La silla Acapulco está tan arraigada entre la población mexicana que casi forma parte del paisaje. Su diseño no tiene dueño y no está registrado. Esta silla ovalada, con estructura de herrería y tejida con hilos de plástico que permiten reclinarse de manera cómoda y fresca está asociada a los años dorados de la ciudad de Acapulco, cuando en ella vacacionaban Elizabeth Taylor, John F. Kennedy o Elvis Presley en los 50 y 60, pero no tiene una fecha documentada de nacimiento. Quienes continúan la tradición de fabricarla en la actualidad coinciden en que lleva presente en la vida de los mexicanos más de medio siglo. Así que puede ser que alguna estrella de Hollywood llegara a echarse una siesta en una Acapulco.
De ser una silla común que cualquiera podía encontrar en el patio o en el jardín de una casa en México, la silla que hoy conocemos como Acapulco acabó convirtiéndose en un básico del diseño que llegó a museos, tiendas y escaparates de medio mundo. Tokio, Copenhague, Madrid, Nueva York y Ámsterdam abrazaron la tendencia y convirtieron este modelo en un objeto de culto. Que el diseño no esté registrado hace que sea tan fácil reproducirla: las hay de todo tipo de precios, desde 400 pesos (20 dólares) a 11.000 (500 dólares) y las venden marcas de todo el mundo.
“Es un asiento muy funcional, extracómodo y muy típico en los lugares de calor o tropicales en México. Antes no era fácil de conseguir en la ciudad”, dice Cecilia León de la Barra, diseñadora, curadora e investigadora. Su historia está muy ligada a este mueble ya que asegura que antes de 2000 la silla Acapulco no se conocía, de manera común, con ese nombre. “Cuando viajaba por Oaxaca y Mérida la llamaban concha o sillón. Nosotros empezamos a decirle 'tipo Acapulco'. Se lo pusimos sin querer”, explica León de la Barra.
La diseñadora cuenta en entrevista telefónica a Verne que el estudio tienda Mob que desarrolló con otros colegas impulsó a principios de los 2000 el nombre de la silla “tipo Acapulco” y que la revista Wallpaper, una de las más punteras en tendencias, arquitectura, moda, viajes y diseño internacional extendió el nombre y lo hizo popular. “Gracias a Wallpaper, la silla Acapulco tuvo una importante difusión global”, explica León de la Barra, quien recuerda que en el número de marzo de 2001, la revista recomendaba a los lectores que visitaran Ciudad de México "hacer un hueco en la maleta" para llevarse una de estas sillas. “Se popularizó y empezamos a hacerlas a medida junto a Jorge Akele”, dice la diseñadora. Con este despegue que tuvo a principios de los 2000, coincide Sebastián Ocampo, director de Diseño Industrial de la Universidad mexicana CENTRO. En seguida otras marcas de diseño y galerías empezaron a vender la pieza. En algunos parques y calles de las colonias más acomodadas de Ciudad de México, como la Condesa, los artesanos empezaron a vender la silla Acapulco a un precio más asequible.
“Antes la llamaban silla oval, huevona, redonda…”, explica el empresario Jorge Akele. Su familia con una larga tradición en la industria de los plásticos y los pigmentos en México conoce a los artesanos que llevan toda la vida haciendo estas sillas. Akele recuerda que la silla era fabricada en los años 60 con polietileno y no con PVC, como las hicieron después. Actualmente, para una mayor calidad, los tejedores utilizan hilos tensados de vinilo que se distribuyen en forma de radios por toda la estructura.
“Los fabricantes que yo conozco eran de Guerrero, Veracruz, Oaxaca e incluso en pueblos del Estado de México, cerca de Toluca. Estas sillas no eran típicas solo de un lugar del país. Era un producto que se vendía en los pueblos y en la costa. Le decimos Acapulco porque los artesanos las vendían con su camioneta en lugares de playa como Acapulco”, puntualiza Akele.
El empresario cuenta que la internacionalización del modelo Acapulco la catapultó a lo más alto llegando a ser expuesta en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa), el Centro George Pompidou en París o el Metropolitan Gallery de Japón. La empresa de plásticos de su familia incorporó una rama dedicada a comercializar muebles con esta técnica de fabricación. Actualmente trabajan en la producción unas 40 personas y vende alrededor de 1.000 sillas Acapulco al mes. Sus principales mercados están en Europa, Canadá y Japón.
Las líneas limpias y clásicas, estilo Mid Century, convirtieron a la silla en algo ecléctico que todo el mundo quería tener, en el salón o el dormitorio. La silla de playa que había pasado desapercibida se transformó en la pieza estrella de las terrazas de muchos hoteles y restaurantes. A partir de 2008, León de la Barra, Ocampo y Akele señalan que fue una de las tendencias de diseño que irrumpieron con más fuerza en todos los espacios, catálogos y revistas de decoración. Transformándose en una importante embajadora del diseño mexicano.
“Después de imitar los estilos de otros países se busca y empieza a crear un diseño puramente mexicano. La silla Acapulco es un ejemplo de ello”, dice Sebastián Ocampo, quien considera que hay que mirar más hacia la tradición artesanal del país e incorporar a las generaciones de artesanos a los nuevos diseños.
No es la primera vez que un modelo mexicano marca un hito en el diseño internacional, ahí están los modelos Butaque de Clara Porset, Arrullo de Oscar Haggerman, Silla-Mano de Pedro Friederberg o Miguelito de Luis Barragán “[Estos modelos] vuelven a estar en boga pero no se producen porque no hay licencia, no hay permiso para reproducirlas, no hay dónde encontrarlas ni adquirirlas. La silla Acapulco es anónima y cualquiera la puede vender, hacer y comprar. Está al alcance de todos”, dice Cecilia León de la Barra.
De las playas de Guerrero a Berlín, la silla Acapulco llegó para quedarse en la casa de millones de personas sin importar si por ella pagaron cientos de pesos o cientos de dólares. Esa presencia transversal de un objeto hace a un diseño útil y duradero en el tiempo.