A las cuatro de la madrugada, mientras la mayoría de los españoles da su enésima vuelta en el colchón, maldiciendo la ola de calor, Enrique Pérez mezcla con sus manos la masa para hacer porras. Entre sus ingredientes lleva bicarbonato, harina y agua casi hirviendo. “Aquí todo quema: el depósito del agua de la amasadora, la masa, la chocolatera, el chocolate, la sartén, los churros recién hechos…”, me advierte, mientras me señala todo lo que no debo tocar.
Pérez es uno de los socios de la churrería Churralia, en Madrid, y me ha dejado acompañarlo durante unas horas para que compruebe cómo es trabajar frente a una sartén enorme llena de aceite hirviendo durante una ola de calor. Y ya me avisa: “Hay otros que lo pasan peor”. Lo compruebo después. Un obrero del asfalto, un pollero y un muñeco viviente han accedido a compartir parte su jornada laboral conmigo este lunes, 6 de agosto, en plena ola de calor. En Madrid, los termómetros rozarán los 40 grados.
8:30: churrería Churralia. 25 grados en el exterior
Enrique Pérez me recibe en su churrería del distrito de Chamberí diciéndome que ya ha pasado “lo peor”. Las horas más frescas del día suelen ser de tres a cinco de la madrugada, salvo si eres churrero. “A esas horas es cuando tenemos la sartén a pleno rendimiento”, cuenta. Aunque esta tarde hay alerta naranja por el calor, la mañana ha amanecido fresca y el termómetro no supera los 25 grados en el exterior. Dentro de la churrería hay 32 grados, según un termómetro de interior que he llevado para la ocasión. Cerca de la sartén, 38.
“Nosotros estamos bastante acostumbrados y no lo llevamos mal”, afirma Pérez mientras hace girar una rosca de porras en la sartén. Él puede pasarse horas frente a la pila de aceite. Yo he hecho la prueba y no he aguantado ni cinco minutos: no solo por el calor que emana de la sartén, sino también por el que asciende del humo del aceite.
Para evitar el calor, Pérez explica que intentan “mantenerse lo más alejados posible del aceite”, aunque tampoco es posible alejarse demasiado. En el local de Churralia difícilmente cabrían cinco mesas de ping-pong, a pesar de que de allí salen más de 2.500 porras y 3.000 churros diarios. “Repartimos a muchos bares y hoteles, entre ellos, al Palace o al Madrid Tower”, explica Pérez. Dentro del local están trabajando tres personas. Conmigo, cuatro.
Para mantenerse alejados de la sartén, manejan las roscas con dos largos palos, que no evitan que les llegue alguna de las salpicaduras que se producen al dar la vuelta a las porras. Cada vez que van a voltearlas, me pide que me aleje. “Y por esto llevamos pantalones largos”, dice después de que un buen borbotón salte fuera de la sartén. También cuenta con un relevo: hay tres personas trabajando dentro de la churrería y, “cuando aprieta el calor en la sartén, nos turnamos”, explican. También salen a comprar agua y refrescos.
Pérez cuenta que, para él, lo peor del verano no son las olas de calor, sino las horas de luz. “Normalmente, trabajo de 4 de la madrugada a 11 de la mañana, aguanto despierto hasta la hora de comer y me acuesto un rato”, cuenta. “Por la noche, en invierno logro acostarme a las 10 o incluso antes, pero en verano a esa hora es casi de día y cerrar los ojos es imposible”. A las 14:00 empieza la alerta naranja por temperaturas que alcanzarán los 39 grados. Esa es la hora a la que Pérez intentará ponerse a dormir.
12:00: asfaltado de la calle San Ildefonso. 33 grados en el exterior
Cuando el camión que transporta el asfalto lo deja caer en la extendedora –la máquina que lo esparce por las calles–, uno de los compañeros de Mario García le introduce un termómetro. Marca 162 grados. “Si no está así de caliente, no se fija bien”, explica Mario, que prefiere no aparecer con su nombre real después de que una de las responsables de seguridad de la obra le llamara la atención, a él y a sus compañeros, por hablar conmigo.
Es mediodía, hay 33 grados y la sombra empieza a escasear en la calle San Ildefonso. En la poca que queda se resguardan media docena de obreros, de entre 30 y 50 años, que trabaja en el asfaltado de la carretera. Nada más entrar en la calle, una bofetada de calor proveniente del suelo me golpea.
Mario es uno de los trabajadores que aguarda, a la sombra, a que llegue un camión con más alquitrán. “Hasta que no llegue, estamos parados”, cuenta. Dice que van con retraso, lo cual es una mala noticia. “Nuestro horario es de 8 de la mañana hasta que terminamos de asfaltar lo que nos toca. Y una hora para comer”, me cuenta. “Hoy no creo que terminemos antes de las seis de la tarde”. A esa hora, la temperatura prevista es de 37 grados.
Le pregunto si sabe que a partir de las 14:00 hay alerta naranja por altas temperaturas y qué hacen en estos casos. “Da igual que haya alerta amarilla, roja o del color que sea”, cuenta. “Nosotros no paramos hasta que no terminamos el trabajo”. Le pregunto qué medidas toman entonces para evitar problemas con el calor. “Espera, que te lo enseño”, dice uno de sus compañeros, entre risas. Se aleja y vuelve con un botijo.
Algunas cifras de mi jornada
2 litros. El agua que me bebí durante las horas que estuve fuera de casa, entre las ocho y media de la mañana y las cuatro y media de la tarde.
25 grados. La temperatura mínima en exterior. Eran las 8:30 de la mañana.
48´2 grados. La temperatura máxima en interior. En Asador de Pollos Navarro.
162 grados. La temperatura máxima que vi en un termómetro. Estaba introducido en el asfalto de una extendedora.
5 minutos. Tiempo máximo que he aguantado frente a los asadores de la pollería Navarro.
“Estos días sabemos que va a hacer mucho calor y venimos preparados”, cuenta Mario. “Llevamos protector solar, bebemos agua cada poco, estamos en la sombra todo lo que podemos y aprovechamos ratos como este para descansar”. Estas medidas coinciden con las que han difundido sindicatos como CC OO para prevenir golpes de calor.
Mientras charlamos llega el camión con más asfalto y García y sus compañeros suben a la extendedora. Uno conduce y el resto va a arreglando las imperfecciones con palas. Sí: pisan el asfalto a 160 grados, lo cogen a paladas y lo distribuyen por el suelo. “Llevamos botas especiales, aunque se te recalientan los pies igualmente”, me explica. Yo, que llevo una camiseta de algodón y unos pantalones vaqueros largos, apenas puedo acercarme a la extendedora, y se ríen de los chorros de sudor que me caen por la cara. “Y tú, ¿has tomado medidas para pasar aquí la alerta naranja?”.
13:45: Asador Navarro. 34 grados en el exterior
Pegado al mostrador que hay frente a los asadores de la pollería Asador Navarro, la temperatura supera los 48 grados. “Ahora solo está encendido uno de los seis fuegos del asador, imagina cuando los encendemos todos”, cuenta Fran Ferrera, de 29 años, uno de los trabajadores del local. Lo único que tienen para combatir el calor es un pequeño ventilador de sobremesa, y está apagado. “Total, solo sirve para mover el calor de un sitio a otro”, cuenta.
Ferrera recuerda que, hace unos años, tenían un reloj con termómetro colgado en una de las paredes más alejadas de los asadores, y que él ha llegado a verlo marcar 51 grados. Los domingos, cuando el Rastro provoca colas que ocupan buena parte de la calle donde se encuentra esta pollería, Ferrera se pasa horas frente al asador (con sus seis fuegos encendidos), sacando y cortando pollos. Yo me coloco cinco minutos (cronometrados) para ver cuál es la sensación de trabajar frente a los fuegos. Termino así:
“Por eso es importante llevar gorro, que si no te gotea el sudor de la frente”, explica Ferrera nada más verme la cara. “También es importante ir de negro. Si no, acabas como Camacho”, bromea. He pasado tanto calor frente al asador que he sentido alivio al cambiar de sitio y ponerme al lado de las freidoras llenas de aceite hirviendo.
Ferrera explica que están acostumbrados al calor y que, a título personal, incluso prefiere los días de bullicio. “Se pasa más calor cuando estás sin parar, con más gente dentro del local [los domingos trabajan tres personas, y entre semana, dos] con el asador a pleno rendimiento, pero también te da menos tiempo a pensar en el calor que estás pasando”, cuenta. Como ejemplo de lo habituados que están al calor, me pasa una bandeja de patatas recién salidas de la freidora. La toco con un dedo y me quemo. Él la sujeta sin problema a mano descubierta.
Para aguantar el calor, tratan de mantenerse hidratados. Me enseña la botella de agua de litro y medio que ha abierto esa misma mañana. Le quedan menos de tres dedos. “Y, por supuesto, si no hay clientes y no tenemos que mover los pollos, ni nos acercamos a los asadores”, cuenta. Tanto él como su compañera, Mercedes Robles, tienen colocadas dos sillas en el punto más lejano a los asadores, y es ahí donde esperan a los clientes.
15:00: muñecos vivientes de Sol. 36 grados en el exterior
A las tres de la tarde no hay ni una sombra en la Puerta del Sol, y el que tiene que atravesar la plaza lo hace lo más rápido posible. Solo se detienen los turistas que quieren sacarse fotos, y a ellos se acercan rápidamente los pocos muñecos vivientes que se encuentran trabajando a esas horas. Cuando no hay turistas cerca, se levantan las máscaras e incluso de lejos se puede ver brillar sus chorros de sudor.
“Paso mucho calor, pero no queda otra que aguantarse”, explica entre sudores Adrián Gómez, de solo 17 años, que trabaja vestido de Mickey Mouse. “Además, yo no soy de los que peor lo pasa”. Él lleva una camisa y, sobre ella, un disfraz ligero, pero otro de los Mickeys viste un traje de Papá Noel y lleva puestos incluso unos guantes de lana. Claramente, son disfraces pensados para llevar en Navidad, a 10 grados, y no a los 36 a los que estamos en este momento. Me acerco a hablar con el Mickey de los guantes de lana, pero no responde. “No habla casi nada de español, como casi todos los Mickeys”, explica Gómez. “Menos yo, los demás son de Bangladés”.
Carmen Mancheño, secretaria de Salud Laboral de CC OO Madrid, explica a Verne que estos trabajadores, al estar en una situación irregular, "están en total desprotección de cualquier riesgo laboral, ya sea un golpe de calor o un atraco". No solo no existe legislación que los proteja en este aspecto sino que, apunta Mancheño, "de tener un problema con el calor, ni siquiera quedaría reflejado como accidente laboral, sino como si un viandante cualquiera hubiera sufrido un golpe de calor".
Gómez cuenta que hay días que pasa 12 horas (de 11 de la mañana a 11 de la noche) con el traje, aunque otros, como hoy, llega después de comer y se queda hasta la 1 de la madrugada. Desconocía que hubiera alerta naranja por el calor, aunque el tiempo no cambia sus planes. “Da igual que haga calor, si aprieta mucho subo a la calle Preciados, que hay sombra, y si tengo que descansar me siento en la calle Arenal”. Allí hay sentadas más personas que se dedican a lo mismo, pero están descansando: sus trajes cuelgan de un árbol que hay frente a ellos.
El joven ni siquiera lleva agua encima. “Cuando tengo sed me compro una botella en alguno de los grandes almacenes de la zona”, cuenta. “Así me la puedo beber fresca”. Se despide de mí cuando pasa cerca una mujer con un niño pequeño, que se sorprende al ver a Gómez, que todavía no se había bajado la máscara de Mickey. “Espero no haberlo traumatizado, pero peor lo estoy pasando yo”, bromea.
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Poca prevención, muchos riesgos laborales
La primera ola de calor en España ha dejado nueve muertos a su paso, entre los que se encuentran ancianos, personas que se encontraban realizando actividades deportivas y trabajadores expuestos al sol. "Cuando los mecanismos fisiológicos de eliminación de calor son insuficientes y persiste la agresión térmica, la temperatura interna del organismo aumenta hasta que se produce un golpe de calor", explica Carmen Mancheño, secretaria de Salud Laboral de CCOO de Madrid. "Es una condición muy peligrosa que puede ocasionar pérdida del conocimiento, daño cerebral irreversible y muerte".
Mancheño explica a Verne que, "por ley, las empresas deben evaluar y prevenir cualquier riesgo al que puedan enfrentarse sus trabajadores, y el calor es un de ellos". Sin embargo, "la mayoría no lo evalúa, y solo se toman medidas en caso de que se encuentren ante quejas de los trabajadores".
Las condiciones y riesgos son diferentes en cada trabajo, "por eso hay que crear normas preventivas según la labor a realizar: reorganizar el trabajo para evitar las horas de máximo calor o disminuir la carga de trabajo en esas horas, organizar pausas, ofrecer agua...".
También considera muy importante formar a los trabajadores. "En muchos casos no son conscientes del riesgo que puede suponer el calor", cuenta. "Conocer los síntomas de un golpe de calor (dolor de cabeza, mareos, titubeos, aumento de la temperatura corporal) y tomar medidas a tiempo es importantísimo para evitar males mayores".
El Ministerio de Sanidad cuenta con un decálogo con recomendaciones tanto para el trabajo como para el día a día durante las olas de calor. Es el siguiente:
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Beba agua o líquidos con frecuencia, aunque no sienta sed y con independencia de la actividad física que realice.
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No abuse de las bebidas con cafeína, alcohol o grandes cantidades de azúcar, ya que pueden hacer perder más líquido corporal.
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Aunque cualquier persona puede sufrir un problema relacionado con el calor, preste especial atención a bebés y niños pequeños, mayores y personas con enfermedades que puedan agravarse con el calor y la deshidratación, como las patologías cardíacas.
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Permanezca el mayor tiempo posible en lugares frescos, a la sombra o climatizados, y refrésquese cada vez que lo necesite.
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Procure reducir la actividad física y evitar practicar deportes al aire libre en las horas más calurosas (de 12.00 a 17.00).
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Use ropa ligera, holgada y que deje transpirar.
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Nunca deje a ninguna persona en un vehículo estacionado y cerrado (especialmente a niños, ancianos o enfermos crónicos).
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Consulte a su médico ante síntomas que se prolonguen más de una hora y que puedan estar relacionados con las altas temperaturas.
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Mantenga sus medicinas en un lugar fresco; el calor puede alterar su composición y sus efectos.
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Haga comidas ligeras que ayuden a reponer las sales perdidas por el sudor (ensaladas, frutas, verduras, zumos, etc.).
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