En las votaciones organizadas periódicamente para determinar cuáles son para los hablantes las mejores palabras del español, brillan en los primeros puestos las que lo son por su significado (libertad, belleza) o por su forma (lapislázuli, arrebol...). Raras veces, en cambio, se atiende a las peores palabras del español, esas que usamos porque designan a lo que despreciamos. ¿De dónde han salido esas palabras del español para calificar a lo peor?
Tenemos, claro está, los vocablos que propiamente y desde sus orígenes significaban lo peor. Del latín peior heredamos "peor" y también al hijo de peor, "pésimo", que es en realidad un superlativo derivado de peior pero con terminación –issimus (algo así como peorísimo).
Junto a estas formas que eran vocablos desde su nacimiento para lo peor, las lenguas hijas del latín han ido introduciendo nuevas palabras. Lo habitual es que partamos de un ámbito de la realidad (técnicamente, en lingüística lo llamaríamos "dominio fuente") que resulta concreto, material y asociado a una experiencia física. Luego, desde ese campo y en un viaje metafórico, traslademos estas palabras y las apliquemos a un dominio nuevo (lo que llamamos "dominio meta"; en este caso el dominio meta sería la expresión de lo poco estimable, de lo poco valorado).
Están las palabras que vienen del ámbito de la naturaleza, y que por mar o por tierra hemos trasladado para hablar de lo peor más genéricamente. Por ejemplo, la "morralla".
Era y es el pescado pequeño que se queda al fondo de la red, que no era el buscado al pescar y que carece de valor para su venta. Viene de la misma raíz que "morro" y, aunque hoy se sigue usando con su sentido original, ha vivido una de esas extensiones metafóricas a la que nos referíamos. De denominar al pez ha pasado a aludir a otros elementos, como el dinero (la moneda pequeña que nos queda al fondo de la cartera es morralla) o las personas.
Lo de llamar despectivamente "morralla" al jornalero que da la batalla y no recibe ni una medalla ya fue cantado y denunciado por el granadino Carlos Cano hace años. Ahora, basta bucear por Twitter para encontrar quien llama "morralla" al jugador que nadie quiere fichar, al artista que sirve para rellenar un cartel donde hay ya protagonistas o a quien se considera de peor estatus social o económico.
Si del mar sale la "morralla", de la piedra sale el "detrito", una palabra relativamente nueva del español (no se extiende hasta el siglo XIX) que proviene del latín detritus (literalmente, la acción de sacar algo restregando, desgastando) y que tenía un significado muy técnico y concreto.
El "detrito" o detritus es en geología lo que sale de la descomposición de algún sólido en partes pequeñas; cuando una piedra, por ejemplo a través de la erosión, se va gastando, lo que suelta es material detrítico. Por extensión, llamar hoy a algo detrito, aunque sea una masa compacta que nos aleje de su sentido original, es calificarlo como parte de lo peor. La palabra rehús viene de "rehusar" y alberga la misma idea latente: lo que sobra del núcleo es malo y nadie quiere el desecho. En buena parte de Andalucía, ese "rehús" es rejú por aspiración de la hache.
Inspirados en la comida
Un amplísimo grupo de palabras para lo peor salió de la comida. En un país que se precia de cocinar y comer bien, se han generado varios vocablos que denigran al producto mal cocinado o con malos ingredientes; y de ese dominio los usos se han extendido de la cocina hacia fuera.
Así, de la olla salió el "bodrio" que era originalmente una sopa con verdura, legumbre, pan y escasa carne que se daba a los pedigüeños en los conventos; se hablaba de "cazuela de bodrio". Ese guiso poco enriquecido terminó dando nombre a las cosas con argumentos mal estructurados (un bodrio de película, un bodrio de libro).
Igualmente, del italiano bazzofia (comida grosera, poco refinada) el castellano adaptó "bazofia", que en el primer diccionario de la Real Academia Española era voz definida como "las heces, o la porción dañada y corrompida de cualquier cosa, y más determinadamente de cosas comestibles".
Metafóricamente, los lugares mal situados (los que están por debajo) son también fuente para lo peor. Si decimos que algo tiene "calidad ínfima" usamos a un derivado del latín infimus (literalmente "lo que está más abajo de todo") que deriva de infernum (infierno), de donde también viene la palabra "inferior". Si del cielo (arriba) derivamos cosas buenas como las que consideramos divinas o celestiales, del infierno (abajo) solo derivamos lo malo. De un lugar mal atendido o sucio también hacemos extensiones metafóricas: una porquería era, en origen, un lugar o una práctica de puercos.
Como vemos, las lenguas enriquecen su conjunto de palabras para lo peor a través de empleos metafóricos en que un elemento que designaba concretamente a un proceso mal desarrollado, mal situado o excedente de un producto se termina extendiendo en su uso para aludir a cualquier cosa o persona con poca valía.
Igual que para valorar extremadamente algo no paramos de inventar cosas (desde el actual "bueno no, lo siguiente" al "requetebueno" que se usaba antes), para minusvalorarlo sacamos lo mejor de nuestra capacidad metafórica. Lo más creativo de la lengua al servicio de nuestras miserias. Lo mejor de la lengua se ve también en lo peor.