23 cosas que he aprendido dando la vuelta al mundo a pie

Ahora sé que los gestos no significan lo mismo en todos los países y que hay lugares donde es mejor no hacerse un selfie

Nacho Dean, ante un globo terráqueo

Han pasado casi tres años desde que empecé a dar la vuelta al mundo a pie. Durante este tiempo he pisado 31 países y he recorrido casi 33.000 kilómetros. Ahora me encuentro en Extremadura y, si todo va bien, el día 20 de marzo llegaré a la Puerta del Sol de Madrid, el mismo lugar donde empezó todo. Empecé mi aventura porque quería cumplir un sueño y porque quería vivir de una manera respetuosa con la naturaleza. Pero durante este tiempo he aprendido, además, muchas otras cosas:

1. El cuerpo humano tiene mucho aguante. Durante mi trayecto solía recorrer unos 45 kilómetros diarios, una distancia superior a la de los maratones. Y no solo eso: lo he hecho cargando con un carrito de 50 kilos y atravesando unas condiciones extremas: el frío de las montañas, el calor de los desiertos, la humedad de los trópicos... No deja de sorprenderme que mi cuerpo se haya adaptado tan bien a los cambios. Es más, después de todas las comidas que he probado, mi flora intestinal debe ser digna de un superhéroe.

2. Las noches en la selva son un escándalo. Pasar la noche dentro de una tienda de campaña en Europa es una cosa tranquila: se escucha algún perro, gatos, vacas y poco más. Pero la cosa cambia en una selva ecuatoriana, donde las noches son muy bulliciosas. Las ranas croan como si un serrucho cortara un árbol, los insectos zumban como si tuviesen un motor incorporado y los mamíferos hacen que las ramas crujan cuando merodean alrededor de la tienda de campaña.

3. Las noches en la selva son hermosas. Las noches serán escandalosas, sí, pero si reúnes la valentía necesaria para asomar la cabeza, los árboles de la selva se iluminan por el efecto de las luciérnagas. En Ecuador llegué a ver preciosas guirnaldas de luces blancas y verdes.

4. Una tienda de campaña tiene que estar más ordenada que el palacio de Buckingham. Por su tamaño, una tienda de campaña puede parecer una cosa fácil de manejar. Pero, para empezar, al plantarla debes tener en cuenta su orientación: conviene que ambas salidas se encuentren despejadas, por si llega algún imprevisto y toca salir corriendo. También hay que dejar las cosas ordenadas por si hace falta echar mano de algo en la oscuridad.

5. Cómo preparase para el ataque de un oso. Estuve durmiendo en bosques poblados por osos, como en Eslovenia. Tuve la fortuna de no encontrarme con ninguno. Pero, por si acaso, la gente se empeñaba en aleccionarme en las mejores maneras de reaccionar ante un posible ataque. La mayoría coincidía en que lo mejor es tumbarse y hacerse el muerto. Aunque, como os digo, por fortuna no puedo aseguraros al 100% que esta técnica sea efectiva.

6. Google Maps es una maravilla (aunque tiene margen de mejora). Durante mi viaje me apoyé mucho en los mapas de papel y en Google Maps. Gracias a ellos pude planificar mi viaje sin sobresaltos, porque cualquier error al calcular la distancia entre localidades podría haberme dejado pasando la noche al raso en lugares poco recomendables. Sin embargo, encontré alguna carencia en Google Maps, concretamente en la zona fronteriza entre India y Nepal. Es decir: Google Maps tiene lagunas, y no me refiero a las Lagunas de Ruidera o a los Grandes Lagos, sino a lagunas de contenido. Aunque debo reconocer que, en términos generales, Google Maps fue un grandísimo aliado y compañero de viaje.

7. Mejor si cruzas las fronteras a primera hora. En las fronteras nunca sabes bien lo que te puedes encontrar. Por ejemplo, hay algunas con una amplia zona militar. Y hay otras que parecen peligrosas. Por tanto, lo más recomendable es reducir los riesgos y cruzarlas a primera hora para tener tiempo de buscar un lugar donde dormir a resguardo.

8. No te hagas un selfie en la frontera entre Irán y Armenia. Adopté la costumbre de hacerme un selfie cada vez que cruzaba una frontera. Pero esta costumbre estuvo a punto de jugarme una mala pasada a la entrada de Irán. La cuestión es delicada: si te ven haciendo fotos pueden requisarte la tecnología y acusarte de espionaje. Nunca antes me había alegrado de no hablar el mismo idioma que quienes estaban ante mí. Tras una hora retenido y ante la imposibilidad de comunicarnos, ya que ellos no hablaban ni inglés ni español, los guardias me dejaron marchar. Pero tuve la impresión de que podía haber sido el final de mi viaje.

9. Si escuchas un ruido a tu espalda, date la vuelta. Caminaba tranquilamente por El Salvador cuando escuché un ruido a mi espalda. Me giré y encontré a un tipo que me perseguía con un machete enorme. Por suerte, tres años de caminatas me han dejado en buena forma, así que pude escaparme a la carrera. Pero durante el trayecto conviene estar atento todo el rato.

10. Los peluqueros malasios preadolescenten saben más que tú de fútbol español. Yo no soy muy futbolero: disfruto viendo una final, pero prefiero deportes como la natación o la escalada. Pero, al enterarse de que era español, casi todo el mundo me hablaba automáticamente de fútbol. Uno de los momentos más sorprendentes llegó cuando un peluquero malasio de quince años empezó a recitarme la alineación del Atlético de Madrid, citando a jugadores cuya existencia yo desconocía.

11. El mundo de la grifería está repleto de variantes. En cada país, los grifos de las duchas siguen una lógica propia. Puedes pasar cinco minutos intentando averiguar cómo se abre el grifo. Pero ahí no acaba el reto, porque pueden pasar otros cinco minutos hasta que averiguas cómo se activa el agua caliente.

12. No es recomendable dejar las cosas al azar. En este viaje no puedes ir en plan loco ni hippie porque no llegarás muy lejos: es peligroso y un mínimo desliz te puede salir caro. Conviene calcular bien las distancias entre las ciudades, las cantidades de comida y de bebida que transportas, conocer los números de emergencias, anticipar los visados que necesitas en cada país... Las enormes rectas que hay en los desiertos de Australia se hacen más largas de lo que imaginas, por lo que será mejor que dosifiques el agua hasta el último mililitro.

13. Sigue habiendo oficios que creías extinguidos. He sido consciente de que, muchas de las cosas que damos por sentado en España, son desconocidas en otros países. Creo que todos deberíamos saberlo, porque en el fondo tenemos mucha suerte. Por ejemplo, en muchos hogares centroamericanos carecen de frigoríficos, por lo que un carretillero se dedica a recorrer las calles con un inmenso bloque de hielo y a picar la cantidad que demandan sus clientes.

14. El género humano merece mucho la pena. Mucha gente concibe lo que hay más allá de sus fronteras como algo violento y peligroso. Pero tras mi experiencia puedo decir que el mundo está lleno de gente fabulosa. Una muestra: durante los más de 1.000 días que ha durado mi travesía, más de 300 personas me han abierto las puertas de su casa para que duerma.

15. Lo que duran unas zapatillas. En mi viaje he utilizado 11 pares de zapatillas. Teniendo en cuenta que he recorrido unos 33.000 kilómetros, podemos llegar a la conclusión de que la vida útil de unas buenas zapatillas alcanza los 3.000 kilómetros.

16. La gente más humilde puede ser la más generosa. En Irán, una docena de jóvenes en moto se acercaron una noche hasta mi tienda de campaña para molestarme. Al día siguiente, para estar un poco más protegido, pedí a una familia muy humilde que me dejara plantar mi tienda de campaña en su terreno. Mi anfitrión me obligó a dormir en su cama, mientras él dormía en el sofá. No hubo manera de que cambiara de idea. Esto me hizo comprender que en Europa somos muy celosos de nuestras propiedades.

17. Es posible entenderse con los demás aunque no hables el mismo idioma. Solo hablo español e inglés, pero no he tenido problemas para entenderme con la gente. Es posible entenderse con un granjero serbio o con un aldeano tailandés a través de los gestos. Eso sí, en ocasiones también conviene hacerse el despistado y usar la lejanía idiomática como mecanismo de defensa, como en la frontera de Irán.

Así quedó uno de los pares de zapatillas

18. Pero no valen todos los gestos. Como acto reflejo, mucha veces levantamos el pulgar en las fotos, como un gesto de aprobación. Pues bien, no lo hagáis si estáis de visita en Irán. La gente que posaba conmigo para una fotografía tuvo que explicarme que el gesto allí no estaba bien visto, porque viene a significar algo como "métete el dedo por ahí". Mis compañeros entendieron que no había mala fe y, con mucho sentido del humor, nos hicimos otra fotografía en la que todos levantábamos el pulgar.

19. Algunos saludos no son bienvenidos. No hay una forma única de saludarse. En los países hindúes juntan las manos y en los árabes se llevan la mano al corazón. Lo que no hay que hacer en un país árabe es dar la mano a una mujer, como tuvieron que explicarme en una ocasión después de hacerlo.

20. Si crees que mi viaje ha sido una locura, has de saber que otras personas lo hacen, aunque son muy pocas. Durante mi trayecto me crucé con otras cuatro personas en mi misma situación. El primero, un tipo que iba desde Rumanía hasta Tarifa. Por desgracia, tuvo que abandonar a la altura de Francia porque se le inflamó un pie. El segundo, un tipo que viajaba de Singapur a Francia, que se vio obligado a abandonar en India por culpa de la malaria. El tercero, un japonés que cruzaba Australia, al que perdí la pista. Y, el cuarto, que sí cumplió su objetivo, un británico que viajaba desde Canadá a Argentina. Imaginad la emoción que recorre el cuerpo cuando, después de una larga caminata, te cruzas con una persona que está pasando por lo mismo que tú.

21. El mundo está repleto de contrastes. Los contrastes son menos perceptibles cuando viajas a pie, ya que te vas aclimatando poco a poco a los distintos escenarios. Sin embargo, es imposible pasar por alto el contraste entre dos países como México y Estados Unidos, por ejemplo. O el contraste entre Indonesia y Australia. El primero, mucho más ajetreado, poblado y barato. El segundo, mucho más ordenado, despoblado y caro.

22. Hay otras formas de organizarse (y a veces son muy efectivas). En Bolivia, por ejemplo, conocí a los indígenas aymaras, que tienen unas comunidades mucho menos jerarquizadas y burocratizadas que nuestras sociedades. Ellos se reparten las responsabilidades en las asambleas locales. Por ejemplo, deciden quién se ocupará durante un tiempo de la recogida de basuras. Esta forma tan cercana de actuar hace que todos se sientan más involucrados y que vivan en mayor armonía con la naturaleza.

23. Las personas tenemos más afinididades que diferencias. Nuestras costumbres, nuestras religiones, nuestros sistemas políticos podrán ser diferentes, pero durante mi viaje he llegado a la conclusión de que las personas tenemos más afinidades que diferencias. Los humanos tendemos a resaltar las diferencias y los aspectos negativos, pero si hago un balance de toda mi aventura llego a la conclusión de que predomina la gente buena.

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