Existen pocos lugares en Madrid que peguen más en Instagram que Malasaña. Sus tiendas vintage, sus cafeterías gourmet y el arte urbano que brota en sus muros lo convierten en un lugar perfecto para hacer fotografías y compartirlas. Un escenario aparentemente idílico pero, los que estos días miren al suelo de sus calles, se podrán encontrar con más de una veintena de pintadas cargadas de denuncia social.
"Mi jefe no me paga, pero me hace pizza parties", "todos mis compañeros padecen trastornos de ansiedad", "en el mercado no puedo pagar con visibilidad y experiencia". Podrían ser conversaciones de jóvenes cazadas al vuelo en cualquiera de las terrazas que se expanden por la zona, pero forman parte de una intervención artística que ha tomado las principales calles del barrio para denunciar la precariedad de la juventud española.
Sus autores son Nada Colectivo y Espacio Interrogante, dos colectivos artísticos cuyos integrantes saben bien de lo que hablan: no llegan a los treinta años, forman parte un sector cultural en constante crisis y sus nóminas apenas llegan a cubrir un alquiler que, solo en el último año, ha aumentado más de un 4% en Madrid.
Por eso decidieron realizar una acción de denuncia, aprovechando el evento Pinta Malasaña, que se celebra anualmente para promocionar la creación artística en el barrio.
"Decidimos usarlo no como escaparate, sino como un espacio de hackeo. Se nos daba la oportunidad de actuar en el espacio público de forma legal, algo que normalmente no puedes hacer. En vez de hacer una pintada bonita, decidimos utilizarlo para hacer una reivindicación política. Le estás dando la vuelta a un programa gentrificador y utilizándolo a tu favor", explican a Verne Iris Hernández y Adrián de Miguel, dos de los integrantes de Espacio Interrogante.
El éxito de la iniciativa -que cuenta con pintadas que se han hecho virales- reside en parte en el formato utilizado. Estos jóvenes decidieron emular la apariencia de los versos poéticos promovidos por el Ayuntamiento en cientos de pasos de peatones de la ciudad y darle la vuelta al tono un poco naif de los mismos.
“Estábamos un poco hartas. Sentíamos que en vez de invertir en políticas que renueven y transformen los barrios se estaba invirtiendo en pintadas bonitas. Decidimos coger esas frases, que son parches, y escribir realidades que también están ocurriendo, pero que no se están visibilizando”, opina Iris.
Para ello, se basaron en su propia experiencia y en los testimonios recogidos en Trabajos Ruineros, una cuenta de Instagram donde los usuarios comparten casos de abusos empresariales. Sus pintadas son dardos dialécticos que se revuelven contra el 35% de paro juvenil que, según la EPA, existe actualmente en España. Muchos de los eslóganes son una especie de ajuste de cuentas con los responsables de las compañías.
Humor de denuncia
"Tu horario flexible mata mis relaciones", "estoy interesado en este puesto porque siempre me ha apasionado poder comer", "sal de tu zona de confort y págame las horas extras", rezan en tono mordaz algunos de los graffitis, que ponen de manifiesto las incoherencias de una cultura empresarial en la que, muchas veces, abundan las frases del estilo Mr. Wonderful y escasean los derechos laborales.
"Utilizamos el humor para denunciar estas situaciones, porque es un espacio en el que nos sentimos cómodas y que además pasa los filtros. Si haces una propuesta desde el enfado y no eres estratégica, no consigues que te dejen hacerlo", argumenta Iris.
Con sus intervenciones artísticas no buscan únicamente reflejar la realidad social, sino también abrir un debate que permita transformarla. "Hicimos una pintada frente a una tienda de aguacates que denunciaba que la tosta de aguacate cueste más que lo que está cobrando por hora la persona que te la prepara. Es la única pintada que ya no está. Me parece bien que haya desaparecido, porque eso significa que ha interpelado a alguien. Es interesante que haya habido ese diálogo", reflexiona.
Una de las pintadas en el suelo de Malasaña
En su opinión, el arte urbano es una manera de alcanzar a toda la ciudadanía, sin filtros. "Cuando alguien, de repente, entra en contacto con una frase en la calle, le está afectando", sostiene Iris para explicar que -mientras que en nuestro día a día podemos escoger la información a la que nos exponemos- la calle democratiza la expresión artística.
La pintada impacta, es difícil de esquivar. Máxime en un barrio que ha hecho del arte callejero una de sus señas de identidad. Y que, en los últimos años, ha visto cómo muchos bares tradicionales han sido sustituidos por restaurantes hipsters en los que bulle la quinoa, el ramen y el trasiego de repartidores precarios.
Por eso, en medio de un paisaje urbano en constante transformación, estos jóvenes pretenden seguir realizando acciones para que el street art sea una forma de agitar conciencias a través del arte y no uno de los motivos de la subida del precio del alquiler.