Siempre nos fiamos de lo que ven nuestros ojos, a pesar de que nos dijeron que las apariencias engañan. La gente que tiene problemas con la percepción del color sufre un poco esto. Su aparente vida en casi blanco y negro no es real, pero es lo que ven sus ojos y de lo que se fían. Así que para ellos, eso es lo real. Y a ver quién les dice que no. Hasta que gracias a unas gafas logran ver los colores y sus reacciones son de las que te emocionan un poco, como puedes ver en esta recopilación, porque se descubre ante ellos un mundo nuevo. Un poco como me pasa a mí cuando me pongo las gafas y descubro la nitidez porque veo menos que un topo.
Posiblemente uno de los tongos más famosos a los que nos han sometido nuestros ojos es el famoso vestido azul/negro y blanco/dorado o, más recientemente, con estas chanclas que nos daban los mismos problemas con los colores. Aunque esto tiene que ver con que nuestro cerebro hace malabarismos para compensar los excesos y defectos de iluminación, como explica un catedrático de la Universidad Complutense.
Ocurre igual con las ilusiones ópticas. Y es injusto echarle toda la culpa a los ojos cuando el cerebro es igual de culpable. De hecho, hay unos premios a las mejores ilusiones ópticas del año y los puso en marcha una neurocientífica gallega a la que le interesan mucho como herramienta de investigación, porque le permite entender cómo nuestro cerebro percibe la realidad. Como puedes comprobar, hay nivelón en estos trucos.
Luego está lo que que otros ven donde nosotros no vemos nada. Le pasa a este cineasta e ilustrador belga: que donde tú ves una sombra, él ve la forma perfecta para hacer una ilustración.
A mí esto también me recuerda un poco a la gente que ve caras en el gotelé o en las vetas que hace la madera, que es una cosa que se llama pareidolia y tiene un poco que ver con la programación automática que tiene nuestro cerebro para reconocer caras todo el rato. No creas que lo de reconocer caras parece una cosa que todo el mundo hace. La prosopagnosia es un problema visual que consiste en la incapacidad de reconocer rostros. Y posiblemente conozcas a alguien que la sufría: Oliver Sacks. Él mismo escribió sobre ello en primera persona en The New Yorker.
Pero hay más cosas que no son lo que parecen a pesar de lo que vemos. A menudo nos pasa que se nos derrite el corazón con estampas muy cuquis de animalitos haciendo cosas de personas, como es que un solo polar y perro se hagan amiguitos. La culpa la tienen todas las pelis de amistad entre animales que hemos visto. El chasco llega cuando se descubre que esa supuesta amistad acabó como el rosario de la aurora.
Y también hay apariencias que además de engañarte, te pueden decir que igual eres un poco malpensado, como te enseña esta foto.
Selección del contenido y redacción de la carta: Anabel Bueno @aibueno