Si alguna vez, querido lector, te comprometes a escribir una serie de artículos divulgativos sobre Criminología (como la que vamos a publicar cada jueves durante seis semanas), te recomendaría que evitaras la siguiente frase:
—Oye, he tenido una idea. Podríamos empezar la serie con un artículo titulado "¿Cómo delinquimos en España?".
Te recomiendo que no lo hagas porque, por mucha voluntad que le pongas, es imposible saberlo.
La cifra negra del delito
Arremangado y voluntarioso, empezarás a desempolvar antiguas cifras de criminalidad, hasta llegar a las estadísticas judiciales francesas de 1826, donde figuran los siguientes datos sobre asesinatos:
Además de preguntarte por qué pintoresca razón los franceses distinguían entre los asesinatos cometidos con "cuchillos" e "instrumentos cortantes", te encontrarás con que los estudiosos de la época ya cuestionaban la exactitud de las cifras. Adolphe Quetelet, en 1833, realiza una de las primeras formulaciones de lo que se conoce como "cifra negra del delito".
Esta expresión nos recuerda que no todos los delitos que se cometen forman parte de las estadísticas: están aquellos en los que las víctimas no son conscientes de estar siéndolo -como en los delitos de corrupción o en muchos relacionados con la criminalidad organizada-, aquellos que no se denuncian por pensar que tienen poca importancia o que la policía no podrá hacer nada, o aquellos que se callan por miedo a represalias, como ha ocurrido durante tanto tiempo con la violencia de género.
Los cambios de sensibilidad
Pero no te detendrás por este contratiempo metodológico y seguirás sumergido entre estadísticas antiguas. Entonces, en Evolución de la delincuencia en España, la tesis doctoral de Mary Brigid O'Reilly, investigadora de la Universidad de Navarra, aprenderás que, a mitad del siglo XIX, las estadísticas judiciales españolas incluían delitos como "la tentativa para variar la religión católica, apostólica y romana" o "la celebración de actos públicos de culto extraño".
Es una muestra de cómo lo que se considera delito evoluciona para adaptarse a la sensibilidad de cada época. Otra muestra la obtenemos en el siguiente gráfico, que corresponde a la evolución de los delitos de lesiones y malos tratos en España:
El aumento no solo ilustra que se hayan cometido más delitos, sino también cómo, en materia de violencia de género, se han ampliado las conductas castigadas y las personas consideradas víctimas.
"Efectivamente, lo que consideramos delito va cambiando con el tiempo. Ahora hay más conciencia con la violencia de género, como también ocurre, por ejemplo, con los delitos contra el medio ambiente. Las estadísticas recogen estos cambios de sensibilidad", nos dice Mary Brigid O'Reilly en conversación telefónica.
Las comparaciones imposibles
Una vez que has tomado nota de estos detalles, te encontrarás con un tercer obstáculo: las comparaciones entre países son espinosas. Si pensabas que las estadísticas no eran más que herramientas neutrales, te sorprenderás al conocer el siguiente caso, durante el que se convirtieron en un arma diplomática.
Durante el verano de 2016, como respuesta a unas críticas de la ministra sueca de Exteriores, Margot Wallström, hacia una ley turca, aparecieron los siguientes carteles en el aeropuerto Ataturk de Estambul:
En la imagen no se lee demasiado bien, pero pone: "¡Aviso para viajeros! ¿Sabías que Suecia tiene el índice de violaciones más alto del mundo?". Efectivamente, Suecia tiene uno de los índices más altos en este delito, pero eso se debe a que aplica una definición de violación mucho más amplia que otros países, lo que, sin las correcciones o las explicaciones pertinentes, invalida cualquier comparación. Y esto ocurre con todos los delitos: por ser construcciones sociales, no objetos materiales, cada país los cuenta a su manera (y, a veces, en función de sus intereses).
Otros problemas
Y aquí no se acaba el listado de razones que imposibilitan nuestra tarea. Hay argumentos, en apariencia intrascendentes, que también repercuten sobre los índices de delincuencia. Por ejemplo, que las víctimas denuncien más aquellos delitos por los que pueden cobrar una indemnización del seguro. O que si los servicios sanitarios de un país mejoran, es probable que las estadísticas de homicidios consumados caigan, porque los heridos se salvan antes de engrosar las cifras de víctimas.
Pero no conviene arrojar la toalla, sino plantearse mejor la pregunta. La formulación correcta, aunque no quepa en ningún titular del mundo, debería ser: "¿Cómo delinquimos en España a la luz de unas estadísticas imperfectas que no contabilizan una parte de la delincuencia, que dependen de un momento histórico concreto, que en cada país se contabilizan de distinta forma y que también están influidas por razones en apariencia intrascendentes?".
Es importante que no nos desanimemos porque, aunque las estadísticas no sean un espejo de la realidad, sino más bien una foto borrosa, suponen un adelanto: permiten que las autoridades orienten mejor sus políticas contra el crimen, que la ciudadanía pida cuentas a sus gobernantes y que sepamos hacia dónde avanza el crimen. "No hay que denostar lo que tenemos. Como sociedad, cualquier información es valiosísima", nos recuerda Fátima Pérez, directora del Observatorio de la Delincuencia del Instituto de Criminología de Málaga (ODA).
¿Cuál es la tasa de homicidios en España y qué evolución sigue?
Las cifras globales de delincuencia meten en el mismo saco conductas dispares, desde un homicidio hasta las canciones de un rapero, que, qué se yo, en un caso muy rebuscado, ofendan a la monarquía. De hecho, hay países como Francia que, según explica en su tesis Mary Brigid O'Reilly, directamente se niegan a dar cifras globales de delincuencia.
Por eso, en primer lugar, nos centraremos en los índices de asesinatos y homicidios, que, aunque en realidad representan un porcentaje ínfimo de la delincuencia, son los delitos mediáticos por excelencia.
Desde el punto de vista criminológico, además, son los delitos que mejor salvan las limitaciones antes mencionadas, porque en los países desarrollados no suele haber "cifra negra" y porque, a diferencia de la definición de "violación", en casi todos los países llamamos "homicidio" a lo mismo. Veamos, pues, la situación en Europa, tomando como referencia el número de homicidios por cada 100.000 habitantes:
En Eurovisión no nos comeremos un rosco, pero en homicidos, ¿qué? ¿eh? ¿Europa?
No existe una explicación única para que España sea, solo por detrás de Austria, el país europeo con menos homicidios. Los investigadores hablan de la influencia que, sobre estos índices, guarda la permisividad de los países con las armas, la influencia de los sistemas políticos (¿hay más o menos homicidios en los países conservadores?) y los factores socioeconómicos y educativos (¿hay más o menos homicidios en los países con más desigualdades?), entre otras cosas.
Sea como sea, "en cuestión de delincuencia, todo es multicausal y no existe ningún estudio que explique por sí solo las diferencias entre países en el número de homicidios", concluye Fátima Pérez.
En cuanto a la tendencia de los últimos años en España, en el siguiente gráfico se aprecia una progresiva disminución de los homicidios y asesinatos consumados. Las barras verdes del gráfico muestran el número anual de estos delitos. Mientras, la línea negra muestra la cifra de homicidios y asesinatos por cada 100.000 habitantes. En esto no estamos solos, sino que, según Eurostat, es algo que también está ocurriendo en el resto de Europa.
¿A qué edad se delinque más en España?
Ya sabemos que los españoles comemos tarde. También nos consta que los españoles somos especialmente remolones para irnos a dormir. Y que los jóvenes españoles suelen independizarse más tarde que el resto de europeos. Pues bien, los españoles también empezamos a delinquir más tarde.
Es una de las conclusiones a las que ha llegado Sergio Cámara, profesor de la Universidad Internacional de La Rioja que en el pasado Seminario Internacional de Criminología de la Sociedad Española de Criminología y Ciencias Forenses dictó la charla "Criminalidad juvenil versus criminalidad de adultos".
Junto a la expresión "cifra negra del delito", que se refiere a todos los delitos que quedan fuera de las estadísticas, hay otra que es muy del gusto de los criminólogos: "la curva de la edad". Se acepta que las carreras delictivas empiezan a gestarse a los trece o catorce años, que en torno a los veinte años alcanzan su apogeo, y que cumplidos los veintiuno empiezan a desplomarse, trazando una gráfica que se conoce como "la curva de la edad". Adolphe Quetelet, el sociólogo del siglo XIX, también hablaba de ello, y dibujó esta gráfica que, pese a los matices, se sigue considerando válida.
Pues bien, como ya hemos mencionado, y según nos explica por teléfono Sergio Cámara, una de las peculiaridades españolas es que empezamos a delinquir algo más tarde. "Pero no es la única -nos dice-. En España, la caída a partir de los veintiún años no es tan pronunciada como en la mayoría de países. Y, además, el número de delitos vuelve a crecer a partir de los cuarenta años, creando un efecto de cordillera". Dos de las razones para este repunte, según el especialista, son la intensidad con los que en España se persiguen los delitos de seguridad vial y el elevado número de delitos de cuello blanco, ya que ambos son más comunes a una edad tardía.
El portal estadístico del Ministerio del Interior no desglosa el número de delitos según el año de nacimiento de sus autores. De ahí que, para llegar a sus conclusiones, Sergio Cámara haya tenido que cruzar estadísticas de fuentes diversas. Lo que sí ofrecen las estadísticas oficiales son los delitos más comunes por grupos de edad:
Este gráfico nos muestra cómo el peso porcentual de los grupos de edad varía en función de los delitos: entre los 14 y 30 años, dominan los hurtos. Entre los 31 y los 40, las estafas. Entre los 41 y los 64, como mencionábamos, los relacionados con la seguridad vial. Y, por último, entre los mayores de 64 años, los delitos contra la libertad sexual.
¿Delinquen más los hombres o las mujeres?
Hay pocos hechos que los manuales de criminología puedan afirmar con tanta rotundidad como que las mujeres delinquen menos que los hombres. En Verne ya dedicamos un artículo al asunto. Las estadísticas, año tras año, lo respaldan. Por ejemplo, según el anuario estadístico de 2016 del Ministerio del Interior, el 82,4% de las detenciones e imputaciones por infracciones penales fueron masculinas.
Y si en vez de fijarnos en la cifras globales, que ya hemos dicho que no son demasiado fiables, ponemos el foco en delitos aislados nos encontraremos con que, según las estadísticas policiales, en España no hay ni una sola infracción penal que las mujeres cometan más que los hombres. Veamos, en el siguiente gráfico, el porcentaje de condenas judiciales en algunos delitos.
¿Hay algún delito en el que los españoles destaquemos por encima de la media?
Conforme los delitos pierden gravedad, como hemos dicho, las comparaciones se vuelven más complicadas. Sin embargo, ninguno de los expertos consultados titubea:
"Los delitos contra el patrimonio, como el robo y el hurto, son los más comunes en España" (Mary Brigid O'Reilly).
"Si hay algún delito propio de aquí, son los delitos contra el patrimonio" (Fátima Pérez).
"La figura de los carteristas es casi una institución en nuestro país, en comparación con otros del entorno" (Sergio Cámara).
Los delitos contra el patrimonio son aquellos que, según el Código Penal, afectan a las propiedades de las personas. Se incluyen, por tanto, desde los hurtos, que son robos sin violencia, hasta los robos violentos, pasando por los delitos contra la propiedad intelectual y el blanqueo de capitales. En el siguiente gráfico vemos, en color azul, cómo son los más comunes, hasta alcanzar un 78.3% de los delitos totales en 2016.
Que los delitos contra el patrimonio sean tan comunes en España también lo confirman (con unas limitaciones que a estas alturas del artículo ya nos resultan familiares), las estadísticas de Naciones Unidas correspondientes a 2010 (en .xls), donde nuestro país era el segundo con más robos por cada 100.000 habitantes de los 64 analizados, tan solo por detrás de Bélgica.
Como ocurría con los homicidios, en particular, y con los delitos contra las personas, en general, los delitos contra el patrimonio también han seguido una tendencia descendente en la serie histórica de 2012 a 2016, según los datos policiales. Pero no todas son buenas noticias. En ese mismo periodo sí que han aumentado los delitos contra la libertad y los delitos contra la libertad sexual. Los datos del Ministerio no son muy completos, así que los criminólogos tendrán que dirigir sus atenciones hacia este tema en los próximos años.
La procedencia de los datos
A. LL.
Los más observadores se habrán fijado en que, con cada uno de los gráficos, figura la procedencia de los datos. Es una detalle muy importante porque nos permite conocer los sesgos particulares presentes en cada una de las estadísticas.
En España, las estadísticas más comunes son aquellas procedentes de los organismos policiales y que ofrece el Ministerio del Interior. Y los investigadores han sido especialmente críticos con ellas, como se lee en el célebre artículo de Marcelo Aebi y Antonia Linde novelescamente titulado "El misterioso caso de la desaparición de las estadísticas policiales españolas". Pese a que, en rigor, estas estadísticas, más que el número de delitos, reflejan la actividad de los cuerpos oficiales españoles, es de las herramientas más completas que ahora mismo podemos encontrar en España.
Los datos de este artículo sobre de la delincuencia masculina y femenina proceden del registro de penados -datos que ofrece el INE-. Estas cifras cuentas con la desventaja de haber pasado por muchos filtros: primero la víctima lo detecta, luego lo denuncia, posteriormente la policía lo registra, luego lo investiga, a continuación detiene a un sospechoso, se decide que pase a disposición judicial, los jueces lo juzgan, los abogados recurren, etcétera. Además de ser un proceso largo, es probable que los datos se vayan encontrando cada vez más sesgados hasta ofrecer una visión menos válida de la realidad.
Las estadísticas policiales y penales de España deberían completarse con la procedente de las encuestas de victimización (se pregunta a los encuestados si han sido víctimas de algún delito en un periodo dado de tiempo) o de autoinforme (se les pregunta a los delincuentes por los delitos que han cometido). Ambas tienens sus limitaciones, pero son útiles porque permiten aflorar parte de esa cifra negra de la que hablábamos. Sin embargo, en España apenas han tenido desarrollo.
Los especialistas insiste en que, si bien cada tipo de estadística tiene ventajas y desventajas, conviene elegir bien la fuente de los datos en función de aquello que queramos investigar. Y, en la medida de lo posible, lo ideal siempre será complementarlas entre ellas.
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