Sentado cómodamente en el salón de mi casa, con una cerveza al lado y la mesa bien provista de comida y tabaco, estoy siguiendo estos días, como millones de espectadores en todo el mundo, la retransmisión televisiva de la guerra del Golfo como si fuera un partido de fútbol o una película más. Este detalle, aparentemente natural e intrascendente, es para mí, sin embargo, fundamental y, más aún que los aviones invisibles o que los misiles inteligentes dirigidos a distancia por un ordenador, el que de verdad diferencia esta guerra de cualquier otra anterior. Porque, por primera vez en la historia del mundo -que, no nos engañemos, y, a los libros de texto me remito, es la historia de todas sus guerras-, la humanidad entera ha podido seguirla en directo desde sus casas a través de la televisión.
Así comenzaba la columna de Julio Llamazares, titulada La primera guerra televisada, una semana después del inicio de los bombardeos de la guerra del Golfo.
Llamazares no estaba solo: hace 25 años muchos desayunamos viendo el inicio de la operación Tormenta del Desierto. La madrugada del 17 de enero de 1991, las tropas estadounidenses, británicas y de Arabia Saudí comenzaron un ataque aéreo en Irak, respondiendo así a la invasión de Kuwait por parte de Sadam Husein en agosto del año anterior. No eran más que luces brillantes sobre un fondo verde y no era la primera vez que los medios estaban presentes en un conflicto de esta envergadura: ya había ocurrido, por ejemplo, en la guerra de Vietnam. Pero sí era la primera vez que la guerra se emitía en directo.
De hecho, los medios escritos intentaron adaptarse a esta velocidad. Por ejemplo y en ausencia de internet, El País lanzó 9 ediciones especiales en los dos primeros días de la ofensiva.
La CNN y el hotel Al-Rashid
Pudimos seguir los 43 días de conflicto gracias sobre todo a la CNN, que retransmitió sin interrupciones toda esa primera noche de bombardeos y que entonces era la única cadena de 24 horas de noticias. Tom Johnson, presidente de la empresa, relató en Atlanta Magazine que Ted Turner le dio carta blanca presupuestaria para cubrir el conflicto: "Gasta lo que creas necesario, amigo", le dijo.
Los reporteros de la CNN, John Holliman, Bernard Shaw y Peter Arnett se apostaron en la habitación 906 del hotel Al Rashid de Bagdad, grabando y emitiendo desde la azotea: “Ponían el micrófono en la ventana para que se pudiera escuchar el sonido del bombardeo sobre la ciudad o el de las baterías de defensa antimisiles iraquíes; en otra ocasión salieron a la calle para rodear el hotel”, según recogía El País el 17 de enero.
Pero muchas de las imágenes no se grabaron desde allí: el gobierno estadounidense facilitó vídeos que tenían la intención de mostrar la precisión de sus misiles. Usaban el adjetivo “quirúrgico” para describir las operaciones en las que se veía volar por los aires objetivos militares y no hablaban de muertes de civiles, sino de “daños colaterales”.
Aun así, la cobertura continua de la CNN permitió que se conocieran ataques a civiles y el bombardeo de una fábrica de leche infantil, que Estados Unidos insistió en que se trataba de una planta de armas biológicas.
Los medios españoles recogían y emitían las imágenes de la CNN. Eso sí, según El País, al inicio del conflicto había 25 periodistas españoles acreditados en la capital de Irak. El 18 de enero salieron todos de Bagdad a Amán (Jordania). No solo por la inseguridad (el gobierno iraquí les "invitó" a salir), sino porque las comunicaciones habían quedado interrumpidas.
Todos a excepción de Alfonso Rojo, entonces trabajando para El Mundo. Años más tarde explicaría en un encuentro digital que “el peligro era mínimo y la compensación profesional fue inmensa”. Y se quejó de la actitud de Arnett, el único que permaneció en la ciudad y que no le permitió transmitir por vía satélite. Por entonces, decía, Bagdad era una “ciudad fantasma”.
Las pantallas verdes
Como recuerda Arnett, en las primeras horas de los ataques, el gobierno iraquí no estaba preparado para la guerra en lo que se refería a la comunicación, “así que informamos de forma abierta sobre los edificios destruidos, la moral de la capital y la atmósfera de una ciudad bajo un bombardeo sin interrupciones”.
Arnett incluso entrevistó a Sadam Husein: “Pude preguntarle todo lo que quise”, explicó, aunque también vio cómo intentaron quitarle las cintas cuando volvía al hotel.
Lo que no cuenta Arnett en este texto es que sus imágenes sí se vieron sometidos a la censura iraquí, como explica el Alejandro Pizarroso Quintero en su libro Nuevas guerras, vieja propaganda: la propia CNN avisaba con un texto sobreimpreso de que las piezas enviadas desde Bagdad habían sido autorizadas por el gobierno de ese país.
En 1991, los periodistas no podían acceder de forma fácil a las tropas que estaban en el terreno y tenían dificultades para entrevistar al personal militar. Y es que a pesar de todas las imágenes, no hubo acceso real a las operaciones: “Las pantallas en verde que dominaban los televisores entonces también ocultaron las verdaderas maniobras del ejército norteamericano”, escribieron en El País en 2003 Luis Prados y Guillermo Altares.
Pizarroso añade que, aunque en la primera semana de guerra había más de 500 corresponsales en la región, "solo unos pocos privilegiados estuvieron cerca del frente, aunque estrechamente controlados y desesperados por la falta de información fidedigna y de imágenes; transmitieron crónicas necesariamente anodinas, llenas de impresiones subjetivas, pero sin datos". Lo que no impidió que se multiplicaran los artículos de opinión, los debates y las tertulias.
En la guerra de Irak de 2003, los periodistas comenzarían a viajar “empotrados” con las tropas. Obviamente, esto presentaba ventajas, como el acceso a zonas y momentos por lo general fuera del alcance de la prensa. Pero también fue una opción muy cuestionada, sobre todo por considerarse que los periodistas serían menos críticos con las acciones militares, y más teniendo en cuenta que el jefe de la unidad podía vetar o embargar las informaciones, que nunca serían en directo.
Tal y como apunta Óscar Gutiérrez, periodista de El País que estuvo en Irak en 2014, la situación actual ha vuelto a cambiar: de nuevo hay muchas dificultades para acceder al terreno con las tropas y hay aún más riesgo en caso de querer ir por cuenta propia. Actualmente "hay menos respeto por la vida de un periodista". En la actualidad y como en 1991, se depende de grandes agencias y medios internaciones para informar sobre lo que ocurre en el país.
Propaganda
El hecho de que la guerra se retransmitiera por televisión nos hizo creer que lo estábamos viendo todo tal cual era. No tardamos mucho en recordar (incluso aprender) que las imágenes también mienten.
En marzo de 1991, Juan Arias recordaba en El País que la imagen del cormorán empapado en petróleo a consecuencia de los vertidos de petróleo en Kuwait era falsa: "Databa de la pasada guerra entre Irán e Irak, y probablemente fue captada durante una fuga de petróleo en el mar hace ocho años, en 1983”.
Otra imagen simbólica de la guerra fue la de soldados iraquíes que daban las gracias de rodillas a los marines que entraban en el país: en realidad se trataba “de una reconstrucción realizada por voluntarios kuwaitíes y marines”.
Las invenciones propagandísticas no solo tuvieron lugar durante la guerra, sino también antes, para preparar a la opinión pública. Además de las exageraciones respecto a la capacidad militar de Irak, “en octubre de 1990, una adolescente de 15 años testificó públicamente en una sesión del Congreso de Estados Unidos (...). Ante las cámaras, la joven afirmó entre lágrimas que cuando los iraquíes llegaron al hospital de Kuwait, habían sacado nada menos que 312 niños prematuros de las incubadoras y los habían arrojado al suelo para incautarlas y trasladarlas a Bagdad. La noticia dio la vuelta al mundo”. Pero era falsa, como escribía el profesor de la Universidad Complutense de Madrid Alejandro Pizarroso.
Incluso las llamadas “bombas inteligentes” eran mucho menos precisas de lo que se decía, a pesar de que el general Norman Schwarzkopf, al mando de las operaciones, les dedicara mucho tiempo en las ruedas de prensa. Douglas Kellner, profesor de la Universidad de California Los Ángeles y autor de The Persian Gulf TV War, recogía que el Pentágono acabó admitiendo que solo eran del 7% de las bombas y que más del 70% de la munición no acertó en el objetivo. Eso sí, estos vídeos ayudaron a fabricar la imagen de "una guerra tecnológica limpia y exitosa”, además de “eficiente y humana, que se dirigía solo a objetivos militares”.
Según Kellner, los medios de comunicación tendieron a comportarse como “un vehículo de la estrategia del gobierno para manipular al público”. La preeminencia de los medios estadounidenses y en particular de la CNN, “dieron forma a la cobertura global del evento”, con lo que Estados Unidos controló el flujo de imágenes y discursos, “gestionando el espectáculo televisivo de la Guerra del Golfo”.
La campaña tuvo éxito, al menos durante la guerra. A pesar de algunas quejas por el control de la información y por la censura militar, no hubo “voces críticas significativas”, recuerda Kellner.
Una de las pocas excepciones fue la BBC, que optaba por una salida diplomática a la crisis y que por este motivo fue tildada de pro-iraquí. Se le puso el mote de Bagdad Broadcasting Corporation y eso a pesar de que incluso había recomendado a sus emisoras de radio que evitaran canciones como Give Peace a Chance y Bang Bang mientras durara la guerra. La crítica y la autocrítica llegarían después.
Un espectáculo televisivo
Y eso a pesar de que fueron muchos quienes, como Llamazares, se sentían incómodos con lo que cada vez se parecía más a un espectáculo televisivo. El propio Arnett explicaba en una entrevista concedida 10 años después del conflicto que esta guerra se cubrió de modo similar a otros eventos mediáticos, como el juicio a O. J. Simpson o la muerte de la princesa Diana, en un acercamiento en modo de “mediatón”, es decir, una maratón de imágenes y de información sin un filtro crítico y pausado.
En una línea similar, la periodista Ángela Rodicio recordaba en Televisión Española la dificultad que suponía dar información continua cuando los datos que llegaban eran parciales, de uno u otro bando.
La televisión, escribía Kellner, trató la guerra con “una narrativa emocionante, proporcionando una miniserie cada noche con un conflicto dramático, acción y aventura, peligro para las tropas aliadas y los civiles, y el mal perpetuado por los villanos iraquíes”. Era un acontecimiento emotivo y aglutinante, comparable a “un evento deportivo”.
No fue algo exclusivo de Estados Unidos. De hecho y según recogía El País, la guerra perjudicó a los videoclubs españoles: “Desde que ha estallado el conflicto, en apenas dos jornadas, las televisiones han duplicado su audiencia en detrimento de los alquileres, que se han reducido un 50%”. ¿Para qué alquilar La caza del Octubre Rojo si la verdadera película estaba en la televisión y era real?
El espíritu de estar combatiendo en una guerra justa y que además era un espectáculo quedó también reflejado en las Navidades previas al fin del ultimátum: Marta Sánchez y Olé Olé viajaron al Golfo Pérsico para actuar frente a las tropas el 24 y el 25 de diciembre, a bordo de la fragata española Numancia y de las corbetas Infanta Cristina y Diana, con la colaboración del humorista Raúl Sénder y al más puro estilo de uno de los números clásicos de Bob Hope para los soldados estadounidenses. Según una entrevista publicada en El País, la cantante aspiraba a convencer a los soldados de que “no debe ser tan malo estar allí si Marta Sánchez y los de Olé Olé también están”.
Televisión Española desplazó a 32 personas al golfo. Olé Olé tocó ocho canciones, incluida, claro, Soldados del amor.
Cada guerra tiene sus medios
Tal y como se temía Llamazares, la retransmisión de la guerra se convirtió "en un programa televisivo más”. Pero en realidad la culpa no era de la televisión, sino de la guerra. Es normal que la televisión use un lenguaje televisivo. Cada conflicto tiene sus medios de información y cada bando intenta usarlos a su conveniencia. En Televisión Española, Pizarroso ponía como ejemplo los Comentarios sobre guerra de las Galias que escribió Julio César y que también era un arma propagandística.
La parte positiva es que aprendemos de nuestros errores. Esta primera guerra del Golfo nos enseñó a desconfiar de los medios y a ser críticos incluso con lo que veíamos con nuestros propios ojos. Al final, el apoyo casi unánime durante el conflicto no le sirvió a Bush padre para ganar las elecciones en 1992 y Bush hijo se encontró con una opinión pública mundial dividida en 2003, cuando decidió volver a invadir Irak.
La guerra y las redes sociales
¿Pueden las redes sociales sustituir a la televisión como el gran medio de comunicación en la guerra? Óscar Gutiérrez explica que en la actualidad las redes se han convertido no tanto en un medio de información como en "un actor más, en otro instrumento de la guerra y de la propaganda". Y recuerda cómo el gobierno iraquí cortó el acceso a Twitter y a Facebook para evitar que el Estado Islámico lo utilizara para difundir el terror. "Pocos días antes de que yo llegara a Bagdad dijeron por redes que habían llegado al aeropuerto de la ciudad", cosa que era mentira. Los bulos virales también se pueden usar para la propaganda de guerra.
Pero las redes también permiten acceder a más fuentes del terreno y con más facilidad. "Las fuentes son más visibles", explica Gutiérrez, que pone como ejemplo al analista iraquí Hisham Alhashimi, que difunde mucha información por Facebook, y a Aymenn al Tamimia, experto en análisis de documentos del ISIS, que lo hace a través de su blog.
Esto también tiene un riesgo: "Los periodistas que cubrieron las guerras de 1991 y 2003 estuvieron en el terreno. Conocen Mosul, Falluja, Bagdad, incluso Basora. Había que ir y verlo porque no había tantos canales abiertos". Hoy en día se corre el peligro de "no acudir al terreno y confiar en los testigos y activistas que estén allí. Dejaríamos de lado nuestra visión propia, que es limitada, pero posible".
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