#YETI: YA Está Todo Inventado

'No hay manera más fácil de convertirse en cliché que tratar de evitarlo'

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“Eres único. Y hay otros siete mil millones de personas exactamente tan únicas como tú”. Así comienza vemödalen, un vídeo elaborado con 465 fotogramas prácticamente idénticos tomados por usuarios de Flickr elegidos al azar. Vemödalen es una palabra inventada que alude a “la frustración de fotografiar algo increíble (una puesta de sol, un primer plano de un ojo, la curva de una cadera) cuando miles de fotografías idénticas ya existen". Es el concepto del Dictionary of Obscure Sorrows (Diccionario de las oscuras penas), una colección online de palabras inventadas que busca cubrir un hueco en el lenguaje y nombrar una emoción para la que no tenemos nombre bautiza con un palabro que suena a mueble de Ikea.

Queremos alejarnos del rebaño, mostrarnos al mundo en nuestra autenticidad. Sin embargo, nuestra originalidad se parece, de forma indistinguible la mayoría de las veces, a la de los demás. Ese tatuaje de mariposa en la rabadilla, ¿cuántas veces lo has visto desde que se te ocurrió hacértelo, con la idea de que con él ibas a ser 'más tú'? Puede que no existan dos copos de nieve iguales, como asegura el dicho Zen, pero se parecen tanto que es imposible separarlos.

Nos encontramos, en fin, ante YETI: Ya Está Todo Inventado. Un acrónimo que suena más simpático y fácil de pronunciar que vemödalen y que tiene también su punto nostálgico, como el monstruo de las nieves. "Cada una de nuestras vidas nos parece única a nosotros, pero no a otras personas”, señala a Verne John Koening, autor del diccionario. “Internet puede acentuar nuestra humanidad común y hacernos sentir menos solos, pero también puede hacernos sentir remplazables. Es tan fácil mostrar al mundo que eres único. Pero la competición es fuerte y tienes que trabajar duro para que se te escuche. Y no hay manera más fácil de convertirse en cliché que tratar de evitarlo".

“Todo está inventado: la capacidad de reproducir o inventar algo nuevo la agotó uno que vivía en la cueva de Altamira pintando bisontes”, señala María Vázquez, profesora de arte en la Escuela Superior de Diseño Ramón Falcó, de Lugo. “El hombre, en su bendita ingenuidad, tiende a descubrir la pólvora continuamente. Hoy lo celebra compartiendo en las redes sociales. Unas redes que nos hacen iguales cuando lo que en realidad queremos demostrar es que vemos el mundo como nadie es capaz de verlo”.

Un problema de las redes sociales, apunta Koening, son los pequeños números grises al final de cada post. “El trabajo creativo es frustrantemente ambiguo, y es difícil saber qué impacto estás teniendo en la gente. Así que cuando ves la rigidez clara de ese número es algo hipnotizador, y te crees que 'compartido 762 veces' significa algo. Pero si contemplas a tu audiencia como una unidad gris e indistinguible, ellos te devolverán el favor y se asegurarán de que tu trabajo termine, también, pareciendo gris e indistinguible”. Las redes sociales conectan a la gente, sí, pero también pueden convertirse en un coro griego, dice Koening: “Comentamos el comentario, mezclamos las mezclas. Todo se convierte en un proceso de digestión y redigestión hasta que no nos quedan suficientes ideas originales”.

“Es el eterno dilema, ¿no? Entre vivir de acuerdo a lo que somos, como seres únicos, y a la vez seguir los mismos patrones que todo el mundo y, por tanto, reconocernos como poco originales cuando cada uno de nosotros es totalmente original”, apunta Eva Domínguez, periodista especializada en narrativa digital. “¿Por qué tendemos a la copia, al mimetismo, a encajar de forma inconsciente en esos patrones colectivos?”, se pregunta.

Esta es la cuestión que llevó a John Koening a emprender su diccionario. Tuvo la idea en Turquía. “Estaba en un tour en Capadocia y, después de hacer unas fotos malas, decidí que podría pasar de esas instantáneas y comprar un libro de postales. ¿Qué más da que las hubiera tomado yo, si el objeto era el mismo? Así que una foto es básicamente como un producto de Ikea, una pieza de arte prefabricada que montas tú mismo”, escribe Koening.

Si cada vez que tomásemos una foto de algo quedase en el aire un marco visible a su alrededor, plantea Koening, ¿cuántas ciudades, costas y playas, monumentos, animalillos raros quedarían totalmente garabateados? “Los marcos visibles serían la peor forma de polución”, dice Koening, “y esto sería el fin de no pocas diversiones. Al fin y al cabo, creo que a menudo el deleite tiene que ver con la idea de descubrir algo secretamente escondido en algún lugar”.

Otras emociones huérfanas de nombre compiladas por Koening en su diccionario:

Avenoir: El deseo de que la memoria pudiera transcurrir a la inversa. Damos por hecho que la vida se mueve hacia adelante. Es como si fuésemos en un bote, sentados a la cabeza: puedes ver dónde has estado, pero no hacia dónde te diriges. ¿Qué pasaría si nos sentásemos al otro lado, si la vida se diese al revés?

Sander: Cuando uno se da cuenta de que cada persona tiene una vida tan vívida y compleja como la propia.

Mimeomia: La frustración de saber que encajas fácilmente en un estereotipo.

Anchorage: El deseo de anclarse al tiempo a medida que va pasando, como tratando de agarrarse a una roca para que no te lleve el río, sintiendo el peso de la corriente contra el pecho mientras tus mayores bajan flotando hacia abajo, gritando por encima del rugir de los rápidos: “No pasa nada. Déjalo ir”.

Catoptric tristesse: La tristeza de no poder saber lo que otras personas piensan de ti, ya sea bueno, malo o, simplemente,nada. Aunque nos reflejamos en los demás con la nitidez de un espejo, la verdadera imagen de cómo nos ven de alguna manera nos llega suavizada y distorsionada, como si cada espejo estuviera preocupado tratando de darse la vuelta, buscando desesperadamente mirarse a sí mismo a los ojos.

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