La relación entre el chándal y los ajos, y el asombroso origen de otras 26 palabras

Juan Gil reúne en un libro 300 etimologías asombrosas, incluyendo las de términos como adefesio, broma, juerga y trabajo

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Nadie lucía el chándal como Luis Aragonés (en una imagen de 2008)
Nadie lucía el chándal como Luis Aragonés (en una imagen de 2008).

¿Qué relación guardan el chándal y los ajos? ¿Y el trabajo y la tortura, aparte de la evidente? ¿Y el chotis es madrileño o escocés? A estas y a otras 297 preguntas responde el libro 300 historias de palabras, obra dirigida por Juan Gil, catedrático de Filología y miembro de la Real Academia Española, con la documentación y redacción de Fernando de la Orden. Presentamos 27 de estas etimologías, todas ellas fetén.

Adefesio. Este sustantivo que significa “persona o cosa ridícula o de gran fealdad” proviene “del latín ad Ephesios, ‘a los efesios’, título de la célebre epístola de San Pablo, por alusión a las penalidades que pasó el santo en Éfeso”. A partir del siglo XVI se usa en expresiones como “hablar ad Efesios” con el significado de “inútilmente, disparatadamente”. Pronto aparece el sustantivo adefesio en el sentido de “despropósito, disparate”. A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, adefesio cobra su significado actual, aplicado sobre todo a personas.

Asesino. Este término proviene de la voz árabe ḥaššāšīn, adictos al cáñamo indio, es decir, al hachís. En la segunda mitad del siglo XI, el grupo chií ismailí de los nizaríes “llevó a cabo una sistemática campaña de terror mediante asesinatos selectivos que, según la tradición, eran ejecutados por sus seguidores con extraordinaria sangre fría tras ingerir una poción elaborada con cánnabis”. Se usa en español ya desde el siglo XIV.

Bártulos. “Procede del nombre de Bártolo de Sassoferrato, célebre jurisconsulto italiano del siglo XIV”. Sus libros se estudiaban en las universidades y “en torno a 1550 se documenta ya en castellano el empleo del término bártulos para referirse a ellos". Con el tiempo "esta voz pasó a significar, en general, ‘libros de estudio’”. En el último tercio del XVIII se documenta el uso con el significado actual de enseres, utensilios.

Bigote. Tiene su origen en “la expresión alemana bei Gott, ‘por Dios’”, juramento habitual y usado como apodo para denominar a las personas con bigote. Este término acabó imponiéndose a partir del siglo XV “en detrimento de la raíz griega (el bizantino moustáki) que daría lugar a mostacho”.

El muy prusiano bigote de Otto Von Bismarck, canciller de Alemania entre 1871 y 1890

Brindis. “De la frase alemana bring dir’s, ‘yo te lo ofrezco’ (propiamente ‘te lo traigo’) que solía pronunciarse al brindar”.

Broma. La broma o teredo es un pequeño molusco marino que perfora la madera sumergida en el agua. En el siglo XVI ya se usaba la palabra en el sentido de ‘cosa pesada o molesta’ por la pesadez de los buques atacados de broma. En el XVIII ya se utiliza como sinónimo de burla y chanza.

Caco. En la mitología romana, Caco era el hijo de Vulcano, “célebre bandido, mitad hombre, mitad sátiro”. En la Eneida se explica cómo robó a Hércules cuatro de los bueyes de Gerión. “Su nombre se asoció desde antiguo al arte de los ladrones” y su uso con este sentido se documenta en el siglo XVII.

Café. “Aunque hay quien relaciona su origen con el reino de Kaffa, en Etiopía, la palabra procede del árabe, donde se denominó qahwah”. Los turcos “lo llamaron kahve, término que adaptaron los italianos como caffe. Hay que tener en cuenta que fueron comerciantes venecianos los primeros en dar a conocer esta semilla en Europa, en torno a 1640”.

Candidato. En occidente, el color blanco se identifica con la inocencia. También en la antigua Roma, donde los pretendientes a ocupar cualquier cargo público vestían con toga blanca, en latín toga candida. Candidatus significa literalmente “blanqueado, vestido de blanco”.

Chándal. “Procede de la expresión marchand d’ail, ‘frutero, verdulero’ y, literalmente, ‘vendedor de ajos’”. Se refiere al tipo de jersey que vestían a finales del XIX en París, que fue llamado chandail y pasó a usarse como prenda deportiva por su comodidad. El diccionario de la RAE lo incluye por primera vez en 1983.

Chicle. Procede “de la voz náhuatl tzictli, que designa una gomorresina que fluye del tronco del chicozapote, árbol autóctono de México y América Central. Esta goma, de sabor dulce y aromático, era utilizada para mascar por numerosos pueblos amerindios”. Otras palabras del español procedentes del náhuatl son cacao, aguacate, cacahuete, tomate y, probablemente, chocolate.

Chotis. El nombre de este baile madrileño procede “del alemán schottisch, ‘escocés’”. El baile, de origen alemán, adaptaba “danzas campesinas escocesas llegadas a territorio germánico tras pasar por el tamiz francés”. A Madrid llegó a mediados del siglo XIX con el primer nombre de polca alemana.

En las fiestas de La Paloma, nadie sospechaba estar siguiendo una tradición escocesa. Getty Images

Chulo. Se documenta ya “en la segunda mitad del siglo XVI como voz de germanía, la jerga propia de ladrones y delincuentes”. Entonces significaba ‘muchacho’. El término “fue tomado del italiano, ciullo, niño, acortamiento de fanciullo, diminutivo a su vez de fante. Un siglo después ya se usa con el significado de 'persona aguda y graciosa, pero desvergonzada'”.

Coche. Se trata de “uno de los escasos préstamos del húngaro”. Kocs es una localidad cercana a Budapest, donde “se desarrolló en el siglo XV un nuevo tipo de suspensión que hacía más cómodo y placentero el viaje en coche de caballos”. Los carruajes de Kocks (koksi szekér) se hicieron muy populares en toda Europa.

Esquirol. Encontramos su origen a finales del siglo XIX: “L’Esquirol (del catalán esquirol, ‘ardilla’) es el nombre tradicional de una población barcelonesa situada en la comarca de Osona, en las inmediaciones de Manlleu. En esta última localidad, los obreros de la industria textil estaban en huelga, de modo que, con el fin de sustituirlos, los patronos decidieron contratar trabajadores locales”. La mayoría eran de L’Esquirol, termino que pasó a denominar “al trabajador que no se adhiere a una huelga o que ocupa el puesto de un huelguista”.

Fetén. Esta palabra que significa “bueno, estupendo” está en desuso, pero fue muy popular a lo largo del siglo XX. Proviene del caló fetén, “mejor”. “El caló es el dialecto peninsular del romaní, la lengua de los gitanos”. El español también ha tomado de esta lengua palabras como “biruje, camelo, canguelo, cate, chalado, chaval, chingar, chungo, currar, endiñar, gachó, gili, menda, molar y mangar”, entre otras.

Fulano. “Los sustantivos fulano (del árabe fulan, y este quizá del egipcio pw rv, ‘este hombre’) y mengano (quizá del árabe man kan, ‘quien sea’) se usan, precisamente, para aludir a una persona indeterminada o imaginaria”. Fulano es la más antigua y “se documenta en castellano en la segunda mitad del siglo XII”.

Grifo. El grifo es un animal mitológico con “cuerpo, patas y cola de león, y alas y cabeza de águila”. Se usa con la acepción de “llave situada en la boca de una cañería” a partir del último cuarto del siglo XIX: “Tomó este nombre por la costumbre de adornar las espitas de las fuentes con la imagen del grifo”.

Guiri. Proviene del vasco, siendo un acortamiento de guiristino, adaptación de cristino. Con este término “se conocía en el siglo XIX a los partidarios de María Cristina” en las guerras carlistas. En el País Vasco y Navarra se apoyó especialmente la causa de don Carlos, por lo que los cristinos o guiristinos “fueron percibidos, despectivamente, como gente ajena foránea o extranjera”. Los carlistas, por cierto, eran llamados carcas (“reaccionario, retrógrado”), del portugués carcunda, palabra que designaba a los absolutistas en las luchas políticas que vivió Portugal a principios del XIX.

Jamón. Aunque parezca mentira, se trata de “un galicismo que se incorporó al castellano en el siglo XVI”. Procede de jambon, derivado de jambe, ‘pierna’. Antes llamábamos al jamón “pernil, del latín perna, ‘pierna, especialmente de animal’, como se sigue haciendo en catalán, por ejemplo”.

Jamón, un producto español, una palabra francesa. Getty Images

Juerga. La voz juerga, ‘diversión bulliciosa’, nació en Andalucía en la segunda mitad del siglo XIX. Es una variante de huelga, “voz bien conocida que, sin embargo, en origen significó ‘tiempo que alguien está sin trabajar’ y, también, ‘placer, regocijo, diversión en un lugar ameno’”. Se relaciona también con folgar, “una de cuyas acepciones era ‘tener ayuntamiento carnal’”.

Michelín. Procede de la mascota Bibendum, de la marca francesa Michelin, que representa una figura humana diseñada con neumáticos superpuestos. Fue creada en 1898 y en los años 50 ya se documenta la palabra en español con el significado de lorza. Entró en el diccionario de la RAE en 1992.

Primer cartel de Michelin con la mascota Bibendum, de 1898

Rebeca. Tiene su origen en la chaqueta de punto que vestía Jean Fontaine en la película Rebeca (1940), de Alfred Hitchcock. Aunque el término se popularizó en seguida, no llegó al diccionario hasta 1984.

Robot. Procede del checo robota, ‘trabajo, prestación personal, en particular la de los siervos de la gleba’. El término “fue utilizado por el escritor Karel Čapec en una de sus obras de teatro, R. U. R. (Robots Universales Rossum), donde daba nombre a un androide que ejecutaba las tareas normalmente reservadas a los humanos”. La obra se estrenó en Praga en 1921 con gran éxito. Del checo también proceden pistola (pist’al era una pequeña flauta, de ahí pasaría al alemán Pistole) y obús (hofnice, una especie de catapulta).

Siesta. “Se documenta ya en nuestra lengua en el siglo XIII y proviene del latín sexta [hora]”. La hora prima era la del amanecer y la sexta, la del mediodía.

Sueldo. “Proviene del latín tardío solidus, ‘sólido, moneda de oro romana’”. En la Edad Media, un sueldo equivalía “a la paga de un soldado, de modo que la voz empezó a usarse con este sentido a finales del siglo XV”, extendiéndose posteriormente a otras profesiones.

Trabajo. Aparece ya a finales del siglo XII, con origen en el “latín vulgar tripaliāre, que significaría ‘torturar’”. Su significado primitivo fue el de “molestia, dificultad o sufrimiento” y solo después adquirió su sentido hoy habitual.

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