En uno de los muchos vídeos que corre por WhatsApp durante estos días podemos ver a un hombre en pijama contando su experiencia con el confinamiento por el coronavirus: “Estoy apurando el café rápidamente porque dentro de nada empieza una visita virtual en el Museo del Prado”. El vídeo sigue sumando planes para hacer desde casa: clases de yoga, teatro en streaming, aplausos en el balcón, karaokes con los vecinos… “Yo creía que me iba a aburrir y lo que estoy es sobreexplotado”, resume. “Hasta el Netflix me está echando de menos”.
Durante el confinamiento, muchísimas personas y empresas están organizando actividades para mantenernos entretenidos en casa, especialmente durante los fines de semana sin bares ni paseos. En Verne recogemos muchas de estas propuestas en nuestra serie Sin salir del salón. Pero, a medida que pasa la novedad y nos acostumbramos a la situación, puede que nos aburramos o que no sepamos qué hacer. Y puede que necesitemos no hacer nada. No tiene nada de malo: pasar algún que otro día tumbados en el sofá es positivo y necesario.
Como explica el doctor Lorenzo Armenteros, miembro del grupo de trabajo de salud mental de la Sociedad Española de Médicos Generales, el aburrimiento tiene una parte positiva. De entrada, “nuestro cerebro necesita descansar”. Especialmente en una situación compleja como la actual, en la que podemos estar preocupados por los nuestros y leyendo información todo el día. Pasar un buen rato sin hacer nada ayuda a “disminuir el nivel de estrés”, en un efecto que Armenteros compara al de la meditación.
La pereza también tiene efectos positivos en nuestra imaginación y creatividad: cuando no hacemos nada (o cuando parece que no hacemos nada), se activa la red neuronal por defecto de nuestro cerebro. Este sistema neuronal es el que nos ayuda a divagar y a soñar despiertos, como escribe el neurocientífico Andrew Smart en El arte y la ciencia de no hacer nada. Esto a su vez tiene efectos positivos en nuestros procesos emocionales y sociales, y nos ayuda a tener ideas e intuiciones originales.
Carlos Losada, psicólogo clínico y secretario del Colegio de Psicólogos de Galicia, elogia el esfuerzo de toda la gente que ha propuesto iniciativas de forma desinteresada. Pero también recuerda que “la mayor parte de nosotros tenemos la capacidad y la creatividad suficiente para llevar bien esta situación”, que, apunta, puede ser “angustiosa y triste”.
Darnos permiso para descansar
No tenemos por qué sentir remordimientos si necesitamos pasar un día o un fin de semana tumbados sin hacer nada. De hecho, tal y como explica Armenteros, ponernos demasiados objetivos (ordenar los armarios, aprender a cocinar, escribir una trilogía de novelas de ciencia ficción) puede ser contraproducente, al crearnos aún más tensión.
Losada también advierte del peligro de caer en la necesidad de estar “siempre rindiendo y cumpliendo con ciertos estándares”. Este psicólogo explica que podemos “darnos permiso” para buscar las soluciones que funcionan mejor para nosotros, incluido el descanso. Y añade: “No hay fórmulas mágicas”.
Esto no significa que el exceso de aburrimiento e indolencia no tengan sus peligros: Armenteros advierte que esta emoción no solo puede provocar insatisfacción, sino que en situaciones extremas nos puede “impulsar a actitudes peligrosas y comportamientos dañinos”. Tanto él como Losada apuntan que es fundamental mantener la actividad no solo psicológica, sino también física: “Es tan importante como comer o dormir”, subraya este último.
Aprender a aburrirnos
El filósofo Blaise Pascal escribió que “todos los males de los hombres vienen de una sola cosa: de no saber quedarse tranquilos en una habitación”. Ahora muchos de nosotros estamos obligados a esto mismo, a quedarnos tranquilos en casa. El doctor Armenteros propone aprovechar este momento “duro y dramático” para reevaluar algunas de nuestras actitudes y valorar “el silencio y el tiempo en el que no hacemos nada, que nos puede hacer recuperar cosas olvidadas, como la creatividad y la imaginación”. También apunta que puede ser una oportunidad para enseñar a los niños a aburrirse. Como escribe el filósofo Lars Svendsen en su Filosofía del tedio, el aburrimiento puede suponer “un momento de reflexión sobre uno mismo, de contemplación de la propia situación en el mundo”.
El también filósofo Bertrand Russell opinaba en La conquista de la felicidad que el aburrimiento es una de las cosas que hay que enseñar a niños y jóvenes: “Nos aburrimos menos que nuestros antepasados, pero el aburrimiento nos asusta más”, escribía. En su opinión, una cierta cantidad de aburrimiento es “esencial para una vida feliz”. Entre otras cosas porque la excitación continua “embota el paladar para todo tipo de placeres”.
Es, más o menos, lo que viene a decir el humorista Pepe Demi, cuando advierte en Instagram del elevado nivel que nos estamos marcando con todas estas actividades al principio de la cuarentena: “Me habéis creado aquí unas expectativas que no vamos a poder mantener el resto de la p*** cuarentena”.
Russell también recordaba que la vida de los grandes personajes de la historia no ha sido toda una sucesión de momentos apasionantes, salvo en “unos cuantos grandes momentos”. De hecho, ahora estamos viviendo un momento probablemente histórico, pero, en parte, también aburrido. Y, como apunta Losada, “ojalá dentro de unos meses lo que recordemos solo sea que nos aburrimos mucho”.
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