El 23 de febrero, pero hace un año, se registraban heladas generalizadas en la península Ibérica y en algunos puntos se alcanzaban -10⁰C. Un año después, este sábado, la situación se ha invertido hasta el punto de poder olvidarnos del abrigo e incluso del jersey. Se esperaba que las temperaturas rebasasen los 20⁰C en numerosas zonas del país, con valores más propios de la primavera o incluso del verano en puntos de la costa cantábrica.
¿Qué está provocando este calor?
Para entender lo que está pasando vamos a examinar el siguiente mapa que nos da la situación prevista este sábado a las 12.00 UTC (13.00 hora peninsular).
La forma del mapa refleja una dorsal o zona de altas presiones (colores amarillos) que se extiende desde nuestro país hasta Escandinavia y que está flanqueada por dos vaguadas o zonas de bajas presiones (colores azules). Los meteorólogos llamamos a esta situación “patrón de bloqueo en omega” por su semejanza a la letra griega omega (Ω).
Bajo la acción de la dorsal y de la vaguada atlántica, el aire es transportado desde latitudes tropicales hacia Europa Occidental dando como resultado una situación en la que la estabilidad y las altas temperaturas están garantizadas.
¿Esto es normal? ¿Cuánto durará?
Las temperaturas máximas que estamos registrando estos días no son normales y están entre cinco y diez grados por encima de lo habitual para estas fechas. No es la primera vez que vivimos un mes de febrero tan cálido, pero tampoco es algo que se repita todos los años. En ese sentido, podemos afirmar que la situación actual es excepcional hasta el punto de que este sábado podrían haberse batido algunos récords de temperatura máxima para un mes de febrero.
Por otro lado, la atmósfera es proclive al desarrollo de patrones de bloqueo (la forma de omega a la que nos referíamos antes) como el que actualmente afecta a la Península. La zona más propensa es la fachada atlántica europea, hasta el punto de que aproximadamente uno de cada tres días, esta área está bajo el influjo de un bloqueo.
Otra característica importante de un bloqueo es su persistencia: la duración de estos episodios abarca desde días hasta semanas y, por tanto, el tiempo asociado en la zona no cambia durante ese periodo. Cuando aparecen en verano provocan episodios cálidos o incluso olas de calor prolongadas durante varios días. Cuando aparecen en octubre o noviembre, las temperaturas anormalmente altas nos llevan a hablar del ya famoso “veroño” como el que nos visitó en 2017.
En este caso en particular, parece que el tiempo permanecerá estable, soleado y con temperaturas anormalmente altas en Europa Occidental, al menos hasta el miércoles. Como contrapartida, las lluvias persistirán en el área de los Balcanes y en las Azores.
¿Cómo será el resto del invierno?
Esta pregunta no es fácil de contestar porque no sabemos cómo se comportará la atmósfera después del bloqueo. Es más, ni siquiera podemos conocer con certeza cuándo desaparecerá.
Por un lado, la primavera meteorológica comenzará el próximo 1 de marzo y con ella se abre un periodo que es propenso a cambios de tiempo rápidos y repentinos, con el sucesivo paso de borrascas en el que días cálidos y estables dan paso a otros lluviosos, y viceversa. Por otro lado, tampoco es descartable que se genere una nueva situación de bloqueo y, con ella, el predominio de la estabilidad a medio y largo plazo.
Las predicciones estacionales de los dos principales modelos meteorológicos no se ponen de acuerdo respecto a la temperatura que predominará el próximo trimestre. El modelo europeo IFS apuesta por anomalías cálidas en los países mediterráneos y el modelo estadounidense GFS las lleva al centro de Europa.
¿Qué relación existe con el cambio climático?
Las situaciones de bloqueo se han dado siempre y se seguirán repitiendo en el futuro. La mayoría de los modelos climáticos se decantan por una disminución de su frecuencia, como consecuencia del cambio climático, aunque existen algunos estudios que aseguran lo contrario.
No sabemos cómo afectará el cambio climático a las situaciones de bloqueos porque todavía nos falta base teórica y conocimiento de su comienzo, mantenimiento y disipación. Lo que más debe preocuparnos es el bloqueo en sí porque, como ya explicamos antes, las zonas expuestas a las altas presiones –la península Ibérica, por ejemplo- viven largos periodos de sequía, mientras que las expuestas a las bajas presiones pueden sufrir repetidas inundaciones. Y todo esto en un mundo que cada día es más vulnerable.