Las cenas de empresa, que durante diciembre llenan bares y restaurantes de toda España, combinan elementos que no siempre mezclan bien. Personas acostumbradas a interaccionar en un entorno laboral pasan a hacerlo en una fiesta, normalmente con mucho alcohol y sin tener que trabajar al día siguiente. Con esos ingredientes no es raro que algo salga mal.
El testimonio de estas personas es el de varias cenas de empresa en las que algo se torció. Es nuestro primer capítulo de Sale mal, una serie de artículos en la que reuniremos historias cuyos protagonistas, normalmente, preferirían olvidar.
Álvaro, 30 años
Soy diabético. Por eso me cuido mucho, pero en una cena de empresa perdí un poco el control. Hasta el punto de que se me olvidó pincharme insulina; no me acordaba de nada. A la mañana siguiente fui directo al hospital con hiperglucemia y me pasé una semana sin ir a trabajar. No bebo nunca, pero me convertí en el borracho de la empresa.
Esperanza, 22 años
Este año he ido a mi primera cena de empresa. Hace poco que empecé, así que no conozco a mucha gente. Fuimos a un restaurante con mesas enormes, en las que estabas lejísimos de las personas frente a ti. Solo podías hablar con los que se sentaran a tu izquierda y a tu derecha. Pues el que estaba a mi derecha se pasó toda la cena girado hacia los de su derecha, dándome la espalda. Y la que tenía a mi izquierda, igual pero hacia el otro lado. Me pasé toda la cena mirando el móvil, y no por gusto.
Fernando, 45 años
Esto es de lo más surrealista que he visto en mi vida. Pasó hace 20 años, en la primera empresa en la que trabajé. Era una compañía pequeña, familiar, donde todo el mundo se conocía muy bien. Había dos hermanos. Se notaba que se querían mucho, pero estaban todo el rato lanzándose pullas el uno al otro.
Cuando eran jóvenes, los dos trabajaban como camareros. En la oficina se metían mucho el uno con el otro, echándose en cara que no sabían ni llevar una bandeja. Pues terminaron retándose: en el bar al que fuimos después de la cena, pidieron que les dejaran llevar cada uno una bandeja llena de vasos de agua. Y se lo permitieron. Obviamente, a uno de ellos se le cayó la bandeja y rompió varios vasos. Se lo recordó el uno al otro en la oficina durante meses.
Violeta, 52 años
Hace un par de años, hicimos la cena de empresa en un restaurante en un centro comercial. Fui en mi coche, junto a un par de compañeras a las que recogí en sus casas. Era fácil de prever, pero no pensé que un sábado en plena Navidad el centro comercial iba a estar hasta arriba de coches. Después de varias vueltas, mis compañeras se bajaron para que no llegásemos todas tarde. Y después de otras tres vueltas, me dieron un golpe por detrás. Me enfadé tanto que me fui a mi casa.
Javier, 29 años
Hace cuatro o cinco años fui con mis compañeros del trabajo a cenar a un restaurante argentino. De primero nos pusieron una ensalada que llevaba mucho vinagre de Módena. Es un vinagre muy oscuro. En un momento de la cena, uno de mis mejores amigos dejó el tenedor con más ímpetu de la cuenta sobre el plato de ensalada. Fue una lluvia de vinagre de Módena para mi camisa blanca, que se llenó de lunares marrones. Así me pasé toda la noche, pero al menos me invitó a algo para compensar.
Tamara, 24 años
El año pasado trabajé en una empresa de marketing como falsa autónoma. Es decir, era una trabajadora más, pero era como autónoma. No me habían dado de alta como al resto de la plantilla, pero sí fui a la cena de empresa. Todo iba normal, nos lo pasamos muy bien, pero en un momento de la noche vi a mi jefe echándole la bronca a un compañero. Era, precisamente, el que me había dicho el sito y la hora de la cena. Los dos se pasaron la noche de morros, y fastidiaron la noche a otros compañeros. Me acabé enterando por qué el jefe no me quería ahí: para que no utilizase la invitación a la cena como excusa si les quería denunciar por no hacerme contrato.
Jennifer, 34 años
Me da mucha vergüenza contar esta historia. Durante un periodo de mi vida, trabajé en dos restaurantes a la vez, a media jornada. En el primero acababa de empezar y estaba muy a gusto, en el segundo llevaba muchos años y estaba harta. Pero me pagaban mucho mejor, así que no quería dejarlo.
Pues la cena de Navidad de los dos restaurantes se celebraba el mismo día. Decidí ir a la del restaurante nuevo, en el que había mucho mejor ambiente. Ni me quise enterar de dónde era la cena del otro restaurante. Dio la casualidad de que las dos cenas eran el mismo sitio. Cuando me vieron los compañeros a los que dejé plantados pusieron unas caras…. A los pocos meses dejé el restaurante a cuya cena no había acudido.
Jorge, 30 años
No me llevo muy bien con mi jefe. Tenemos una relación un poco distante, pero en la última cena de Navidad nos sentamos juntos. Y bebimos muchísimo. Me fui calentando hasta el punto de que le conté un secreto que solo conocían mis mejores amigos de la oficina: yo era el que había atascado el baño un par de meses antes. Tiré tres veces de la cadena, solo para empeorar las cosas. El agua llegó al área de trabajo, era asqueroso. Pues mi jefe no se lo tomó a malas, se rio muchísimo. Sin embargo, los compañeros que se sientan cerca del baño (y que también escucharon la anécdota) no me lo perdonan. Desde entonces no me tratan igual.
Cristian, 26 años
En una cena de empresa engañé a la que entonces era mi pareja con una compañera. En un story de Instagram de un compañero del trabajo, al que mi novia seguía en esta red social, se me veía muy agarrado a esa compañera. Él no se dio cuenta al subir el vídeo, pero mi novia sí. Me dejó, y el cotilleo corrió como la pólvora por la empresa.
Julio, 33 años
Mi primera cena de empresa fue en Londres, donde pasé una temporada trabajando en una cafetería. Fuimos a un sitio chulísimo. Uno de mis compañeros se llevaba muy bien con mi jefe. Consiguió que le dejase su tarjeta de empresa para gastos. Fue una locura: nos hinchamos a chupitos, pero no de los baratos. De los que cuestan seis euros. Nos fundimos la tarjeta, hasta tal punto de que no recuerdo la mitad de la noche. Solo sé que acabé dormido en la calle. Lo pasé muy mal.
Lucas, 29 años
Acababa de incorporarme a la empresa pocos días antes de la cena de Navidad. Era el más joven de la cena con muchísima diferencia. No esperaba mucho de la noche, ya que fuimos al bar en el que desayunábamos cada día. La noche empezó tímida y respetuosa. Terminó con los más veteranos de la empresa bailando Flying free de Pont Aeri y con la corbata en la cabeza. Después de verles así, les noté bastante distantes conmigo.
Antonio, 34 años
Un compañero de mi fábrica contestó como no debía a un portero de la discoteca a la que fuimos después de la cena. Él quería dejar la chaqueta encima de un altavoz. Decía que “para eso había pagado ocho euros por un cubalibre”. Le acabaron echando. Un rato después, cuando salimos los demás, no le encontrábamos.
Volvimos a casa (en un pueblo a 30 kilómetros de la discoteca) en un autobús que nos puso la empresa. Al que echaron de la discoteca anduvo durante 15 kilómetros por la carretera. 15 kilómetros a oscuras por carreteras comarcales. Tuvo la suerte de que le acabaron recogiendo haciendo autostop.