Cuando pensamos en grandes inventos, nos vienen a la cabeza el ordenador o el móvil. Pero no solemos prestar atención a logros más pequeños y más cotidianos, que han resuelto problemas con un diseño tan acertado que resultan casi invisibles. Como el clip. O las pinzas de la ropa. O los ladrillos de LEGO.
27 de estos objetos son el centro de atención de la exposición Héroes ocultos. Inventos geniales. Objetos cotidianos, organizada por la Obra Social "la Caixa". Esta exposición itinerante, que ya se ha podido visitar en varias ciudades españolas, estará hasta el 27 de febrero en Talavera de la Reina (Toledo) y a partir del 14 de marzo en Jaén. Estos son 10 de estos objetos, que por una vez pasan de estar tirados en un cajón a un puesto de honor en una vitrina.
La fregona
La fregona es un invento de 1956 del ingeniero español Manuel Jalón Corominas. Al principio las fabricaba de forma artesanal, hasta que en 1958 le llegó un pedido de 100 y fundó Manufacturas Rodex para sistemizar la producción.
El diseñador Guillem Ferran, asesor de la exposición, recuerda que cuando vienen visitas a casa, “escondemos la fregona”, pero se merecería casi un lugar de honor. Ferran recuerda que es algo que ocurre con todos estos objetos, tan cotidianos que nos pasan desapercibidas sus aportaciones. En este caso, que hizo innecesario fregar de rodillas.
Ferran se ha encargado de adaptar la exposición original del Museo de Diseño Vitra de Weil am Rhein (Alemania). Ha incluido otro invento español, la aceitera Marquina (de la que hablamos más abajo), y otros dos que no son españoles, pero sí tienen relación con nuestra cultura: el abanico y el botijo.
El clip
La exposición muestra 70 modelos diferentes de clip. El que usamos habitualmente, con las puntas redondeadas y llamado gema, solo es uno de ellos: los hay triangulares, con forma de lazo, cuadrados… Aunque no está claro quién lo inventó, el noruego Johann Vaaler, patentó en 1899 un diseño muy parecido al clip gema, aunque rectangular. Además, el clip se convirtió en símbolo de resistencia durante la ocupación nazi de Noruega, como recuerda James Ward en Adventures in Stationery. No porque Vaaler fuera noruego, sino porque era un signo sutil de unión ante las fuerzas de ocupación.
Antes de la aparición del clip, unir papeles era más engorroso: se cosían, se ataban con cintas o se unían con agujas. La de Vaaler no fue la única patente de clips que apareció a finales del XIX: muchas se presentaron tras la aparición de las primeras máquinas para doblar y cortar metal. También era la época en la que comenzaron a crecer la burocracia y las oficinas, como efecto secundario de la industrialización, escribe Ward. De hecho, fue entonces cuando también se inventaron las grapadoras y otro objeto presente en la exposición: los archivadores.
El lápiz
La exposición muestra todos los lápices de colores de Faber Castell, fundada en 1761 y considerada la primera compañía fabricante de este producto. Aunque este dato tiene trampa: Friedrich Staedtler comenzó a fabricar lápices en la década de 1660. Sin embargo, debido a las restricciones legales de Nuremberg, no pudo constituir una empresa hasta 1835. El de Staedtler tampoco era el primer lápiz de la historia: aunque el origen no está claro, el invento ya se conocía en Europa un siglo antes, como escribe también James Ward.
En el lápiz ha habido innovaciones: al principio tenían forma de barra rectangular y más tarde se hicieron con forma de cilindro y de hexágono. Los primeros lápices de colores los fabricó el británico Thomas Beckwith en 1781. En 1858, Hymen L. Lipman, de Filadelfia, patentó su lápiz con goma de borrar. El portaminas llegaría en 1915, inventado por el japonés Tokuji Hayakawa.
La cremallera
La cremallera ofrecía una alternativa más rápida y segura a los botones. Aunque hay patentes a partir de 1859, fue Gideon Sundbäck quien dio con un sistema comercializable universal a principios del siglo XX. Este es un ejemplo de cómo los nuevos inventos no necesariamente desplazan a los anteriores, incluso aunque sea su intención: puede que fuera más rápido abrocharse una camisa si tuviera cremallera en lugar de botones, pero también resultarían menos elegantes. Y es más fácil disimular un botón descosido que toda una cremallera rota. Algo parecido ocurrió con el velcro, inventado a mediados del siglo XX por el ingeniero suizo George de Mestral. Se hizo su hueco en el mercado sin sustituir ni a botones ni a cremalleras
El paraguas
El paraguas empezó a usarse en China e India, y no se introdujo en Europa hasta el siglo XVII. Según se cuenta en el dossier de la exposición, “en un principio solo estaba permitido llevarlo a las mujeres, especialmente de la alta burguesía”. En 1730 se incorporaron los tejidos impermeables y, durante el siglo siguiente, las varillas plegables. El paraguas clásico también podía cumplir las funciones de bastón. El plegable compacto llegó en 1928, diseñado por Hans Haupt.
La aceitera Marquina
Esta aceitera resuelve una necesidad muy evidente: ni gotea ni mancha la mesa. Tras su invención en 1961, se expandió por todo el mundo. Es obra del diseñador y arquitecto catalán Rafael Marquina (1921-2013). Su funcionamiento es muy sencillo: el recipiente cónico bajo el pitorro recoge esa última y engorrosa gota de aceite o de vinagre y la devuelve al recipiente. “El resto es complicarlo”, decía el propio creador.
Plástico de burbujas
El plástico de burbujas o plástico alveolar sirve para embalar artículos frágiles y, una vez desembalados, para jugar a reventar las burbujas. Según se explica en la exposición, esta invención evitó tirar kilos de papel y cartón a la basura. Lo crearon los ingenieros Alfred Fielding y Marc Chavannes en 1957 en Estados Unidos, aunque en realidad pensaban en crear un papel pintado plástico que se pudiera limpiar fácilmente. Durante los primeros años de comercialización, también se intentó vender este plástico como colchón.
El botijo
La historia del botijo se remonta a las antiguas culturas mesopotámicas, donde ya se encuentran restos de recipientes similares a los actuales. Sus periodos de máximo esplendor fueron la Edad de Bronce mediterránea y la Grecia helenística.
El agua se filtra por los poros de la arcilla y, en contacto con el ambiente seco exterior, se evapora. Al evaporarse, extrae parte de la energía térmica del agua almacenada en el interior del botijo, que se enfría. Este artículo publicado en EL PAÍS en 2014 explica este proceso con más detalle.
Más simple que el mecanismo de un botijo. pic.twitter.com/TZxrUVQaF6
— Mahtan (@Crowshield__) 26 de noviembre de 2017
La tirita
Josephine Frances Knight se cortaba a menudo mientras cocinaba en su casa de Nueva Jersey. Su marido, Earle Dickson, llegó a dejarle preparado un rollo de esparadrapo con cuadraditos de gasas adheridas. Dickson también trabajaba en Johnson & Johnson, por lo que decidió proponer el invento a sus jefes. Por muy útiles que todos estos objetos nos parezcan ahora, a algunos les costó hacerse un hueco: las tiritas salieron a la venta en 1921 y fueron un fracaso. Al menos hasta 1939, cuando la empresa envió millones de tiritas a todas las agrupaciones de boy scouts de Estados Unidos.
La pinza para la ropa
Aunque el primero en registrar la pinza más parecida a la actual fue el inventor estadounidense David Smith en 1853, entre 1852 y 1887 se presentaron más de 146 patentes diferentes de pinzas para la ropa, según recoge The New York Times. En 1887, Solon E. Moore mejoró el diseño de dos piezas de Smith al añadir la barra con muelle que une las dos piezas de madera. A mediados del siglo XX se comenzaron a construir también de plástico.
Sigue habiendo pinzas presentes incluso en las casas que donde hay secadora. Se destinan también a usos quizás no previstos por sus inventores, como cerrar bolsas.
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