Más allá de Navidad o Semana Santa, cuando tu edad rondaba entre los 6 y 11 años, el verano y sus respectivas vacaciones hacían de julio y agosto los meses más divertidos. Comer paletas y helados la mayor parte de los días, jugar durante horas en la calle y organizar excursiones a la ciudad hicieron de esa época del año algo inolvidable.
1. La programación televisiva. No hay nada que se le compare a ver caricaturas en pijama hasta el mediodía o 1 de la tarde. Para nosotros, el plan era fabuloso, pero no para nuestras mamás, Por eso hacíamos una pausa, nos bañábamos, comíamos y luego continuábamos. No había nada mejor que echarte una o dos horas de las Fantasías animadas de ayer y hoy (como se conocen en México a las viejitas de Bugs Bunny y Warner Brothers). Más tarde comenzaban los clásicos japoneses como Los Caballeros del Zodiaco, Remi o Candy, Candy, que siempre nos hacían sufrir con todas las tragedias que vivían sus protagonistas.
2. Las paletas Vampiro y de Dedo. Son dos de las paletas que más disfrutábamos comer en verano y que tristemente ya no se comercializan. No importaba que nuestra boca permaneciera de color rojo por horas, comer esas maravillas valían la pena. Lo mismo pasaba con el Raspatito, ¿te acuerdas? Y si te caía muy bien tu amigo o llevabas la fiesta en paz con tu hermana o hermano, compartías una muppaleta, que tenía dos palitos para romperla en dos por la mitad.
3. Cursos de verano. Cuando nuestros papás decidían no tenerte en casa todo el día, acabábamos en un curso de verano. Eran esos lugares, casi siempre en la escuela cerca de tu casa o el garaje del vecino, donde nos enseñaban a hacer figuras con masa de sal o hacer dibujos con semillas y resistol (para darle textura). No aprendíamos mucho, pero por lo menos no nos aburríamos. Otros los pasamos en el club deportivo, en los que pasábamos la mitad del día nadando, corriendo y conviviendo con desconocidos que, a veces, se convertían en buenos amigos... o enemigos.
4. Las excursiones a Reino Aventura. Ya fuera con compañeros de la escuela o los vecinos con los que apenas hablábamos, invariablemente nuestros papás nos llevaban. Disfrutábamos marearnos en las sillas voladoras, entrar a La mansión de la Llorona y confundirnos en La casa del Tío Chueco antes de mojarnos de pies a cabeza en el Splash. Algunos llegaron a ver a Keiko, la ballena que protagonizó la serie de películas Free Willy. Más tarde Reino Aventura se convirtió en Six Flags, y hay que admitirlo, perdió un poco de su encanto.
5. Las albercas inflables. Es imposible olvidarlo. Junto con los hermanos pasábamos horas llenando una alberca inflable con agua caliente, que a los 15 minutos (y mucho tiempo antes de que alcanzaran la cantidad de agua necesaria) se enfriaba. Una vez que lo lográbamos, le hablábamos a Pepito, el vecino, para que también la disfrutara. Al momento en el que todos entrábamos... el agua se derramaba. Para los que no tenían alberca mojarse con las mangueras y organizar una guerra de globos de aguas era una opción.
6. Las permanencias voluntarias. Actualmente no hay promoción en los cines que se compare a esta que se ofrecía hace aproximadamente 20 años. Podías pasar el día entero en algunas salas de cine. Esto le permitía a los impuntuales disfrutar del principio de la cinta o bien a los que se habían quedado dormidos ver esa escena que se había perdido.
7. Coleccionar pepsilindros. Aunque estos cilindros de plástico también se podían adquirir en otras épocas del año. Era típico que en las vacaciones de verano te daba tiempo de perseguir al camión de Pepsi para cambiar tus taparoscas por estos artículos coleccionables. También tenías más tiempo para intercambiarlos con tus amigos y empacharte de refresco todo el día. En 2015 estos pepsilindros regresaron, pero los diseños no tenían nada que ver con los noventeros, pues ya no incluían a tus caricaturas favoritas como a los Looney Tunes, Batman o Los Picapiedra.
8. Comprar útiles escolares. Era la señal de que el regreso a clases se acercaba, pero aun así lo disfrutabas. No había momento que se comparara con comprar tu mochila, zapatos, cuadernos, libros y hasta gomas. No nos vas a dejar mentir, el olor a nuevo provoca felicidad. Es así.