Que el pensamiento no puede tomar asiento lo sabíamos ya gracias a una de las canciones de Aute. Que la lengua tampoco puede, ni debe, sentarse quieta a esperar, lo podemos confirmar simplemente observando cómo se han comportado las palabras del español durante los más de 20 días que llevamos de estancia bajo el estado de alarma.
Pasaron pocas horas desde que el virus se hizo cifra y habitó entre nosotros para empezar a detectar cómo los hablantes, en redes sociales, en los memes de los teléfonos y en las tertulias empezaban a hacerse con palabras que hasta entonces yacían dormidas en nuestro vocabulario: confinamiento, pandemia y su hermana infodemia se han hecho protagonistas de nuestros usos lingüísticos, desplazando a otras más manidas que estaban clavadas en el discurso mediático.
Hemos aprendido que EPI son las siglas de equipo de protección individual, hemos sabido que las mascarillas son nasobucos en Cuba y barbijos en Argentina y Bolivia; hemos descubierto el significado social de que algo sea esencial y nos han enseñado que tenemos una mano no dominante que es la que debemos utilizar al salir a comprar. Las resurrecciones léxicas tampoco paran: en las últimas horas nos hemos familiarizado con desescalar como sinónimo de 'graduar'.
Al mismo tiempo que hemos despertado a viejas palabras, hemos creado otras nuevas. Cualquier innovación que se registra en una lengua pasa por dos fases: una es la propia innovación y otra, la verdaderamente clave, es la difusión. Innovar lingüísticamente no es tan complejo, pero esa creación queda en nada si no es adoptada por otros hablantes y se generaliza más allá de la persona que inventa. Esa nueva palabra que se crea y, si tiene suerte, se extiende, recibe el nombre de neologismo. Pues bien, no son pocos los neologismos que han empezado a circular en estos días a causa del maldito coronavirus.
Quizá el más extendido mundialmente en estos momentos es el adjetivo covidiota. Tanto en inglés (covidiot) como en español (covidiota) la palabra lleva al menos diez días designando a aquel que, en estas circunstancias sin duda trágicas, comete irresponsabilidades que perjudican a los demás: ignora la distancia social, extiende bulos, acapara por encima de sus necesidades... De hecho, la cuenta de Twitter de The New York Times @NYT_first_said, que registra las palabras que aparecen por primera vez en este periódico, documentó covidiots el 4 de abril, coronacoma el día 1 y anticoronavirus el 30 de marzo, tres neologismos del inglés causados por la situación que vivimos.
En español han circulado variantes de todo tipo a partir de las palabras comunes hoy: el covidiota ha sido llamado también coronaburro; al coronavirus lo han llamado carallovirus; a la cuarentena, cuarenpena, y al confinamiento, confitamiento por la ganancia de peso que, a falta de ejercicio físico y dada la ingesta de repostería doméstica, todos vamos a mostrar. Los que ejercen de policías de balcones para insultar a quienes circulan por la calle (sin saber si, por ejemplo son gente que va o vuelve de trabajar o padres de niños con discapacidad) han sido calificados como balconazis.
Estas creaciones de vocabulario, neologismos del lenguaje, han empezado a convivir con otro fenómeno igualmente interesante, individual y aún más ocurrente. Al pediatra Alberto García-Salido (@Nopanaden) se le ocurrió a primeros de abril abrir un hilo en Twitter con la etiqueta #covidcionario para que los hablantes de español propusieran nuevas definiciones para palabras que nuestra lengua ya tenía.
Os invito a crear más #Covidcionario con este hashtag.
— Alberto García-Salido (@Nopanaden) April 4, 2020
Quizá inventando palabras seamos capaces de describir mejor todo esto.
El hilo ha dado lugar a toda una cadena de definiciones (descacharrantes unas, muy críticas otras) propuestas por distintos usuarios de la red social: ventana como "parte de nuestra casa que durante el periodo de confinamiento disfruta de una clara actualización de su sistema operativo"; pandemia como "acuerdo tácito entre una gran parte de la población para ponerse a hacer pan durante el confinamiento" o, refiriéndose a la indignante escasez de trajes EPI, epitafio como "el estado en que queda un servicio cuando escasea la protección individual y se ha de confeccionar". Son neologismos de significado, neologismos semánticos.
Con todo, pocos lingüistas o filólogos disfrutarán con este fenómeno de neologismo léxico o semántico. Decía Aute que vivir es un accidente de gozo y dolor; las palabras también reflejan ahora ese doble camino. Los miles de hablantes de español que han muerto estas semanas se han llevado consigo cientos de palabras que solo su generación conoce, algunas recuperables a través de textos, otras, propias de las tradiciones orales y de las conversaciones más espontáneas, enterradas como se entierra en los entierros de ahora: sin velatorio ni rito de despedida. Estas nuevas palabras en torno al coronavirus son una ganancia muy cruel para la lengua.
No estamos en guerra
Lola Pons
Más difíciles de detectar, y por eso muy peligrosas, han sido otras maniobras lingüísticas que han empezado a darse en el discurso político para referirse al virus, por ejemplo, hablar del coronavirus con metáforas de guerra: la Casa Blanca habla de "nuestro Pearl Harbor" para referirse a Nueva Jersey y Nueva Orleans, escenarios de importante propagación del virus en los Estados Unidos. Definir con lenguaje bélico la situación que vivimos (lo contaba Nuria Labari en un artículo de opinión e Inés Olza en esta entrevista) es enfocar mal un problema de salud y de gestión de recursos, es disfrazarlo de conflicto, como un ente ajeno que acecha antes de atacar; de esta forma, derrotar a la pandemia sustituye a curar la enfermedad. Estos ejemplos muestran cómo el discurso político también juega con las palabras y con sus significados en estas circunstancias.
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