Una de las fotografías más populares hasta el momento en estos Juegos Olímpicos la han protagonizado Dooa El Ghobashy y Kira Walkenhorst, dos jugadoras de vóley-playa que, en la imagen, se disputaban un punto sobre la arena de Copacabana. A un lado de la red, El Ghobashy, deportista egipcia, jugaba con el hiyab islámico, mientras que al otro, Walkenhorst, deportista alemana, lo hacía en bikini.
La imagen, como comentamos ayer, ha servido para ilustrar la riqueza cultural de los Juegos Olímpicos, pero también para que, una vez más, nos preguntemos por el vestuario de las deportistas (que siempre se someta a debate el vestuario de las mujeres, y no el de los hombres, ya es algo significativo). ¿Pueden elegir ellas cómo ir vestidas? ¿Es el bikini una obligación?
La Federación Internacional de Voleibol estandarizó los uniformes del vóley-playa en 1999, obligando a que las mujeres llevaran bikinis cuya parte inferior no superara los siete centímetros en sus lados. Y aunque entonces se levantaron algunas voces críticas, como un informe de la Comisión del Deporte de Australia que en 2003 se quejaba de que esas normas desviaban la atención desde el rendimiento deportivo de las atletas hacia sus cuerpos, la norma estuvo vigente hasta el año 2012, cuando, meses antes de los Juegos Olímpicos de Londres, la Federación Internacional dio libertad en el vestuario.
"Muchos países tienen exigencias religiosas y culturales, por lo que la norma tenía que ser más flexible", explicó entonces el portavoz de la FIVB, Richard Baker, para justificar la decisión.
En la competición de Londres, las deportistas siguieron llevando bikini, excepto en aquellos momentos en los que la temperatura era demasiado baja o llovía sobre la capital inglesa, como en un partido entre Estados Unidos y Chequia que se disputó a 14 grados y en el que las jugadoras llevaron camisetas y pantalones largos ajustados. En los Juegos de Río la mayoría de voleibolistas también han optado por el bikini, pero al menos las jugadoras egipcias han tenido la posibilidad de no hacerlo, cosa impensable, según el reglamento, antes de 2012.
Esta modificación del reglamento por parte de la Federación Internacional era un paso necesario para que las deportistas pudieran participar con hiyab, porque, según el artículo 26.1.1 de la Carta Olímpica, corresponde a las federaciones "establecer y aplicar, de acuerdo con el espíritu olímpico, las reglas relativas a la práctica de sus respectivos deportes y velar por su aplicación".
Pasos en otros deportes
En los últimos años, las federaciones de otros deportes también se han abierto al uso del hiyab. Es el caso del fútbol, por ejemplo, donde la Federación Internacional lo acabó aceptando en 2014 después de un periodo de prueba de dos años y tras unas resistencias que, entre otras cosas, supusieron la descalificación de la selección femenina de Irán en su intento de clasificarse para los Juegos de 2012.
La Federación de Atletismo, por su parte, permitía el uso del hiyab desde tiempo atrás. La bareiní Roqaya Al-Gassra, por ejemplo, ya corrió con la cabeza cubierta en los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004. Pero el gran hito del atletismo, en este sentido, se produjo en los pasados Juegos de Londres, cuando Sarah Attar completó la carrera de 800 metros y se convirtió en la primera saudí que participaba en unos Juegos. Lo hizo con hiyab, camiseta de manga larga y pantalón largo, mientras que sus competidoras corrían en top y con pantalón corto. Con la inclusión de mujeres en los Juegos de Londres por parte de Arabia Saudí, Catar y Brunei, ya no quedó ningún país que solo enviara hombres a las citas olímpicas.
La progresiva incorporación de mujeres en las delegaciones árabes ha sido uno de los factores que ha permitido aumentar la proporción de mujeres que participan en los Juegos. En los primeros Juegos disputados en Londres, en 1908, la proporción era de 1,8%, En los segundos Juegos londinenses, en 1948, había subido hasta el 9,5%. Y en los de 2012, el porcentaje de mujeres ya era del 44%.
Estas modificaciones en el reglamento por parte de muchas federaciones permitieron, primero, que las mujeres que quisieran competir con hiyab pudiesen hacerlo. Es el caso, por ejemplo, de Dooa El Ghobashy, la voleibolista egipcia, pero también de Ibtihaj Muhammad, la tiradora de esgrima que en Río se convertirá en la primera mujer del equipo olímpico de Estados Unidos que compite con hiyab. Según declaró Muhammad en una entrevista, el hiyab le permite "ser yo misma y que no me juzguen por elementos externos, como el pelo o la figura. Siento que posibilita a la gente concentrarse en otras cosas, como aquello que tengo que decir".
El cambio en el reglamento de las federaciones, además de abrir las puertas a algunas atletas, también logró vencer la resistencia de algunos países árabes a incluir mujeres en sus delegaciones. Porque, aunque la Carta Olímpica establezca que las federaciones son quienes fijan el reglamento, las normas 27 y 28 reconocen al mismo tiempo que los Comités Olímpicos Nacionales "tienen la competencia única y exclusiva de decidir y determinar la ropa, los uniformes y el material que han de utilizar los componentes de sus delegaciones con motivo de los Juegos Olímpicos y de todas las competiciones y actos relacionados con los mismos".
Por tanto, las federaciones establecen los requisitos, pero los Comités Olímpicos de cada país eligen los uniformes de sus participantes. Antes de la participación de Sarah Attar en la prueba de 800 metros en Londres, el príncipe Nawaf Faisal, presidente del Comité Olímpico Nacional de Arabia Saudí, dejó clara la postura de su país al afirmar que sus deportistas solo participarían en los Juegos con "el uso de ropa adecuada que cumpla con la sharia (ley islámica), la compañía de un tutor masculino en todo momento y sin mezclarse nunca con hombres".
Pero no todos los países son tan estrictos con sus deportistas. Por ejemplo, si abriésemos el foco en la fotografía de El Ghobashy y Walkenhorst, veríamos que Nada Meawad, la segunda jugadora egipcia, competía con la cabeza descubierta. Y en otras especialidades encontramos a otras deportistas egipcias con el pelo y la piel al descubierto, como en los casos de Nadeen El-Dawlatly (tenis de mesa) o Afaf Elhodhod (tiro).
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