Es probable que últimamente hayas escuchado que sería bueno que redujeras el consumo de carnes rojas y de azúcar, y que incrementaras el de verduras, frutas y legumbres. Es el camino que han propuesto recientemente 37 expertos internacionales para mejorar nuestra salud y salvar nuestro planeta. Y es también el camino del que, desde hace más de una década, lleva hablando la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Y parece que hay cada vez más más gente dispuesta a cambiar su dieta. En España, según el estudio The Green Revolution, publicado en 2017, el 35 por ciento de la población mayor de 18 años ha decidido disminuir el consumo de carne roja. Y el 7,8 por ciento se considera veggie, es decir, que mantiene dietas vegetales –vegetarianas y veganas– o con preferencia por los productos vegetales, conocidas como flexitarianas.
Como explica a Verne la dietista y nutricionista María del Mar Silva Rivera, "debemos transitar hacia un modelo donde predominen las proteínas de origen vegetal, pero hay que tener mucho cuidado con el tipo de dieta que hacemos, porque cualquiera de ellas, sin control, puede provocar un déficit de vitaminas y otros compuestos en nuestro organismo".
"Cada persona tiene un metabolismo diferente y no deberíamos copiar sin más las dietas que hagan nuestros amigos o conocidos. Hay gente propensa a padecer anemia, por ejemplo, en ese caso hay que poner especial atención a los alimentos altos en hierro y B12 y, por supuesto, no retirarlos de nuestra dieta", explica Silva, quien además advierte que los suplementos alimenticios no son siempre efectivos y recomienda acudir a un especialista para modificar nuestros hábitos alimenticios de una forma equilibrada.
Dentro del movimiento veggie –como se conoce a esta tendencia de consumo en la que priman los vegetales– hay muchas opciones: desde la más extremas, en las que no se comen productos de origen animal y se prefieren los alimentos crudos, como el crudiveganismo, hasta aquellas más flexibles en las que se consume carne, pescado o aves ocasionalmente.
Hemos hablado con siete personas que, cada uno de ellos en un grado distinto, han decidido consumir menos carne por varios motivos.
Pilar Somoza, 35 años, flexitariana
En casa de Pilar, en Lugo, siempre se han comido productos frescos. "Mi familia cultiva verduras y cría animales, y todos los productos que comemos son nuestros". Así que cuando se marchó a estudiar a Santiago de Compostela se encontró con un problema. "Me daba bastante asco ir al supermercado y encontrarme la carne en plásticos, además no sabía cómo se había elaborado. El mercado tradicional no me pillaba cerca de casa, así que dejé de comprarla. Pero no me fue bien porque empecé a tener anemia".
En su nevera hay principalmente verduras, frutas y legumbres, pero si vuelve a casa no tiene inconveniente en comer lo que sus padres hayan preparado. "Mi decisión tiene que ver más con la salud, no tanto con comer o no animales. Crecí en un ambiente donde se hacían matanzas de las que comíamos después durante meses. Lo que he hecho básicamente es reducir mi consumo diario de alimentos de origen animal, ni siquiera como huevos. Pero si hay buena carne, la como, y también pescado o marisco".
"Soy fisioterapeuta y profesora de pilates, mi trabajo requiere mucha energía y noto como mi cuerpo me pide proteína, así que intento tomarla de origen animal de vez en cuando, pero no en exceso porque tengo problemas intestinales y la carne es difícil de digerir. Comiendo así, me siento mucho mejor que cuando comía mucha más carne o cuando dejé de comerla totalmente".
Mireia Ballesteros, 32 años, flexitariana que no come mamíferos
"Durante un tiempo fui vegetariana e intentaba llevarlo más a raja tabla, pero sentía que mi cuerpo me pedía proteína animal, así que volví a introducir primero pescado azul, sardinas y salmón principalmente. Más tarde, porque seguía teniendo esa apetencia, opté por volver a comer carne, pero solo pollo y pavo".
Mireia no come mamíferos. "Mi decisión de llevar esta dieta tiene que ver con un consumo responsable y también con una cierta conciencia sobre el maltrato animal. También considero a las aves animales y sé que muchas veces su explotación implica maltrato. Pero yo intento comer lo menos posible este tipo de carne, una vez al mes".
"Desde que escucho a mi cuerpo y las necesidades que tiene, me siento mucho mejor, no solo física, sino también mentalmente", dice, y añade que cuando comía únicamente alimentos de origen vegetal se sentía "más hinchada". "Probablemente porque no llevaba una dieta vegetariana ordenada y terminaba comiendo muchas pastas y muchas harinas".
Raquel Cerezo, 48 años, pescetariana
La dieta de Raquel se basa principalmente en verduras, frutas y legumbres, aunque ocasionalmente come pescado y marisco, y lo hace también por un tema de salud. "Tengo carencia de vitamina B12 y de hierro y una vez al mes intento comerlo, aunque no cualquier pescado. Atún no suelo comprar por cómo se pesca. Sí tomo salmón, que además tiene mucho omega 3, y berberechos por el hierro".
"Dejé definitivamente de comer carne de mamíferos y aves casi sin darme cuenta. Mi pareja se hizo vegetariano hace unos años, así que empecé a hacer la misma dieta en casa. A veces seguía comiendo carne fuera, pero poco a poco mi cuerpo dejó de pedírmela. No quiero contribuir a una industria que maltrata animales, sobre todo con la vaca y con el cerdo, aunque seguro que pasa con más animales, pero son las industrias que yo conozco". Por eso intenta comprar en establecimientos donde conoce la procedencia del producto tanto de vegetales como de huevos, lácteos y pescados.
"Este modelo no me parece complicado y sobre todo por cómo lo gestiono yo. Si voy a comer a casa de mi hermana y ha hecho paella que lleva pollo, me como el arroz solo, no entro en cólera por una situación así".
Patricia Cucalón, 31 años, vegetariana
Patricia es vegetariana desde los 15 años gracias a su madre. "Ella siempre lo fue y me educó con una alimentación a base de muchas verduras y legumbres, aunque de pequeña sí comía algo de carne porque el resto de mi familia no era vegetariana. A esa edad, siendo un poco más consciente de lo que implicaba comprar y comer carne, pescado y aves, decidí dejarlo".
"Sí tomo huevos, lácteos y miel. En el caso de los huevos es porque siempre he padecido de anemia y necesito tomar proteína animal, aunque sea de esta forma".
Ahora vive con su novio que es omnívoro. "Mi dieta es una decisión personal, pero no me considero una persona radical, quien quiera comer carne es libre de hacerlo, en casa cada uno come su comida y no hay ningún problema".
Para Patricia, "es fácil ser vegetariana, pero es más caro que no serlo". "Cuando vas al supermercado, no tienes las mismas opciones que un omnívoro. La carne es de los productos más baratos del mundo, por muy poco dinero tienes mucha cantidad. Yo, si quiero comerme una hamburguesa vegetariana, me la tengo que elaborar con mis propios ingredientes o comprarme una procesada que, además de costar casi el doble, es menos saludable".
Alberto González, 31 años, ovolactovegetariano
"Dejé la carne por un tema de salud: tengo colon irritable y los dietistas me recomendaron que redujera el consumo de carne roja porque es más difícil de digerir. Pero decidí retirar todo, también el pollo y el pescado. Coincidió con que había dejado de fumar y me había apuntado al gimnasio. Nunca había notado un cambio tan grande en tan poco tiempo, he llegado a perder 30 kilos en dos años".
Alberto come principalmente verduras, frutas y legumbres, pero también algunos productos de origen animal como lácteos y huevos. Es ovolactovegetariano. Este término se emplea para diferenciarlos de los apivegetarianos, que no consumen lácteos y huevos, pero sí miel. Pese a que Alberto prefiere no consumirla, se considera un "vegetariano flexible" que comería un postre elaborado con este ingrediente si no le quedase otra. "Mi decisión de hacerme vegetariano tiene que ver con la salud y el consumo diario, pero si se produce una vez cada mucho tiempo, no me voy a fustigar por ello".
"Me va muy bien con esta dieta y mientras siga viviendo en Las Palmas no me podré hacer nunca vegano porque, no sé si has probado el queso canario, pero es una delicia y un placer insustituible para mí".
Daniel Cabezas, 37 años, vegano
"El veganismo no solo tiene que ver con el abandono del consumo de alimentos de origen animal, sino que también es una posición ética relacionada con el consumo de ropa o de productos de higiene y limpieza, entre otras cosas. Además, como el veganismo aboga por un consumo responsable, intento en la medida de lo posible comprar en tiendas pequeñas y fomentar la producción local".
Daniel pasó primero de ser omnívoro a vegetariano. "Tuve un periodo de transición durante tres años en el que no comía carne ni pescado, pero sí otros alimentos de origen animal como huevos y lácteos. Acabé haciéndome vegano porque, si sientes empatía por los animales, no es muy coherente pagar para que otros los encierren y los mantengan en condiciones de vida terribles".
La transición no fue demasiado complicada para Daniel porque la mayoría de sus amigos son vegetarianos y veganos. "En realidad es una cuestión que siempre me había interesado, soy músico y me muevo en la escena del Punk y el Hardcore, donde hay mucha conciencia sobre el maltrato animal. Además, parece que para ser vegano tienes que comprar productos veganos, pero eso no es verdad. Las verduras, las frutas o las legumbres están en cualquier establecimiento".
Eso tampoco quita que los veganos a menudo se encuentren ciertas dificultades, sobre todo si decides salir a comer o cenar a un restaurante. "Afortunadamente, en Madrid están aumentando los restaurantes veganos, pero en el centro. Yo vivo en Moratalaz y por aquí no hay".
Yorgos Ioannidis, 45 años, crudivegano
Yorgos es crudivegano desde hace más de una década. Su dieta se basa en alimentos crudos de origen vegetal en la que se excluye cualquier producto que proceda de animales o que hayan sido cocinados a más de 46 grados centígrados. "A partir de esa temperatura se desnaturalizan las proteínas, se destruyen algunas vitaminas y se modifican otros nutrientes". Tampoco toma carbohidratos procesados o refinados como el azúcar, la pasta y el pan blanco.
Empezó primero transitando hacia el vegetarianismo y después al veganismo. "Comencé a prestar atención a mis comidas y me di cuenta de que no me gustaba la forma en la que estaba alimentado, así que busqué alternativas. Con el tiempo, descubrí que el mundo de la comida cruda tiene infinidad de posibilidades. El crudiveganismo no solo es alimentarte de ensaladas, zumos y batidos".
Desde 2010, regenta el restaurante Crucina, en Madrid, donde también realiza talleres sobre este tipo de dieta. "Intento dejar claro que no hay que pasar radicalmente a una dieta donde se coma todo crudo, sino que hay que integrarlo desde una mentalidad de querer comer sano".
"Nosotros realizamos una gran variedad de platos y cocinamos con diferentes técnicas como la deshidratación. En lugar de preparar una salsa de tomate cociéndola en 30 minutos, la deshidratamos a 40 grados y la dejamos cuatro horas. En el crudiveganismo también se puede licuar alimentos, macerarlos, germinar semillas y legumbres... Así, conseguimos que no se pierda ningún nutriente". Yorgos no toma ningún suplemento alimenticio porque "pongo mucha atención y esfuerzo a lo que como, pero no es fácil ser crudivegano".