta y a mí me dejan tirada en el portal, sin ropa, robándome el móvil antes de marcharse para que no pueda ponerme en contacto con nadie. Nada hace pensar que haya sufrido un agresión sexual aunque esté sola de madrugada, llorando en un banco de una ciudad desconocida, hasta que una pareja me encuentra y llama a la Policía.
No hay agresión sexual aunque los guardias, el personal médico y mi estrés post-traumático digan lo contrario. No hay agresión sexual aunque, dos años después, siga necesitando asistencia psicológica. No hay agresión sexual porque la educación sexual en mi país nos la ha enseñado el porno.
Vivo en un país en el que la Justicia da carta blanca a violadores y asesinos y me dice que si siento que me van a violar, no puedo entrar en estado de shock. Tengo que gritar mucho, patalear una barbaridad y oponer toda la resistencia física que mi cuerpo me permita para que me hagan daño. Para que se me note después. Sangre, moratones y alguna fractura, como mínimo. Para que controle ese instinto de supervivencia que me sale en situaciones de pánico y, en vez de enfrentarme a esas bestias contra las que sé no puedo, decida volverme tan loca que mi asesinato pueda ayudar a que alguien ahí fuera crea mi versión.
Vivo en un país en el que aceptar ser violada para poder seguir con vida no se entiende. “Si no quería que la penetraran entre cinco, ¿por qué no se marchó de allí?” De aquella ratonera. No puedo con uno, estando en plenas facultades, y quieren que pueda con varios, sin estarlo. Pero también vivo en un país en el que enfrentarme a mi violador, sabiendo las consecuencias fatales que puede tener, tampoco se entiende. “¿A quién se le ocurre plantarle(s) cara sabiendo que tiene todas las de perder?”. Además, si les denuncio, me dicen que es mentira. Que les quiero joder la vida, aunque no les conozca de nada. Y si no les denuncio, me dicen que porqué no lo hago si es verdad. Que cómo soy tan tonta.
Vivo en un país en el que, haga lo que haga, las preguntas siempre me las hacen a mí. Supongo que la sociedad se centra en lo que yo hago (o dejo de hacer) porque todavía no tienen el valor suficiente para preguntarse a sí mismos qué estamos haciendo mal para que lo que me hicieron a mí, se lo hagan – con total certeza – a tres mujeres al día en España.
Qué estamos haciendo mal para que sólo una de cada 8 mujeres violadas en nuestro país decida presentar una denuncia. Qué estamos haciendo mal para que sigamos siendo objeto de uso y consumo. Vivo en un país en el que todavía le debemos nuestro cuerpo a ellos. Se nos cosifica hasta la saciedad y, al final, somos eso. Sólo un cuerpo. Inerte. Un cuerpo. Sin vida. De hecho, mira hasta qué punto se nos cosifica que, aunque parezca increíble, muchos aún no tienen claro cuándo estamos disfrutando y cuándo estamos sufriendo. Les importamos tanto que no lo saben diferenciar. Sólo somos un cuerpo. Sin más.
Vivo en un país en el que sé que antes de tener 25 años, podré volver a encontrármelos en cualquier calle, en cualquier fiesta, en cualquier ciudad. A José Ángel Prenda, Alfonso Jesús Cabezuelo, Jesús Escudero, Ángel Boza y Antonio Guerrero (de izquierda a derecha en la imagen). Podré cruzármelos de nuevo y será entonces cuando todos los pedazos que intento reconstruir a diario, vuelvan a tambalearse. Por mí y por todas mis compañeras. Pero seguiré luchando con objetivo muy claro. Como decía la yaya, “que lo que no tuve para mí, sea para vosotras”. Hermanas.
NOTA MUY IMPORTANTE: No soy la chica de la violación de San Fermín, aunque podía haberlo sido. Sólo escribo en primera persona para que la empatía en este país despierte de una vez por todas.