Dicen que quien tiene un amigo tiene un tesoro y quien tiene una bicicleta estática en casa tiene un perchero. Pero entre las cosas inútiles que nos rodean no podemos incluir a la hache. Calladamente y despacito, esta letra ha ido cargándose de razones para estar en nuestro alfabeto y en nuestra escritura diaria del español. No es inútil, no es muda y es algo más que un adorno. He aquí las cinco razones para no considerar a la hache una letra florero:
1. La hache está en nuestros genes. Igual que tus hoyuelos, tus lunares o tu forma zángana de andar te hacen parecerte a tus ancestros, la hache nos entronca con nuestros antepasados. La primera hache que presentamos aquí es la que ya estaba en latín. Si en palabras como hombre, hombro, humildad o haber hay hache en español es porque homo, humerus, humilitas o habere la tenían en latín. Esa hache latina nunca ha sonado en castellano pero se mantuvo por respeto a la etimología y a la tradición. Antes de que a partir del siglo XVIII se fuese fijando por parte de la RAE la ortografía del español, quienes sabían escribir a veces ponían y a veces no esa hache latina; la cosa cambia del siglo XVIII en adelante, cuando los casos de onor, onra o similares fueron decayendo, al tiempo que se instalaba la enseñanza de la hache en las escuelas. Como ya sabemos, hay siempre una distancia entre ortografía y pronunciación, y la conservación de la hache es una muestra de ello.
2. La hache nos hace diferentes. Junto con esa hache latina tenemos a otra hache que proviene de una rama bien distinta: la de las palabras que tenían una efe en latín. Si escribimos harto, hondo, hecho o higo es porque en latín se escribía farctus, fondus, factus y ficus. El castellano fue la única lengua peninsular que inició un proceso muy original y propio: el comenzar a pronunciar esa efe del latín con un sonido aspirado. Esa aspiración de la efe latina se ha relacionado con el eusquera, ya que antiguamente los hablantes de esa lengua que también hablaban castellano (recordemos que el área de surgimiento del castellano, en la cuenca alta del Ebro, era zona de contacto entre la lengua vasca y las lenguas hijas del latín) tendieron a modificar la pronunciación de la efe latina. Al menos desde el siglo XI, hay gente que pronuncia ‘hambre’ (con un sonido de suave aspiración, como el de la hache inglesa). Es verdad que se consideraba un rasgo vulgar y la gente no lo ponía por escrito: escribían ‘fermoso’ pero pronunciaban ‘hermoso’ (‘jermoso’) con aspirada. Desde el siglo XVI comienza a escribirse esa aspirada con hache. Desde entonces, el español escribe “yo hago” donde el castellano medieval escribía “yo fago”. Los equivalentes actuales en otras lenguas hermanas del español muestran que otras lenguas hijas del latín conservaron la efe: francés ‘je fais’, italiano ‘io faccio’, en catalán ‘jo faig’, gallego ‘eu fago’ o rumano ‘eu fac’.
3. La hache nos hace diversos internamente. Ese proceso de aspiración se difundió del norte peninsular hacia el sur pero en el XVI empezó a perder prestigio y la mayoría de los castellanohablantes empezaron a perder la aspirada y a pronunciar ‘hago’ sin aspirada (‘ago’, como hoy, haciendo muda a la hache). No obstante, y pese a la presión de la lengua estándar, otras zonas peninsulares conservaron el sonido aspirado. Si en Andalucía occidental oyes aún un sonido consonántico en hecho, hambre o harto estás ante esa vieja aspiración nacida en el norte en el principio de la vida del castellano. Otras zonas de la península (el este de Asturias, puntos salmantinos y extremeños) y de América (Caribe, Cuba, Puerto Rico) también conservan esporádicamente esa aspiración. Palabras como el jondo de ‘cante jondo’, o juerga (del latín folgare ‘descansar’) han fijado para siempre esa aspiración en la escritura. La hache es, pues, la huella de la diversidad interna de los dialectos del español.
4. La hache no es tan muda como creemos. Además de la hache que viene de efe latina y que se aspira en algunos puntos de la comunidad hispanohablante, tenemos una hache que suena en otro grupo de voces: los anglicismos. Palabras como hockey o hobby han heredado en nuestra lengua el sonido aspirado del inglés. Si esa es la nueva aspirada de hoy, tuvimos también ‘nuevas aspiradas’ en la Edad Media: las palabras árabes que tenían sonido aspirado entraron en español adaptadas con efe (alforja) o con aspirada (almohada).
5. La hache es útil. Esta letra sirvió en su momento para ayudarnos a pronunciar palabras como hueco, huérfano, hueso o huevo. Estas palabras no tenían ni efe ni hache en latín, de hecho otras palabras de su familia se escriben sin hache: oquedad, orfandad, osamenta, óseo, óvalo... ¿Por qué les ponemos entonces una hache a huérfano y las otras que empiezan por ue? En su momento la hache facilitaba el reconocimiento de la secuencia ue inicial como vocal. Veamos: antes la u se podía escribir como v o como u, aunque sonase como vocal; por eso, si se ponía uérfano se corría el riesgo de que el lector entendiese algo como “vérfano”. Poniendo una hache al inicio de palabra se dejaba claro que esa u era vocal.
La hache es, en fin, es algo más que un adorno que ponemos como guiño a la lengua madre. Esconde en sí una historia de cambio, de variación y de originalidad respecto al latín. Y, como en otras cosas de la lengua, nos muestra que dentro de una letra puede esconderse toda una historia para que no te harte el arte de la ortografía. Nada de letra florero; flores a la hache.
* También puedes seguirnos en Instagram y Flipboard. ¡No te pierdas lo mejor de Verne!