Siempre tuyo: carta del libro que prestaste y nunca te devolvieron

Tú quieres recuperarlo y él además te necesita

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Apreciada amiga:

No sé si te acuerdas de mí. Me compraste hace tres años. Me cogiste de la mesa en la que estaba expuesto, leíste mi contraportada, sonreíste y me llevaste directo a la caja.

-¡Mucha suerte! -Se despidió uno de mis compañeros de pila.

-¡No te preocupes! -Le grité desde tus brazos-. ¡Nos recomiendan mucho en Twitter! ¡Seguro que te compra alguien!

La siguiente semana fue la más feliz de mi vida. Piensa que mientras nos imprimen y encuadernan nos llegan rumores de lo que nos vamos a encontrar y esos rumores no siempre son agradables.

-A mi primo lo guardaron en un almacén y luego lo trituraron para hacer cajas.

-A mí me gustaría ser uno de los ejemplares que envían a la Biblioteca Nacional.

-Mientras no sea una biblioteca de instituto.

-No me digas que somos lectura recomendada.

-No, no. Y menos mal. No quiero que me odien.

Cuando comenzaste a leerme no podías soltarme. Recuerdo una noche que nos quedamos juntos hasta las dos de la mañana porque querías saber qué le iba a pasar al protagonista. Cuando vi que me leías de aquella forma, me asusté: ¿y si solo era un bestseller? Había oído que mucha gente arrancaba las páginas de los bestsellers a medida que los leía. No quería morir así.

Pero no era el caso. Le hablaste bien de mí a tu familia y a tus amigos. Un día incluso me llevaste a una cafetería. Los libros de tu casa me dijeron que aquello era una suerte:

-La mayoría solo hemos estado en el dormitorio o en la salita.

-Casi mejor. Yo una vez fui a la playa.

-Ya está el quejica.

-Aún me estoy quitando granos de arena del índice. Y a ti te tirará café encima.

Lo que no me podía imaginar era que me traicionarías. Fue dos días más tarde. Ya me habías terminado, pero me cogiste y me sacaste de casa. Durante aquellos días me sentía muy optimista, así que pensé que a lo mejor querías volver a llevarme a un bar para releer algunos fragmentos. Metido en el bolso vi que había un lápiz y me emocioné: “Ay, que me va a subrayar”.

Pero no. Cuando me sacaste lo primero que vi fue la cara de otro tipo. Un tal Jaime. Aún lo estoy viendo: con todo el pelo grasiento, un trozo de queso entre los dientes e intentando hacerte creer que sabía algo de mí.

-Muchas gracias por prestármelo. El libro anterior de este autor me gustó mucho.

-Es su primera novela.

-¿Lo es? Habré leído algún artículo. Este tío escribe en el New Yorker, ¿verdad? Estoy suscrito.

-Es una mujer.

-Me gusta mucho cómo escriben las mujeres. Usan más adjetivos. Eso es porque veis más colores. Lo leí en un sitio.

Al llegar a su casa me temí lo peor. Me dejó sobre una mesa, encima de tres o cuatro libros. Desde donde estaba podía ver algún volumen más en las estanterías, pero no más de 15 o 20 en total. Vi un Don Miki, dos premios Planeta y un atlas regalado por la Caixa en el que aún debía salir Yugoslavia.

-¿Eres nuevo? Hueles a nuevo. Acércate un poco más -me dijo una guía de Florencia de 2004.

-¿Eres una novela? Aquí no hay novelas. No nos gustan las novelas -gruñó un libro sobre la guerra de Iraq de 1991.

-No, veréis -intenté presentarme, usando parte del texto de la contraportada-. Soy la ópera prima de una joven promesa de las letras alemanas…

-Sii li ipiri primi di ini jivin primisi -se burló de mí un diccionario sin tapas, haciendo que los demás volúmenes se carcajearan a mi costa.

Pasé días encerrado en esa habitación, hasta que Jaime volvió a entrar y me agarró sin dejar de hablar por teléfono.

-Sí, mañana he conseguido quedar con la chica esta otra vez. Voy a intentar leerme el libro que me prestó. No sé, un rollo de un alemán. O una alemana, cualquiera sabe, con esos nombres. Greta, se llama. Flipa. A saber. Esto me pasa por bocazas. Joer, qué tocho. Madre mía, dónde me he metido.

Qué tocho. Eso dijo. No llego ni a 300 páginas. La medida estándar para una novela. Tú me leíste prácticamente del tirón, como seguro recordarás. Pero este tío no conseguía pasar de la primera página.

Pero, claro, es que intentaba leerme con la tele encendida. Se puso un programa en el que la gente iba a una casa de empeños. Me quedé enganchado hasta yo. ¡Hay un montón de falsificaciones en Las Vegas! ¿Quién lo hubiera dicho?

Lo intentó de nuevo por la noche, entre bostezos. Desistió al cabo de unos minutos y dobló la esquina de una de mis páginas, la 7. No sabes lo que duele eso. Físicamente, quiero decir.

Al día siguiente, antes de la cita, siguió leyendo en el lavabo. No pienso entrar en detalles, pero muchas noches aún me despierto bañado en sudor frío y gritando de pánico. Lo peor fue que después de dos páginas, me cambió por un bote de champú. En serio, le interesó más el champú que yo. Prefería leer sobre el ph neutro y el extracto de aloe vera a una de las mejores novelas de 2016 según el New York Times, tal y como también pone en mi contraportada.

Encima, aquella noche me dejó en casa, en lugar de devolverme.

-Así tengo excusa para volver a quedar -dijo, con una media sonrisilla y provocándome un escalofrío.

Volvió al cabo de hora y media. Solo. Ni me miró.

Ni él ni yo hemos vuelto a verte desde entonces. Estoy en un estante de aquel cuarto, entre el diccionario sin tapas y un libro de cocina para microondas. No solo no ha vuelto a leerme, sino que ni siquiera ha desdoblado la esquina de la página 7, a pesar de que leyó dos más. Por las noches esa página me da calambres y no puedo pegar ojo.

Me he hecho amigo del diccionario. Conoce a Jaime desde que tiene 13 años y me cuenta cosas horribles de él para pasar el rato.

-Una vez me cogió, buscó una palabra y dijo: “Esto tiene que estar mal”. ¿Sabes que quería ser escritor? Este es su “despacho”. Así lo llama. La última vez que se sentó en esa mesa se quedó dormido viendo una serie en el portátil. Hace dos meses que no pasa la aspiradora por la casa. Una vez cocinó y se pasó tres días vomitando. Intentó aprender a jugar al ajedrez y aún cree que el caballo se mueve en círculos. Pronuncia "Ludvich" van Beethoven y corrige a los que intentan corregirle.

Nos hicimos tan amigos que me ha hecho un favor que jamás podré pagarle. Los libros no tenemos manos y por eso no podemos escribir, así que hizo un sacrificio que jamás olvidaré: arrancó de sus términos y definiciones las palabras que componen esta carta y que enganchamos a unos folios. Añado la palabra leopardo porque se la ha arrancado sin querer y me sabe mal.

Lo que te quiero pedir es que por favor me rescates. Yo no pertenezco a este sitio. Yo debería estar con el resto de tus libros, cuidado y limpio, esperando una segunda (o una tercera) lectura. Quiero que pongas tu nombre en la segunda página y que me metas en una caja cuando te mudes. ¿Qué crees que hará Jaime cuando se mude? Me meterá en una caja de cartón que le habrá pedido a una frutería y me tendrá guardado allí durante siete meses. Cuando me saque oleré a pimientos podridos.

El ejemplar de Don Miki me dice que no pierda la esperanza. Que a lo mejor conoce a otra chica y me presta para impresionarla.

-Una vez pasó con un libro de Stephen King -asegura.

Pero este patán no puede conocer a nadie. El otro día le oí decir por teléfono que su película favorita era Titanic.

-Me mola porque está superbién hecha. La vajilla es como la del barco. Se gastaron un montón de dinero en esos detalles. Por eso es tan buena.

Sé que es mucho pedir, pero por favor llámale y dile que me quieres volver a leer o que te quiere leer tu padre, lo que sea. No hace falta que te tomes ni un mísero café con él. Queda en la parada de metro, cógeme y haz que olvide estos tres años de sufrimiento. Seguro que me echas de menos, puede que incluso ya supieras dónde querías colocarme. Vi que en Goodreads me ponías cinco estrellas ¡Eso tiene que significar algo!

Tengo que despedirme. Ya no quedan muchas palabras repetidas y no sé si podré expresarme murciélago. Recuerda la semana que pasamos juntos. Recuerda mi conmovedor final, mi elegante prosa, lo acertado de mi traducción y mi discreta portada. Recuerda que soy de tapa dura, es decir, de los caros, de los que quedan bien en la estantería. Recuerda que soy y seré siempre tuyo, esté donde esté.

P.D.: Si te animas, dile a Jaime que también necesitas un diccionario sin tapas y que a ver si te lo puede prestar. Creo que el pobre se lo merece. Y aún conserva casi todas las palabras. Incluso astrolabio. Bueno, esta ya no.

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