"Sé que conozco a muchas gentes a quienes no conozco". Gustavo Adolfo Bécquer nos hablaba de los "dedos de rosa" del sueño, de las visiones que dejaba en nosotros ese mundo imaginado que hay en nuestras cabezas por las noches. En 2020, 150 años después de la muerte del poeta sevillano, y en la incertidumbre de un momento en el que parece que a través de las pantallas podemos conocer a los que no conocemos, los versos de Bécquer podrían ser parafraseados como "creo que conozco a personas a quien no conozco en realidad". Y en esa frase veríamos ese fenómeno tan frecuente del español de hoy por el que utilizamos el singular quien para referirnos a un grupo que es plural (personas). Tal uso, condenado por la norma del español, ocurre porque el plural quienes es una palabra relativamente nueva en nuestra lengua, no tan extendida como nos parecería a la vista de su empleo actual.
Es llamativo comprobar cómo palabras que forman parte de nuestra gramática y de nuestra lengua cotidiana no eran usadas en el castellano antiguo. Quienes es una de ellas. Los textos castellanos primeros usaban quien como pronombre relativo, pero el origen de este pronombre (del latín quem, singular) hacía que se usara la forma quien tanto para aludir a una persona como para aludir a varias: “Los hombres bien nacidos a quien estas ciencias son infusas”, decía el marqués de Santillana. El plural quienes se crea a finales de la Edad Media: está ya en algunos manuscritos del XV, pero no antes. Cuando en una película o novela de ambientación histórica medieval escuchemos a un personaje decir quienes, hemos de desconfiar. Tal plural no se generalizó en nuestra lengua hasta el siglo XVII. Seguramente en su origen era un plural tenido por raro y vulgar (como si hoy dijéramos álguienes) y, aunque ha acabado extendiéndose, no se ha borrado la posibilidad de que empleemos aún quien en singular para referirnos a un antecedente en plural.
Otra de esas palabras que no conocían los primeros hablantes del español fue alguien. El castellano medieval carecía de tal pronombre: si nuestros antepasados querían referirse de forma indeterminada a una persona, hablaban de alguno (“quando alguno viene, otra razón mudamos”, Libro de buen amor) o decían, en circunloquio, alguna persona. Alguien es la copia castellana de las formas alguem y alguién que se usaban en gallegoportugués y asturleonés, respectivamente. Hasta el siglo XV no se introdujo este pronombre en castellano y, cuando lo hizo, fue bajo la forma de acentuación aguda alguién. Influido por algo, que sí existía en castellano, alguién se hizo alguien y se quedó en nuestra gramática para siempre.
Un tercer caso de ausencia llamativa es el de los pronombres personales nosotros y vosotros. El castellano medieval decía nos y vos (“ellos son nuestros siervos, nos somos sus señores”, Libro de Alexandre) pero desde el siglo XIV se empezaron a extender las variantes nosotros y vosotros, que no se generalizaron en español hasta el XVI. Otros fue primitivamente un refuerzo de nos y vos, similar al usado en el inglés de hoy, que enfatiza su plural you con you all o you people.
Si leemos un texto medieval, nos topamos con vocablos que no entendemos, bien porque nombran a realidades que ya se han perdido o bien porque los hemos terminado sustituyendo por palabras nuevas. Pero, además de esas voces que han desaparecido para siempre, el lector de hoy percibe que el castellano de otro tiempo, aun siendo comprensible, tiene un aroma distinto al actual. Ello ocurre en buena medida porque palabras de gran uso dentro de nuestra gramática moderna faltaban en la lengua de antes, que empleaba otras en su lugar.
Ahora bien, que nuestros antepasados se comunicaran sin contar con palabras que para nosotros hoy son fundamentales no puede hacernos pensar que los hablantes de otro tiempo hablaban con mayor dificultad o imprecisión que nosotros. Nuestras formas han reemplazado a las suyas y sus discursos eran tan competentes o eficaces como lo pueden ser hoy los nuestros. No conocemos a nuestros hablantes de hace siglos, solo los representan los textos. Leer esos libros antiguos es una forma, no soñada y sí real, de conocer a quienes no conocemos.
Viento del este, viento del oeste
Palabras de la gramática como quien, alguien o vosotros nos muestran que el español de hoy no es solo y exclusivamente la herencia en años del castellano de la Castilla fundacional. Alguien vino del occidente, nosotros y vosotros fueron pronombres empujados por la influencia del catalán y el aragonés: todavía a principios del siglo XVI los sevillanos decían nos y vos mientras que aragoneses y manchegos decían nosotros y vosotros. Quien, en singular, barrió en la Edad Media desde el occidente a la forma relativa que era usada en el centro y oriente de la península: qui. La teoría de que el español es una suma de ejes de influencias fue el tema principal del discurso de ingreso en la Real Academia Española de Inés Fernández-Ordóñez en 2010 (disponible aquí). Vientos del norte al sur, del sur al norte, de las franjas laterales hacia los centros y del centro a la periferia nos permiten comprobar que, al menos en lo que se refiere a las lenguas, nuestros antepasados estaban también en contacto y sometidos a influencias varias, sin que necesitasen para ello ni los aviones ni las pantallas que hoy nos parecen imprescindibles para conectar.