Probablemente sientas que, junto a las noticias sobre termómetros disparados y playas a reventar, las informaciones sobre sucesos copan la actualidad veraniega. ¿Esto se debe a que otras fuentes de información se detienen durante el verano o a que, efectivamente, los calores veraniegos lleven la delincuencia a ebullición?
La influencia del clima en el comportamiento de las personas ha sido una de las preocupaciones tradicionales de quienes estudian la delincuencia. Adolphe Quetelet, de quien ya hemos hablado en esta serie, formuló durante la primera mitad del siglo XIX unas "leyes térmicas" para los delitos.
"Las estaciones del año tienen una influencia reseñable en el aumento o la disminución del número de delitos", sostenía Quetelet en A treatise on man and the development of his faculties (Tratado sobre el hombre y el desarrollo de sus facultades). El razonamiento de este estadístico belga, que se sustentaba en unas pocas cifras oficiales, era bastante simple: el calor aumenta los delitos contra las personas, porque aviva las pasiones, mientras que el frío incrementa los delitos contra la propiedad, como los robos, por el aumento de las necesidades materiales de los ciudadanos.
Con el paso de los años, un puñado de investigadores fueron poblando de matices estas observaciones. En 1891, William Douglas Morrison, guardia en una prisión británica, publicó Crime and Its Causes (El crimen y sus causas), donde explicaba que la relación entre los cambios de estación y los índices de delincuencia era más bien indirecta: "El buen tiempo multiplica las ocasiones para el intercambio humano" y "la multiplicación de estos encuentros aumenta el volumen de delitos", explicaba.
Eso sí, también con el paso del tiempo, estas observaciones no se libraron de lecturas retorcidas. Por ejemplo, según cuenta 21st Century Criminology: A Reference Handbook (Crimonología en el s. XXI: un manual de referencia), sectores racistas en Estados Unidos argumentaron durante una época que los índices de violencia más elevados en el sur del país se debían a su mayor porcentaje de población afroamericana. Según ellos, llevaban la predisposición a la violencia inscrita en sus genes procedentes de países cálidos.
Argumentos actuales
En la actualidad han sobrevivido dos argumentos principales para explicar la relación entre clima y delincuencia.
El primer argumento se centra en elementos fisiológicos. Es indudable que el cuerpo humano responde al calor con una serie de cambios, como un aumento del ritmo cardíaco, de la circulación sanguínea, de la sudoración, de la producción de testosterona, además de algunos cambios metabólicos. Según algunos expertos, el calor también produce efectos psicológicos, como el aumento de la ira, aunque todavía se desconoce la relación causal.
Es algo que ocurre en comportamientos menos graves. Por ejemplo, hay estudios, tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, que demuestran que la gente toca más el claxon de los coches conforme más alta es la temperatura. Otro estudio, ya en un plano de mayor gravedad, demuestra que los policías se comportan con más agresividad cuanto más alta sea la temperatura. Y también se confirma en los comportamientos más graves. Un estudio estadounidense comparó los datos de 45 años y comprobó que, con temperaturas más altas, se producían más agresiones y homicidios. También acaba de publicarse un estudio que, analizando datos correspondientes a la Comunidad de Madrid entre 2008 y 2016, concluye que "tres días después de que se produzca una ola de calor en Madrid el riesgo de feminicidio aumenta un 40%" (aunque sus autoras recuerdan que el culpable final de estos crímenes es “el machismo y el patriarcado”, no el calor).
Aunque el calor excesivo parezca efectivamente relacionado con un aumento en los crímenes, también hay estudios que afirman que, a partir de cierta temperatura, la delincuencia empieza a declinar. Es decir, los delincuentes se activan con el calor, pero llega un momento en que el calor se vuelve tan insoportable que no hay ganas ni para cometer fechorías.
El segundo argumento del que hablábamos, heredero de las palabras William Douglas Morrison y que demuestra una relación indirecta, pone el foco sobre cuestiones sociales y culturales. Y es que investigaciones en secuencias temporales más amplias que las estudiadas por Quetelet, y en un número mayor de contextos, demuestran que la relación entre calor y delitos contra las personas no siempre se cumple, como tampoco la relación entre frío y delitos contra la propiedad.
En Estados Unidos, por ejemplo, se descubrió que, efectivamente, los meses con más homicidios suelen ser julio y agosto, pero que el siguiente suele ser diciembre, desafiando los patrones estacionales. Estos meses coinciden con aquellos en los que nuestras rutinas cambian por las vacaciones y con aquellos en los que más gente consume alcohol, lo que no parece ninguna casualidad. También en Estados Unidos encontramos que algunos delitos contra la propiedad, como los robos en viviendas, son más comunes en los meses cálidos del año. Esto no se explicaría únicamente por el calor, sino por el hecho de que muchas casas queden vacías en vacaciones.
En el contexto europeo también hay estudios que subrayan el peso de las actividades de los ciudadanos. Por ejemplo, un estudio publicado en 1996 por los investigadores Franklin E. Zimring, Adolfo Ceretti y Luisa Broli demostró que todos los crímenes caían durante el mes de agosto en Milán. El título del estudio es bastante expresivo: "El crimen se marcha de vacaciones en Milan". Vemos, otra vez, que la relación entre el crimen y la temperatura puede ser más bien indirecta.
El cambio climático
Así pues, como decíamos, tenemos dos grandes argumentos para justificar el aumento de la criminalidad en determinados periodos del año. El primero, desde una perspectiva más fisiológica. El segundo, desde una perspectiva más cultural. Existen estudios que han puesto en una balanza la relevancia de ambos argumentos, y han concluido que los segundos parecen más determinantes, especialmente si hablamos de crímenes contra la propiedad.
Un ambicioso estudio publicado en la revista Science en 2013 —que analizaba los hallazgos de sesenta estudios en todo el mundo sobre la materia— no afirma que las cuestiones climáticas sean las principales causas de los delitos, pero recuerda que si las sociedades responden del mismo modo que hasta ahora, un aumento global de la temperatura derivado del cambio climático podría tener repercusiones en los índices de conflictividad.
Otras investigaciones incluso se aventuran a cuantificar este impacto: "Entre 2010 y 2099, el cambio climático podría causar unos 22.000 asesinatos adicionales". El estudio publicado en Science también aborda un campo de estudio muy interesante: cómo la mayoría de conflictos armados estallan en los meses calurosos, cosa que también ha ocurrido históricamente con las revueltas.
En España, el anuario estadístico de 2016 del Ministerio del Interior especifica la cantidad de infracciones penales detectadas cada mes, aunque no distingue entre los distintos tipos de delitos. En los meses de verano sí que nos encontramos con más delincuencia, aunque la ya conocida ausencia de información limita mucho el alcance de cualquier posible conclusión, porque desconocemos a qué delitos se debe. Con la información disponible es prácticamente imposible determinar si el aumento de la delincuencia en verano se debe simplemente a que hace más calor o a que haya más objetivos potenciales por el aumento de turistas.